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sábado, 5 de diciembre de 2015

Escapando del maldito holocausto




El maldito 1940, año donde  me encontraba parado   entre las tinieblas  de la calle Chlodna,acorralado ante   el Guetto de la ciudad de Varsovia.   Era inmenso, tanto que  al levantar mi mirada no lograba contemplar su final, parecía tener kilometros de altura.  Construído hace días  con viejos y enormes ladrillos por los judíos, llenos de mohosidad y   que parecían venirse abajo en cualquier momento. Sin embargo, era dificil derribarlo, parecía que los hubiesen pegado con titanio derretido en vez de cemento.  Este muro nos mantenía prisioneros, y parecía tener ojos.  A cinco metros de mi derecha había una garita, y un alemán parado como estatua se ubicaba con una mirada escrupulosa y  fija hacia adelante, no parpadeaba ni hacía gestos con su rostro, estaba inmóvil como una estatua de piedra.
En ese momento, mi vida estaba destruida, no tenía ni padre, ni tampoco madre, él y sus fuerzas los habían exterminado en la cámara de gás, me los había arrebatado del corazón, me dejaron huérfano con tan solo 16 años de edad, y a veces pensaba si una muerte sería mi salvación.
Mis delgadas  y raquíticas piernas,  estaban llenas de barro y totalmente lastimadas de permanecer horas arrodillado sobre las piedras. Un hilo de sangre chorreaba    desde mis rodillas   hasta los tobillos, introduciéndose lentamente por las viejas y desteñidas medias.En el momento en que agachaba mi  mirada taciturna para observar las palmas de mis manos contemplaba que  las rodillas parecían no tener la fuerza suficiente para levantar mi peso. Estaban todas lastimadas y resquebrajeadas, el frío y el trabajo las había castigado brutalmente, el dedo índice rebentado y también lleno de sangre, cada vez que  goteaba sobre la tierra se sentía  el impacto en la callada oscuridad.
Mi estomago rugía como un león enjaulado, tan grande era  el hambre que sentía un inmenso dolor en la zona del viente. La última comida que había ingerido fue una  rodaja de pan de hace tres días. Hacía los mismos días en que no bebía una sola gota de agua.
Allí me encontraba, sobre la asquerosa acera inundada de parasitos y  cuerpos podridos de  gente inocente asesinadas, emanaban un olor tan nauseabundo que se apoderaba de la atmósfera e impregnaba en mi  arrugada remera. Observando una fotografía de papel del desgraciado Adolph Hitler  me ubicaba, la húmedad  había empapado al Guetto, y dos gotas  de agua que venían chorreando desde la cima mojaban el papel, el papel y  ese rostro  que poseía una sonrisa perversa, comparar sus ojos con los del diablo no era una exageración,  ya que al mirar las imagenes húmedas de éste que yacían sobre las viejas  y destrozadas paredes era algo  me transmitía escalofríos,  una sensación de muerte, de sangre, de dolor y sufrimiento. Por lo que en ese instante, mi corazón parecía dejar de palpitar,  mi mirada inundada en lágrimas, automaticamente cambiaba de dirección, ya que no podía ver su rostro de tanta repulsión, tan así que me daban ganas de levantar  mis dos manos y, desde punta punta, romper el papel hasta borrarlo del paredón. Pero eso era algo imposible, él nos miraba,  nos viligaba cada paso que dábamos, todo era una tortura puesto que sus hombres caminaban detrás nuestro para cuando ocurriera una desobediencia, para cuando nos descarrilaramos, disparar con sus aniquiladoras metrallas y dejarnos tirados  como árboles talados. Ellos anhelaban que no cumplieramos con sus tarea, con las órdenes de   "the fuhrer",  se sentían felices asesinándonos, viéndonos sufrir,  desangrándonos y sollozando al mismo tiempo. La comisura de sus labios se estiraba de oreja a oreja al vernos morir en el suelo, ya que  era una simple diversión para ellos, ya que nuestra vida   era solamente una mierda, no sentíamos dolor, y solo servíamos para abastecer y cumplir obligadamente sus órdenes.
