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miércoles, 6 de enero de 2016

La casa de enfrente

 El pequeño Mark había llegado a su nuevo hogar, una espaciosa casa en la ciudad de Massachussets, la cual era de gran ayuda para que su padre permaneciera mientras se ganaba el dinero en su nuevo trabajo como doctor.  La casa era muy linda, tenía un hermoso y extenso  patio, y desde su interior, los inmensos y mugrientos ventanales permitían ver todo el panorama de la calle y casas de enfrente.
 Aquella fría noche en la que llegaron,el reloj de la muñeca de Mark marcaba  las 22:00. Debieron apilar las viejas cajas que en su interior portaban sus cachivaches(cobijas, vasos, platos y etcétera) y ubicarlas   en los rincones   polvorientos y  húmedos de la  casa puesto a que ambos estaban exhaustos.
El pequeño, subió por la escalera de madera, que por cierto rechinaba cada vez que éste daba un paso, como si estuvieran a punto de quebrarse las tablas que la componían. Tras ascender, un largo y oscuro pasillo era lo que encontraba el pequeño, en donde solo  una puerta de madera había. Continuó hasta atravesarla e ingresar a su interior.
La habitación estaba buena, quizás porque no le hacía falta nada. Tenía una lámpara que yacía sobre la pequeña mesita de luz. A su lado, una enorme cama que parecía ser lo suficientemente grande para Mark, y un inmenso ventanal, en donde colgaban unos viejos y sucios trapos que cumplían la función de cortinas. Tras correrlos, y asomarse por la ventana, el pequeño contempló una vieja casa que se ubicaba justo frente a su habitación. Esa casa estaba totalmente desolada, parecía estar abandonada puesto a que no había ni una luz encendida. Además, las tejuelas invadidas de moho que se ubicaban  en el techo, parecían caer y despegarse hasta romperle la cabeza a cualquiera que tocara la puerta de la casa. Todas totalmente destrozadas.
Los vidrios de las ventanas estaban destrozados, como si una balacera de piedras desatada por pequeños pelafustanes del barrio hubiera arrasado con vehemencia.
La calle se encontraba desolada como un desierto frío.
Mark cerró las cortinas y se dirigió a la cama invadido de un cansancio  abominable. Tanto que sus pies iban arrastrándo  sobre   el húmedo y viejo piso hueco  de madera haciéndolo rechinar. Luego,  bostezando,  cayó boca abajo  sobre el colchón como si se hubiera desplomado, y quedó dormido.
Tres de la mañana.
Algo extraño comenzó a correr  con suavidad las cobijas del pequeño Mark. Parecía que lentamente  la volteaba al suelo. Era un descomunal  viento que llegaba débil al interior de la casa  y  que  comenzaba a darle por la espalda al pequeño Mark, lo cual hizo que se despertara. Al hacerlo, observó que la ventana estaba abierta unos siete centímetros en lo que refiere  a la distancia respecto al marco. El niño no recordaba en realidad si la había dejado abierta o se había abierto sola con la fuerza del viento. Lo cierto es que con los ojos casi cerrados se levantó y la cerró.
Al retornar a la cama, un sonido comenzó a sentirse en el patio. Como de alguien desgarrase el suelo con alguna pala u instrumento. Mark se despabiló justo en ese instante y decidió asomar su cara por la ventana. Pero no había nada, lo único que vagaba a esas altas horas de la noche era una vieja envoltura de alfajor que sobrevolaba por lo bajo del oscuro y silencioso vecindario.
Corrió las cortinas, y volvió a la cama, pero...
-Trrrrrrrrrrrr
Otra vez. El ruido se escuchaba nuevamente con procedencia del mencionado sector, asustando al pequeño Mark, quien pensaba que se trataría de algunos ladrones intentando ingresar a la casa.
Eran alrededor de las 3:30 de la mañana,  y el susodicho no lograba pegar un ojo. Daba vueltas y vueltas sobre la cama, se tapaba con las viejas cobijas hasta la cabeza, y lo único que lograba hacer era mirar invadido de preocupación el amarillento resplandor de la luz que emitía la pequeña lámpara de la mesa de luz.
Minutos posteriores, la puerta de entrada sonó. Fueron tres golpes brutales que retumbaron la casa, y que para peor, hicieron esconder  al niño debajo de la cama.

