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viernes, 13 de noviembre de 2015

El extraño asesino









Soplando las seis  velas   me encontraba  ubicado enfrente de  la vieja y redonda mesa que se ubicaba en el comedor de mi antigua casa. Las paredes de  ésta  estaban húmedas y mojadas por la lluvia que ingresaba por los agujeros del techo, provocando que   las paredes  descarachadas y despintadas se caigan a pedazos. Por todos los ángulos del techo y rincones de la casa, las telas de arañas colgaban como guirnaldas en un cumpleaños, y justamente era el mío, por lo que  no me agradaba nada ese ambiente horripilante. Aún así, mi  penetrante mirada lo único que captaba era la presencia de una  enorme torta  cuadrada y blanca de crema   que yacía en el centro de la mesa.  Esta torta había sido hecha por las hermosas y delicada manos de mi madre, por lo que significaba mucho para mí,  y mi estomago rugía como la boca de un león a la espera de una presa. Muchos familiares estaban sentados alrededor,  todos mirando con asombro la torta. Yo, sentado como todos los cumpleañeros en la punta, con un sombrerito punteagudo  de líneas rojas y verdes. Mamá estaba detrás mío apoyando sus manos en mis dos hombros, con una felicidad inconmensurable.
Fue justo allí que soplé las velas, y  mis cachetes se inflaron como un pez globo, y rojos quedaron como un tomate. Me costó enviar  el  viento fuerte  para que  el amarillo y flameante fuego de éstas desvanesca, Aún así logré apagarlas y recibí el aplauso de toda mi familia.
Cuando las apagué, mi mamá comenzó a cortar la torta en porciones con la cuchilla de acero que por cierto era muy filosa, y con los servilletines repartió, amí me dio la primera porción, la agarré  juntando las dos manos y me senté en el deplorable y destruído sillón de madera para comenzar a disgustar ese sabor que desconocía, pero que imaginaba al haber probado los deliciosos bocados de mi madre en años y cumpleaños anteriores. 
-¡Feliz cumpleaños pequeño Dustin! ¡Como has crecido muchachito!-me decía mi tía.
Gracias tía hermosa-le dije.
-¡Felicidades, ya tienes seis años, y  que sean muchos más pequeño Dustin!- me dijo mi abuelo con una sonrisa que le arrugaba las mejillas.
Muchas gracias abuelito le respondí. 
Sentía que él me iba a regalar algo, la cosa es que no me imaginaba en lo más mínimo de que se trataría. Cuando lo ví, giboso y retornando de la silla tras sacar  de su mochila de cuero negra una bolsa arrugada y  blanca, yo tragaba mi pedazo de torta llena de dulce de leche, el cual se me pegaba en la comisura de mis labios. Al mismo momento, se me vino a la cabeza lo que sería. ¿Será una nueva Tortuga Ninja?- me pregunté.-Estaría bueno, espero que sea Rafael, así lo sumo a mi colección en la pizarra de la pieza junto a Leonardo, Donatello y Miguel Angel. Ojala sea una tortuga, y que por favor sea Rafael...
Mi abuelo se sentó a mi derecha en el sillón, yo lo miré de reojo y él sonrió dulcemente. Su mirada decía que sabía lo que yo quería, y que él había acertado  con el obsequio.
El introdujo sus arrugadas manos en la blanca  bolsa, con un rostro de felicidad,y cuando atrapó lo que había adentro comenzó a retirarla lentamente. Por el agujero  de la manija vi algo verde, y en ese momento los nervios se apoderaron de mí ya que ese era el color de las tortugas. Cuando la sacó completamente no lo podía creer, era la tortuga Rafael, con sus antiparras de tela y azul, con sus rodilleras y coderas. Y con su pequeña espada, había encontrado la figura más complicada, la colección estaba completa.
-Toma hijo, te lo mereces. -me decía mi abuelo.
Yo me abalancé sobre el cuerpo de mi abuelo hasta que lo dejé acostado en el viejo sillón. Le dí un abrazo inundado en lágrimas de felicidad.-te quiero abuelito, muchas gracias le dije.
Cuidalo mucho Dustincito querido, me costó mucho conseguirlo, el vendedor dijome que es el último que quedaba, y que  al ser la figura más importante es muy difícil de encontrar.
