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lunes, 7 de diciembre de 2015

Aquellas metrallas de dolor







Eran las 12:40 del mediodía cuando el cielo comenzó a nublarse por completo y la bóveda pasó a convertirse de celeste claro a un gris triste. Me encontraba sentado sobre una vieja,sucia y agrietada acera de la calle Reconquista, a tan solo dos cuadras de Plaza de Mayo. Ese cielo, como dije antes, se encontraba repleto de nubes grisáceas, parecían que encarcelaban al sol de una terrorífica manera. Al mismo tiempo que el frío comenzaba a castigar mis delgados  y descubiertos tobillos, como también congelar mis orejas, nariz y mejillas hasta dejarlas rojas.
De pronto, con una mirada taciturna, observé la presencia de tres aviones que pasaban entre el sombrío cielo, exparciendo por todo el ambiente un tufo negro que se disipaba y metía por mis vías respiratorias. En desesperación e invadido por un pánico indescriptible, puse mis   sucias y delgadas   manos en la nariz, pero tan nauseabundo y poderosos era ese humo que se introdujo hasta mis pulmones de todos maneras.
Comencé a toser de forma imparable sobre la calle, y fue en ese instante   que muchas más aviones comenzaban a pasar. El ruido que sus motores emitían desgarraba  y destruía mis oídos. Era tan insoportable. Tan así que de mi viejo y deshilachado buzo de lana roja, tuve que arrancar las pelusas que se ubicaban en la parte interior, y con mis dedos darle una forma de pelotita e introducirlas en mis oídos.
Pero detrás de ese ruido, comenzaban a sentirse bombardeos que provenían  desde las aviones y que colisionaban contra la Casa Rosada. Las paredes de esta se venían abajo y las llamas de un fuego amarillo consumían lentamente las argamasas de las edificaciones  que estaban desparramadas por todo el territorio céntrico.
Los cuerpos de muchas personas calcinados yacían boca abajo sobre la plaza, a uno de ellos se le había destrozado completamente el cráneo, y su masa encefálica estaba desparramada sobre el suelo. Yo cerraba los ojos y quería que el sonido de las metrallas termine cuanto antes, como también el escenario del terror que se había creado en Plaza de Mayo.
Montañas y más montañas de cadáveres humanos tirados bajo los autos, otros arrastrándose en agonía por las calles, sin una pierna, otros sin brazos y buscando por algún rincón su miembro arrancado, gritando con un dolor inconmensurable, mirando al cielo y dejando un reguero de sangre por el suelo. Era espeluznante, y culpa de esos malditos militares que querían destruir a Perón.
Y bien  se enteraron la mayoría de la gente, se desató una gran manifestación en la plaza, pero los militares respondían con bombas,  despedazando mediante el ruido del plomo a toda la sociedad con los misiles de esas malditas aviones que en sus colas tenían escrita una "V" y una cruz con el significado de "Cristo vence".
En amparo de los militares,la noche comenzó a caer y a ocultar los cadáveres calcinados en la tenebrosa oscuridad. Pero el fuego  que ardía en las iglesias los iluminaba nuevamente, ese fuego también emanaba desde el corazón invadido en furia de los ciudadanos.
Se lograban contemplar esas  pieles blancas como una hoja de los cadáveres, pero a la vez oscuras y sucias por el hollín de las bombas,  resplandecían en llamas, como resplandecen hoy en mí a través del recuerdo imborrable como una mancha de tinta, culpa de aquellas  malditas metrallas, que lo único que dejaron en mi fue  un dolor inquebrantable.

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