Mark, con sigilo y con una mirada sumida en perturbación, contemplaba  entre las rendijas de las ventanas y sus cortinas,  una extraña figura que parada se ubicaba en la casa de enfrente. Esa figura era oscura, y no lograba contemplarse a la perfección. Parecía ser la de una persona con los brazos abiertos. La extraña e irreconocible figura se movía de un lado hacia el otro. Caminaba a un costado de la casa, y parecía que con un palo aplanaba la tierra,  o algo así.  La sombra causaba tamaña hipnosis sobre el muchacho, tanto que   apenas notaba la presencia de un enorme espantapájaros. El muñeco enganchado sobre un palo y con sus manos en crucifixión, tenía aproximadamente una altura de 1.70 centímetros,  portaba en su cuerpo   un viejo y agujereado mameluco  de jean que parecía ser azul, pero que al fin y al cabo era negro culpa del barro   de la quinta de verduras que se había impregnado sobre la tela a raíz de los vientos de antaño que soplaron con vehemencia por el vecindario. En su enorme cabeza tenía un sombrero deshilachado y destrozado que inclinado hacia delante obstruía  mitad de su mirada(era lo único que no se lograba ver con comodidad). Tras distraer su mirada  en el espantajo tan solo un instante y al querer contemplar la extraña figura, esta ya no estaba, se había difuminado por completo en aquella noche oscura del día martes 3 de julio.Sin importar lo que fuese, al pequeño no le interesaba, puesto a que le generaba inconmensurable terror, ese terror alcanzaba  los largos y rápidos  pasos que daba. Siempre estaba a su lado, entrelazando su alma, empequeñeciendo sus ánimos y convirtiéndolo en un débil ser.
Es por ello que todas las noches bajaba las persianas de la ventana, y entre la amarillenta luz que emitía    la lámpara que dejaba encendida, se tapaba  por completo la cabeza con una cobija, dejando solo un agujero pequeño para sacar su nariz y  respirar cómodamente.
  Así, una especie de  terror  se originó en el alma del pequeño, un temor que carcomía su  infancia desarraigada de los juguetes. Miedo originado por una extraña   paranoia . No es que  Mark era un pusilánime, pero su perfil taciturno, y la mala  experiencia con los muñecos no había sido buena en sus ocho años de vida. Una vez, en su antigua casa lo habían encontrado en el interior de la  habitación agonizando de temor por la presencia de un payaso de juguete, que según él había dicho que lo asesinaría. A partir de allí, recibió muchos tratamientos psicológicos, aunque nunca pudo ser el mismo niño que todos conocían, su papá empeñó todos los juguetes en la feria de los jueves por la mañana para deshacerse por completos de ellos y dejar la habitación vacía para la tranquilidad de ambos, principalmente para el niño. Los muñecos siempre fueron su máximo terror.



Un día, el  vecino,   cruzó la calle y tocó la puerta de  la casa de Mark, quien  tras bajar por las escaleras de su habitación, le atendió cordialmente:
-Hola señor, le puedo ayudar en algo -dijo el pequeño con voz baja y trémula.
-Gracias por abrir pequeño,  soy Robert, el vecino de aquí enfrente. Mira, ando necesitado de un vaso de azúcar, ¿tú tienes un vaso? -respondió el anciano.
Un trecho de silencio se apoderó del  corto dialogo entre ambos, y los ojos de Mark se fijaron hacia la casa de Robert, justo donde se ubicaba el hombre calabaza de la quinta.
-¿Te gusta?-  preguntó el anciano con una risa que comenzaba de oreja a oreja refiriéndose al muñeco. Es mi gran amigo Dreck, amigo de hace mucho tiempo. Me ayuda a espantar la aves que intentan robarse los tomates y  mazorcas de la huerta. Lo construí hace 10 años con ropas deshechas de mi armario y otros cachivaches encontrados.¿Quieres conocerlo mejor? Acompáñame, te llevvaré hacia él -y lo tomó de la mano.
-No señor, no quiero- dijo asustado el pequeño cerrándole  la puerta en la cara con vehemencia.