Dirigiéndome por las arruinadas y desniveladas calles del guetto,  observaba   niños despavoridos  desde donde se mire, niños gitanos con pañuelos negros en la cabeza,  sucios , y  que en sus delgadas muñecas se podía notar la marca de las cadenas  sobre la piel, marcas que  las fuerzas del desdichado de Hitler habían dejado. La mayoría  de estos,tirados  e intentando dormir con las manos sobre las orejas en  las viejas y desechas aceras.  Otros, pidiendo limosnas,   perdidos en un barco de tristezas.  Aquellas oscuras pupilas  reflejaban  los años de sufrimiento, esa mirada fichaba a  todo hombre  que pasaba por al lado, con el deseo  de que le tiren aunque sea un pedazo de pan. Tenían cara de hambre y sed. No excedían los 12 años de edad. Uno me llamó mucho la atención debido su contextura física. Estaba tirado de espaldas sobre las oxidadas rejas de las casas, totalmente desnutrido, sus rodillas tenían el mismo grosor que uno de mis dedos,  tan flacas eran que un anillo bailaría sin preocupaciones. Su cuerpo era tan delgado que sus huesos se lograban ver con notoriedad a través de la piel, sus pequeñas costillas estaban marcadas, el cráneo y  ojos sobresalían marcando su rostro arrugado. Era horripilante.
Decidí mirar hacia adelante y continuar mi camino, sin rumbo alguno. En ese instante, una mujer se cruzaba frente mío con un sollozo desgarrador y de sufrimiento, vestía un saco negro y  largo hasta sus tobillos,  éste estaba destruído, lleno de tierra y  agujeros. La mujer tenía el rostro demacrado y bañado en lagrimas de dolor, se notaban las arterias rojas  de sus ojos  de tanto llorar. En sus  dos delgadas y pequeñas   manos, llevaba un bebé envuelto en una sabana negra, lo abrazaba , lo abrazaba y emitía semejante grito que mis oídos me dolían de manera agónica. Me acerqué, decidí intentar saber el porqué de ese llanto, y la razón era que el pequeño yacía en sus dos brazos sin vida, estaba pálido como una hoja blanca de papel, con los ojos abiertos,  secos por completo, y una mirada fría. Su cuerpo estaba totalmente desnutrido como el de muchos niños.
 A mi izquierda, el cuerpo  raquitico y huesudo  de un hombre sin vida, estaba tirado boca arriba sobre la calle, con sus ojos cerrados, por su boca y oído salía sangre, y era cargado por dos nazis vestidos de negro que traían una especie de sarcófago  de madera sin tapa, lo tiraban como a una basura. Uno lo cogía de sus dos pies y el otro de sus manos, lo levantaban y arrojaban fuertemente sobre el cajón.
Yo cerraba los ojos  y le imploraba a dios que todo termine, ya que era un infierno la vida que llevabamos, nos explotaban y exprimían como a un limón en el desierto, vivíamos en un campo de tortura y masacre. Cuando intenté dar un paso para seguir con mi camino, una mano tomó mi brazo de forma brutal y comenzó a tirar hacia atrás haciendomé retroceder. Era uno de los colaboradores del hijo de pu.. de Hitler que me decía:
-Ven maldito desgraciado, te creías que podrías escapar y holgazanear, tenemos un trabajo para tí.
Me resistí,  comencé a tironear, me escapé y él comenzó a perseguirme por detrás con un palo negro.
-Será mejor que logres esconderte porque te queda poca vida, cuando te encuentre me encargaré de destriparte con mis propias manos, te lo aseguro. -Asintió el desgraciado.
Decidí ocultarme en  la parte trasera de uno de los viejos edificios de la calle Wrowclaw. Allí había una pequeña casa de chapa abandonada,  estaba muy cerrada por lo que intentaba abrirla a patadas  pero no lo lograba . Entonces, tomé una enorme piedra que se encotraba detrás mío, la cogí con mis dos manos y con una fuerza descomunal la arrojé contra la cerradura hasta que se partió en mil pedazos. La puerta   comenzó a abrirse con enorme lentitud, rechinando a la vez. Con mi toda la cara externa de mi brazo derecho la empujé para ingresar.Decidí esconderme en el interior para que nadie logre encontrarme, las voces de esos malditos se sentían a metros. Al estar dentro, introduje mi delgada mano por una endija para dejar el candado vistosamente como lo estaba anteriormente con objetivos de que nadie sospeche que me ocultaba ahí.