Al día siguiente, tras retornar de la escuela, Mark pasaba  por la  vereda lamiendo una paleta dulce que había comprado,  y antes de cruzar para  su casa contempló la presencia del espantajo, allí se encontraba él, el pequeño  caminaba y lo miraba, el hombre calabaza también lo hacía, y pese a alejarse parecía no despegar sus pupilas del pequeño, quien   aceleraba el paso y sentía que lo perseguía por detrás con una risa macabra. Daba vueltas con desespero pero solo estaba el calabaza  quieto e inmóvil como estatua, con larga sonrisa, solo su   ropa deshecha se movía con el viento.
Al llegar a casa le contaba a su padre que el muñeco  lo  había perseguido en un tono de risa. Pero no le creía, y solo   cruzaba  de vereda para sentenciar su hipótesis. Tomaba al niño y a la rastra de la mano lo llevaba-él continuaba quieto y mirando fijo.
 Detrás del desdichado muñeco había una grabadora de chistes, el sonido parecía ser de la voz de un hombre que hablaba con unos niños. Como en un show de chistes. Y el  papá decía:
-¿Es ésta la causa de tu berrinche?
En ese instante la puerta del vecino se abrió y salió el mismo Robert.
-¿Sucede algo muchachos?- les dijo a ambos.
-Nada señor, solo que mi hijo dice que su espantapájaros lo persiguió por toda la calle. Disculpe por irrumpir en la huerta de su patio-respondió el padre de Mark.
Los labios de Robert se estiraron hasta crear una fantástica sonrisa, y entre   una insostenible carcajada preguntó:
-No, no pasa nada. A por cierto, a esa grabadora ¿en dónde la encontraron?.
 - Disculpe, la hayamos detrás del muñeco, estaba tirada y encendida. Tome.
-Gracias, la busqué por toda la casa y no la encontré-dijo. De todas maneras la dejaré donde la encontraron así el sonido ayuda a espantar a los pájaros. Pero antes iré por unas pilas. Quiero agradecerles por haberla devuelto , y como mera muestra, te invito  a tomar la leche a mi casa muchacho.- se refirió al pequeño.
Mark no pudo rechazar su invitación, ya que el padre lo obligó:
-¿Vas a negar un vaso de leche?
Ante la dicha pregunta, el niño se vio amenazado, pues imaginaba que iría nuevamente  al psicólogo, algo que no le agradaba para nada. Además, después de todo, nadie invita a un desconocido al interior de su casa para beber un vaso de leche, por lo que aceptó.
Entraron  y el anciano  se refirió nuevamente a la grabadora:
-La estaba buscando, gracias de verdad(Y la dejó arriba de la mesa). Ahora vuelvo, iré por la leche-agregó Robert.
Se esfumó y el churumbel quedó solo. Se asomó por la ventana  para mirar un rato más al hombre calabaza,  quien observaba  hacia la calle, y al voltear nuevamente para sentarse, un álbum  grande apareció sobre el sillón. Cubierto  de telas de araña y totalmente sucio, forrado con un cuero arrugado,tenía olor a viejo pero finalmente lo abrió. Poseía fotos de Robert y  su familia, las cuales habían sido tomada hace años. En muchas de ellas aparecía la imagen de un señor trabajando, cuya persona no mayor de 40 años. Tenía el pelo negro, era delgado y vestía de la misma ropa que el "espantapájaros" que yacía parado afuera del patio del vecino.
En la última foto del albúm, dicho hombre se encontraba parado ante una multitud de pequeños, quienes se reían. Parecía una fiesta de cumpleaños o algo por el estilo. El pequeño supuso que aquellas voces que provenían desde el interior de la grabadora pudieran ser del mismo hombre de las foto.
El  álbum de fotos parecía haber hipnotizado a Mark, quien con sus pupilas dilatadas   observaba fijo  sobre las  viejas hojas y fotos. Pero ese trance se destrozó cuando un extraño  ruido comenzó a producirse,  parecía originarse desde el claro e iluminado   pasillo  de la derecha. Ese  misterioso sonido  era similar al de alguien que encerrado golpea  con sus puños  una puerta para poder salir. Intrigado y con rostro de desconcierto, el pequeño se levantó y comenzó a caminar por el corredor,    cada paso que daba, una especie de terror parecía empequeñecer su débil alma. Al llegar al final se chocó con una puerta, intentó abrirla pero fue en vano, había algo allí detrás que impedía el acceso. Cuando el niño agachó su mirada para intentar ver por debajo de la rendija, un flujo de sangre se escurrió   hasta exparcirse por el pasillo formando un gran charco. Invadido de miedo y terror,   el niño intentaba correr, empero había algo que lo detenía,   una extraña figura que se reflejaba sobre la sangre.  El reflejo se daba desde el interior  de aquel habitáculo indescifrable hasta por la pequeña rendija que yacía debajo de la  puerta. Aunque no se alcanzaba ver bien. Se asemejaba a la  de un humano o algo por el estilo y parecía moverse. Asustado el niño se dirigió a la casa a toda prisa, pasó por la quinta y frente al espantajo(él lo seguía mirando). Llegó para contarle a su padre, pero  estaba trabajando y no le quedó otra que llamar a la policía, quienes no tardaron en llegar luego. Tras esto, Mark se reportó ante el oficial y le comentó entre lágrimas de terror que en la casa de enfrente había un muerto detrás de la puerta.
La policía irrumpió en la casa del   Robert junto al pequeño, quien los dirigió por el pasillo. Empero nada había allí, no había rastros alguno de sangre, aquel charco y su imagen no estaban,  y la puerta que trabada se encontraba hacía minutos sin llave estaba  . El oficial abrió y nada raro había. Solo una escoba, una azada  y dos sacos largos de color negro.
- ¿Qué te sucede niño? ¿Acaso estas enfermo?- le dijo el oficial.
-Señor, le juro  que  había  sangre  por todos los rincones del pasillo. Tiene que creerme.
-Hijo, nosotros no creemos y tenemos porqué creer en nada. Solo cumplimos con la sociedad. Si llamas otra vez irás al correccional, ¿Entiendes?.
Mudo y perplejo quedó Mark, sus labios no   paraban de temblequear, tanto que  causaban  la misma reacción a su mejilla y ojo.  Así y todo, el pequeño corrió hasta su casa para avisarle a su padre, en aquel trecho pasó a toda prisa por la   sucia y  cuasi abandonada  huerta, a centímetros del espantajo que inmóvil permanecía crucificado sobre la  cruz de madera.
El pequeño no sabía que hacer,   estaba inmóvil como el mismo espantajo de enfrente,nadie le creía, la única esperanza que era su padre, podría enviarlo al psiquiatra por otra mentira.  A toda prisa salió a buscar ayuda, corrió diez cuadras sobre la respectiva calle, y con un extraño señor de bigotes se cruzó. El señor lo notó muy asustado, y por ello le preguntó:
-Niño, ¿te ha sucedido algo?
-Señor, ayúdeme por el amor de dios-suplicó de rodillas el pequeño Mark.
-Sí, pero necesito que me cuentes, qué es lo que te sucede.
- Un cadáver en la habitación, allí, en calle Franklin 365. (Se refirió al número de la casa de Robert).
-¿Un cadáver? ¿En una habitación? ¿De la casa de Robert?  Y tú, ¿Dónde vives?-cuestionó  el hombre como burlándose y tratando de loco al pequeño Mark.
-Soy el vecino de Robert, estoy en Franklin 279, frente a su casa.
-Pero hijo, Robert falleció hace más de 70 años. Apenas era yo un pequeño de tu edad cuando él murió. Lo encontraron degollado con un filoso cuchillo que  enterrado yacía sobre su yugular, abierto como quien abre un pez, detrás de una vieja puerta ubicada en el pasillo, el cual  supongo debe estar aún allí, iluminado  por los inmensos ventanales como aquella vez se encontró el amarillento y pútrido cadáver del señor.  En su mano, portaba una pequeña radio bañada con su propia sangre, estaba encendida cuando encontraron el cuerpo, reproduciendo uno de los grandes espectáculos infantiles que realizaba junto a su amigo Dreck.
-Imposible- contestó perplejo el pequeño.
-No, no es imposible, yo fui su vecino. Ellos trabajaban todos los días en los cumpleaños, realizando chistes y teatros para niños.  Pero Dreck terminó enloqueciendo por envidia, ya que los niños  lo querían más a Robert que a él. Su inconmensurable odio tomó posesión de su alma, y muchos dicen que fue él quien lo asesino puesto a que cuando la policía ingresó encontró su saco  negro y azada, ambos bañados en sangre.
Pálido como un cadáver de cinco días  quedó Mark, sus labios que rosados eran antes de aquel entonces, pasaron a ser más blanco que una hoja de papel, como también lo fue su piel.