"Busquenlo, busquenlo, atrapenlo y llevenlo a la cámara de gas" -le gritaba a uno de sus colaboradores  el desgraciado  oficial que había tomado de mi mano hace instantes.
No me quedaba otra opción que ocultarme por una horas allí dentro. El lugar estaba oscuro y muy húmedo, sentía como mi frente comenzaba a transpirar, pasaba mis manos sobre esta y frotaba mis dedos entre sí, por lo cual mi mano se humedecía aún más. No se lograba ver nada, tanto que intentaba mirar las palmas de mis manos y era en vano, veía oscuridad nada más. Había un tufo asqueroso, similar al de cuando las personas fallecen y pasan días descomponiéndose. Cuando detecté un pequeño zumbido de moscas que provenía desde mi ubicación,  en ese  instante, comencé a sentir que los pasos y las voces se acercaban, asomé un ojo sobre un pequeño agujero y contemplé la presencia de los hombres que querían mi cabeza, eran alrededor de seis, estaban todos armados y en sus rostros se podía observar la sed de sangre. Cinco pasaron corriendo y de largo, pero había uno que se quedó vigilando, y justó se colocó de espaldas en mi guarida, miraba desesperademente  para todos lados por si  me veía,  primero, con una mirada seria, giraba su cuello a la derecha en ubicación a la calle Swietokrzyska, en la cual solo se veían más hombres cargando los restos de los cuerpos de gentes fallecidas por enfermedades y hambre.A posterior, fijaba su mirada hacia la izquierda, allí cruzaba la solitaria calle  Marszalkowska,y lo que no sabía era que yo estaba a centímetros de él.
Como decía, era imposible ver en el interior de la asquerosa casa de chapa, tanto que con una caja de  fosforos de mi bolsillo(los cuales había robado a uno de los oficiales cuando los dejó sobre una piedra en el instante que yo trabajaba), encendí por momentos el lugar, la llama se avivó y el pequeño cuchitril se iluminó por completo. Había dos cadáveres  podridos y agusanados en el rincón, un enjambre de gusanos le estaban comiendo sus dos ojos, y las moscas caminaban sobre su amarillenta y arrugada piel. Sus cabellos se habían caído, como también las pestañas y cejas. Parecían tener una semana de muerte.
Ver ese escenario me dio respulsión, tanta que agaché automaticamente mi cabeza y logré toser hasta vomitar.   Lo hice tan fuerte que la casita parecía retumbar, lo que no pasó desapercibido ante los oídos del vigilante.
-¿Quién está ahí? -Dijo el policía.
Me quedé callado,  tomé un  profundo aire como un pez globo y coloqué las palmas de la mano en mi boca y nariz para que no sintiera más nada.Pero el maldito seguía interrogando
-¿Quién está ahí? -Gritaba una vez más.
Sabía que ingresaría para revisar el interior, asíque tome una enorme piedra, tan pesada era que debí aguantar su carga sobre uno de mis hombros. Él levantó su pierna y de una semejante patada arrancó la puerta, cuando ingresó, fijó su mirada sobre los cadaveres y dijo:
-Fue mi imaginación, no hay nadie.
Al darme la espalda le arrojé la piedra  con una descomunal fuerza y furia sobre su cabeza hasta rebentarla por completo. Le dí siete golpes. Esos golpes iban en nombre de mis padres. Su seso comenzaba  por las grietas del cráneo rebentado y la sangre exparcirse por el suelo.Asique corrí invadido de miedo, corrí tan rápido que mis piernas me decían basta, corría y miraba hacia atrás, corrí y seguí corriendo. Me dirigí  por la  tenebrosa calle  Gdansk, las tinieblas acechaban en la oscura noche de esta. Caminando sin rumbo me dirigía, las ruinas se habían apoderado de dicho lugar. Las argamasas  de las casas y  paredones destruídos yacían en   los arrededores ante un clima estremecedor. Corría y corría, pero había algo que nunca desaparecía, el Guetto, siempre esta allí, acorralandonos y destrozandonos la vida, el junto con Hitler y sus hombres, eran testigos de toda la gente que moría a raíz de golpes, hambre y  enfermedades.