Las palabras del niño se   habían agotado, entonces corrió, corrió  hacia la casa de Robert en busca de la verdad. Llegó y abrió la puerta, y al entrar, el oficial de policía se ubicaba tirado sobre el sillón, descuartizado, sus piernas desmembradas lanzaban un reguero de sangre oscura. Su estómago estaba totalmente perforado,  la azada se encontraba enterrada en  el susodicho órgano,  y el ojo derecho  reventado colgaba y caía  por la cara.
Un descomunal grito de terror fue expulsado desde el interior del pequeño Mark, aquel gritó se transformó luego en una diabólica  y descerebrada risa. El viejo vecindario le alertó a la policía aquellos ruidos, y cuando llegaron y entraron a la vieja casa, encontraron al pequeño, con la grabadora en mano,  manchado completamente   de sangre. Fue acusado como homicida, lo esposaron y en el móvil lo llevaron al manicomio.
 La grabadora  tirada sobre el   rojizo y espeso charco quedó, reproduciendo aquellas risas de los niños que divertidos eran por los chistes  de Robert y Dreck. Y  al retirarse Mark, lentamente en el auto  maniatado, al asomar su triste y destrozada mirada, desde el interior del auto hacia  los viejos ventanales de la casa , la misma figura de aquel charco de sangre emergió por  detrás de los vidrios, la figura esclareció, y al hacerlo la cara del espantapájaros apareció, mirando con risa macabra  como se llevaban al pequeño Mark al manicomio, victima para muchos de paranoia.

martes, 5 de enero de 2016

El aljibe de atrás

La espesa noche oscura aún no me permitía contemplar aquellos pasos que daba sobre la calle. Ni la luna era cortés en aquel entonces, ya que no se encontraba, las nubes la habían encarcelado en algún lugar remoto del universo. Aquella bola más radiante que la luz de un foco en la oscuridad, y más inmensa que cualquier dimensión física del ser humano se había marchado, y tras su partida, la sombría noche era atravesada por un apesadumbrado trance que oprimía la  poca felicidad que vagaba por alguna de las viejas arterias de mi corazón. Tan languida era que las hojas que sobre las viejas ramas de los arboles yacían, parecían querer dejar de moverse pese al  frío viento que las castigaba con letal furia.  Sin lugar a dudas que eso sí era raro. Y me detuve para observarlas  con el sigilo que los leones utilizan para cazar a su presa.
Nunca había contemplado tan extraña  y paradójica situación.  Las hojas parecían que no querían ser empujadas y dominadas por el viento, y se resistían ante ello. Aquello, si que marcó la noche más misteriosa que en mi vida presencié. Pero no tendría magnitud comparativa  alguna con el  hecho, que a ustedes, simples mortales, les contaré más adelante.
Decidí seguir de largo, y caminar perdidamente entre   la    húmeda bruma que  emblanquecía  el ambiente.  Parecía  que mi cuerpo deambulaba por un pueblo fantasma.
Rumbo a mi casa marchaba, totalmente exhausto y con los pies arrastrando  en el suelo. Crujían en la callada oscuridad. Recién salía de mi trabajo en la oficina de policía. Pero no solo arrastraba mis pies, sino también la noticia de que  tres niños en la ciudad de Washington habían desaparecido en dos días. Bueno, en verdad eran dos, pero no sé porqué, en una de mis pesadillas aparecía el número tres.
Luego de atravesar ese trecho de terror, llegué a casa. Con mi esposa nos habíamos mudado hace dos semanas, a posterior de  efectuar  la compra del hogar en 250.000 dólares. Un precio módico para lo que simboliza tener una casa en George Town.
La cosa es que desde que llegamos las desgracias no cesaron.Muchas familias de la calle Upton, nuestra calle, sufrieron la pérdida de sus seres queridos. Y algo extraño había en esto, puesto a que solo los infantiles eran las victimas. Primero, una niña de doce años de edad había sido encontrada en la esquina totalmente mutilada y por ende sin vida; sus órganos desparramados sobre el pavimento, y su cabeza separada del cuerpo habían sido encontrados. Muchos pensaron en la hipótesis de que un camión o auto  realizó una marcha atrás y la aplastó, y que con cobardía, el autor se esfumó   del país, porque su cuerpo se encontraba plano como una hoja. Sin embargo, ¿cómo explicar lo de la cabeza? Su cuello había sido  rebanado como una rodaja de pan con un cuchillo u otra arma filosa.
Al día siguiente,  11 de diciembre para ser más exacto, otro cuerpo fue encontrado.  Sobre la acera de la calle Scott. Martin Krabel, compañero de mi hijo en el jardín, fue hallado por Miriam, una vecina de enfrente, quien  a altas horas de la noche, tras mirar por las pequeñas ventanas de su habitación, logró contemplar  una oscura figura que se ubicaba tendida sobre la vereda. En aquel momento la susodicha no estuvo a nivel del destino, y es que había pensado que  lo que allí había era algún animal muerto, o tal vez la ropa de algún joven que embriagado hasta la médula hubiese perdido a la salida del boliche. Pero para desgracia de todo el condado, la cosa era adversa.  Despanzurrado, fue encontrado el chiquillo, desde el  cuello hasta el vientre, y sin los ojos. Aterrador.
El cuerpo del niño tenía puntadas por todas las partes, dos incisiones en el cuello, otras dos cerca del estómago y una cerca de los riñones.
La conmoción que se desató en el barrio fue espeluznante, y a partir de las 17 horas,  luego  de que aquella avalancha de muertes emergiera por los oscuros y lúgubres sectores del vecindario , todos empezaron a cerrar sus ventanas y puertas.
Fue mi trabajo, ordenar a los policías para que vigilen cada  parte de la ciudad, y que observen de que nadie salga de sus hogares a partir de allí.
 Al día siguiente,  luego de tomarme unas copas sobre el vetusto escritorio de mi oficina, y  de descansar unas cinco horas,estuve junto a mi mujer e hijo  Mark. El niño me había llamado mucho la atención, lo notaba distante conmigo, su mirada ya no era la de antes, y tras de eso, se la pasaba todo el día en el patio trasero  sentado sobre un viejo  y redondo  aljibe de ladrillos que nunca había visto, es más, recuerdo no haberlo visto cuando el vendedor me mostró la casa.  No miento ni tampoco exagero que pasaba horas y horas mirándolo fijamente. Al momento  de la comida, yo siempre  interrogaba al niño, mi mujer nunca le preguntaba nada. El niño me decía que hablaba con su amigo.
-Ah  sí, y ¿cómo se llama? -le pregunté.
- No tiene nombre, él solo me habla y nos divertimos mucho-respondía.
Fue justo en ese instante que pensé que a mi hijo no le funcionaba bien la cabeza, por lo que  tomé  el teléfono y llamé al psicólogo para organizar una cita rápida, pero dijo que  recién mañana podría atenderlo a raíz de tanto trabajo.
Bueno, si lo que le divierte a él es estar allí detrás, mejor que quede allí.
Miré mi muñeca y la aguja del reloj dio vuelta de forma  drástica. Ya marcaba las 20:30 horas, y todo estaba oscuro.
Nos fuimos a acostar, apagué el  televisor, las luces de  casa y  me fui a la cama. Por la ventana, antes de recostarme, observé con rostro serio y fijo el aljibe. Yacía allí, en el centro del patio, con sus  húmedos ladrillos  resquebrajados,llenos de mohos que parecían tener siglos y siglos, y con su oscuro agujero de miles y miles de kilómetros hacia lo profundo.
Con mi esposa cerramos los ojos y luego no recuerdo que sucedió. Pero un ruido me despertó a la madrugada, venía del patio de atrás.  Cogí el palo de la escoba que se  ubicada a un rincón del dormitorio y bajé, pero cuando salí afuera no había nadie, todo estaba vacío, y lo único que en ese entonces se sentía, era el ruido de los grillos que sobre el césped y bajo los arboles se ubicaban. Entonces retorné. Al intentar hacerlo, justo apenas cuando moví el picaporte  hacia abajo para abrir la puerta, el sonido comenzó a escucharse nuevamente. Sin  lugar a dudas el ruido provenía del pozo, se asemejaba al de un cuchillo cuando raspa una pared.
Dí la vuelta  y me dirigí hacia el aljibe, desde arriba incline mi cabeza para intentar ver algo, pero lo lógico era que  por culpa de la oscuridad  en su interior, el final era imposible de contemplar. Por ello  grité:
-¡Hay alguien ahí en  el fondo!, grite brutalmente.