No sabía que hacer, hacia donde dirigirme, que camino tomar, el de la muerte o el del sufrimiento, no me quedaban muchas opciones, ya que el de la muerte me parecía el más acuerdo.
 Un golpe de mareo comenzó a subir a mi cabeza, todo comenzó a moverse, los edificios a doblarse y distorcionarse, hasta que cerré los ojos y caí desplomado sobre tierroso suelo. Desperté y amanecí en otro lugar, me desesperé y cuando me levanté lo primero que vi fue un viejo cartel   y desecho que decía con letras grandes y negras: " Belzec". Me ubicaba cerca de las vías del tren,  en un campo de exterminio para los judíos, vestidos de ropa rayada  los prisioneros hacían colas para darse un baño, todos exaustos, algunos muertos en vida, otros se caían sobre el suelo y eran arrastrados como sacos cargados de basura  por los policías.
Delante mío, un pequeño y hermoso niñito le decía a su papá:
-Tengo mucha hambre papi, me duele la panza, ¿Aquí nos darán de comer?.
El padre, con rostro de dolor y   lágrimas  de agonía le decía:
-No hijito mío, aquí estamos formandonos para darnos un baño. Cuando terminemos, papí te buscará un pedazo de pan y un vasito de agua para que puedas comer y tomar.
Gracias papá, te quiero con toda mi alma.
Su padre seguía llorando, y le tocaba el turno junto a  su niño. Tomados de la mano con un amor incondicional ingresaban ambos, y pasada la hora no salían. Yo me encontraba escondido detrás de  un viejo paredón que en deplorables condiciones  subsitía en la soledad. Por la puerta trasera, alcanzaba a observar como llevaban los cuerpos totalmente muertos de las victimas que hacían colas de horas y horas para darse un "baño". En ese momento, observé cuando se llevaban al pequeño niño y a su padre, ambos habían sido exterminados por el monoxido de carbono en la maldita camara de gas.  Les habían quitado la vida, pero nunca les quitarán el amor que ambos se tenían, habían muerto abrazados, un abrazo de amor majestuoso.
Maldita cámara que le quitó la vida a papá y mamá. No me pregunten como sobreviví, porque no lo recuerdo. Tal vez me haya escapado y dado un duro golpe en la cabeza, aún no lo sé, lo único que sé es que continúo con vida, algo que no concidero como vida. No concidero como vida que nos maltraten, que con su sonrisa beban nuestra sangre, que nos exploten y nos aniquilen con sus metrallas.
Continuaba observando como los policías de las fuerzas de Hitler retiraban en carretillas, montañas de cuerpos asesinados en las cámaras de gas. Era allí cuando uno de los prisioneros se acercó hacía mí, con una mirada perdida me dijo:
-Ya todo esta por terminar, estos malditos están cayendo como moscas. El desgraciado de Hitler se irá al infierno.
Con una risa satira y al momento de felicidad, el sujeto se retiró y ubicó nuevamente en la cola.
Yo no entendía nada,  comenzaban a sentirse ruidos de explosiones. Al levantarme y mirar a los lejos,  un ollín negro comenzaba a exparcirse  por el aire. La cara de desconcierto  y preocupación de los nazis era perturbadora. Sentían lo que ellos nos habían impuesto, el terror, el miedo y sufrimiento.  En ese momento, un sonido de motor comenzaba a reproducirse desde el aire, entre las grisáceas  nubes que ocultaban el amarillo sol, avionetas con escudos de la Unión Sovietica y metrallas en sus alas,  sobrevolaban con gran velocidad. Y se lograba ver como disparaban sobre los campos de fuerzas de los alemanes. Las fuerzas de la SS comandada por  la porquería de Heinrich Himmler  volaban a pedazos por los aires. En  el momento que un nazi emitió un grito de terror y sufrimiento:
-¡The fuhrer se ha suicidado, the fuhrer se ha suicidado!
A partir de allí, todo fue distinto, y sobre los escombros que habían dejado las explociones, las flores y plantas comenzaban a crecer. Las enfermedades habían desaparecido, el fin de esos malditos había llegado, y para nosotros el terror ya culminado.

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