Nadie ni nada respondió. Entonces, para asegurar la vida de mi hijo y  para que  las chances de que cayera al pozo sean nulas,  fui al cobertizo y  cogí una chapa cuadrada y  oxidada(de esas que utilizan para construir los techos), la ubiqué por encima del agujero y con un martillo y clavo remaché de punta a punta, perforando la chapa y el viejo cemento del cisterna hasta tapar completamente ese agujero para nunca más volver a mirarlo. Marché a la casa y me acosté.
Esa noche me costó dormir mucho puesto a que tenía una sed inexplicable, por ello  tipo cinco de la madrugada me levanté, fui al comedor y cogí  un vaso de agua. Me senté en la silla y comencé a beber lentamente. El ruido que mi garganta hacía al digerir el agua me daba la sensación que retumbaba por todos los lugares de la casa. Pero sin lugar a dudas, el sonido que emitía al intentar tragar el líquido, nunca llegará a igualar aquel potente golpe.Evitó que pudiera tragar mi primer sorbo. Era el mismo ruido de hacía horas atrás, comenzó a sentirse nuevamente,  desde el mismo lugar, provenía nuevamente del   patio trasero de la  casa. Era insoportable, como si unas garras arañasen los viejos ladrillos del aljibe, por lo que decidí ponerle fin a dicho misterio; saqué el revolver escondido debajo de la heladera y  salí afuera.  Al salir me encontré con algo extraño, el aljibe ya no tenía la chapa, yacía sobre el césped, toda destrozada. Mi hijo estaba frente a él, y se acercaba lentamente, tenía los ojos negros y brillosos.
Me escondí con sigilo detrás de los arbustos ,   y una voz aguda   proveniente del    interior del pozo     comenzó a hablarle a mi hijo:
-Ven Mark, soy Martin, aquí estoy feliz, aquí estaremos feliz.Conmigo te divertirás, hay regalos, amigos y mucha comida -asintió esa voz  de niño.
Aquel tono de voz se asemejaba mucho al de su amigo muerto Martin Krabel. Es más, al reportarse desde el interior del pozo, se identificaba con aquel nombre.
Mark comenzó a acercarse   al momento que  el revolver de mi mano derecha apuntaba hacia el oscuro agujero del aljibe. Al detenerse mi hijo en una distancia de cincuenta centímetros del pozo, unas enormes   garras puntiagudas comenzaron a asomarse entonces, hincándose sobre los viejos ladrillos.
Gatillé el revolver para disparar, pero no tenía balas. Recordé que las había utilizado anteriormente, y que seguramente las tenía en el bolsillo derecho de mi pantalón. Por suerte al meter mi mano había una.  La saqué e introduje en mi pistola, cuando levanté mi vista para disparar,    un ser horripilante  salió del fondo del pozo, éste, era una especie de ser humano con dientes filosos, lo cuales goteaban sangre  asiduamente. Su piel era viscosa, arrugada y brillosa. En una de sus garras claveteaba el ojo de un niño y con una sonrisa macabra lo devoraba lentamente. De reojo miraba hacia mi ubicación,  su mirada oscura y sanguinaria se posó justo en mi rostro de pánico, y en ese momento toda la   sangre se subió a mi cabeza. La  sonrisa macabra que poseía comenzaba desde una oreja y culminaba en otra. Largó una carcajada aterradora,
  y con sus dos delgados y raquíticos brazos amarró a mi hijo y clavó sus pútridas y largas garras sobre el cuello,le rebanó la cabeza hasta que rodó a mis pies. Lejos quedó de su ubicación, pero  con una velocidad inexplicable expulsó su larga lengua de metros y metros, la cual atravesó con su afilada punta la cabeza de mi hijo  abriendo luego  desde esta una inmensa boca plagada de fauces largas filosas, la devoró de un bocado.  Perplejo quedé, tanto que quería gatillar el revolver, pero imposible era ya que mis dedos estaban paralizados como el resto de mi cuerpo. El extraño ser hincó sus garras sobre el resto del cuerpo del niño, se arrojó al pozo y se lo llevó   hasta lo profundo del oscuro agujero, difuminándose  en la oscuridad. El aljibe desapareció, una superficie plana de césped emergió, y lo último que me quedó de él fue  el recordado llanto desgarrador  que aún se puede escuchar cuando voy a tender la ropa en mi patio trasero. Como si con vida quedase sepultada para siempre su alma.