Contento tomé la tortuga y me la llevé a mi pieza,  me dirigí por el frío y oscuro pasillo hasta la habitación del fondo, allí abrí la vieja puerta de madera, la cual por cierto al abrirse y cerrarse rechinaba como una chicharra, tanto que hacía doler los oídos. Ingresé al interior de mi desordenada pieza, y ubiqué al juguete con los demás. La colección estaba completa.  Todos parados mirando de frente.No me faltaba ninguno, mi sueño se había cumplido.
Sentía que esa felicidad debía compartirse junto a los seres queridos, y decidí ir corriendo  hacia la  pieza de mi mamá a confesarle que el abuelo me había completado la colección de tortugas ninjas.
Cuando me arrimé ala puerta, estaba   semi abierta, una distancia de ocho centímetros a cerrar con el marco de la puerta, por lo que se sentía lo que mi madre murmuraba en confesiones a mi tía. Las dos estaban en la pieza, sentadas sobre el borde de  la cama, mi mamá tenía un grave rostro de preocupación, y mi tía también.
No lograba escuchar, asique apoyé mi oído sobre la  mojada y fría pared, ya que al ser tan delgada era fácil escuchar lo que decían.
Esta casa no da más, las paredes  están completamente destruídas, las cucarachas y arañas avanzan en el dormitorio de Dustin  y todo es muy  húmedo,chorreando de agua que gotea desde el techo en épocas de lluvia. Así no se puede vivir más, yo no puedo tener a mi niño en esta mugre- le decía con una preocupante voz mamá a mi tía.
La verdad es que ella tenía razón, la casa era un fiasco, ni dormir se podía ya, debido a que los insectos del patio del fondo se ganaban por   la endija que se ubicaba debajo de la puerta  de chapa trasera. Las cucarachas emergían como la luz del sol en el desierto, y las arañas se ganaban por las roturas de las paredes. Ella tenía toda la razón, y es de gusto pagar dos mil pesos de alquiler mensual  por una casa que no vale la pena.
Mi cumpleaños llegaba a su fin, y mi familia comenzó a retirarse de casa hasta dejarla vacía como los árboles de otoño. El sueño me llegó mediante un gran bostezo, y me fui a acostar. Corrí las viejas y frías cobijas y decidí tirarme. Me tapé  y mi mamá ingresó a la habitación en ese preciso instante, mi cara miraba hacia el destrozado techo, que por cierto en éste se lograban ver las constelaciones de las estrellas a través de sus agujeros.
Mamá se acercó, se sentó en mi cama y me dijo:
-Dustin, conseguí un nuevo hogar donde alquilar, este lugar ya no da más, los chifletes de frío entran por todos lados, insectos como las cucarachas y arañas invaden el lugar, y lo peor es que el alquiler aumentará el próximo mes.
No decidí entrar en contradicciones, por lo que le dije que sí, en ese momento ella puso un rostro de alivio debido a mi respuesta y le pregunté:
-¿Cuándo nos mudaremos?
-Mañana mismo  vendrá el camión de mudanzas hijo, mañana nos iremos-me dijo.
-Y, ¿a dónde nos marcharemos mamá?
- Nos iremos al barrio North From, en la calle Clynton, se encuentra a las afueras de la ciudad, aproximadamente unos 70 kilómetros de  aquí.Mañana empacaremos temprano, pondré el despertador a las 6:00 y nos marcharemos-bueno mamá,le dije.
Con la cabeza gacha y con sus ojos que parecían cerrarse de sueño por el cansancio, se levantó, me dio un beso en mi mejilla izquierda y con un "hasta mañana" se retiró de mi habitación.
En ese instante giré en la cama y voltee hacia la derecha, mirando para la vieja pared donde se ubicaba la repisa  de cuatro estantes y donde en ésta, yacían las cuatro  cuatro tortugas, las observé unos segundos y bostezando les dije-bueno, mañana tendremos que irnos amigos, una nueva casa nos espera.
Al día siguiente desperté, y me puse a empacar. Doblé las sabanas, cobijas y en una caja de cartón las introduje en su interior. Arriba de éstas puse la almohada y forzando los  pliegos de la caja  cerré y pegé con cinta transparente para que no se abriera.
Solo me faltaban mis colección de Tortugas Ninjas, las cuales se ubicaban desparramadas arriba del colchón de mi cama ya que la pizarra estaba dentro del camión de mudanzas esperándonos  para partir.
En el rincón, quedaba  solitaria la última cajita de cartón que me había sobrado de las galletitas del cumpleaños, era pequeña, aproximadamente unos 30 centímetros por 30.
En ese momento mamá gritaba, -¡Dustin, hora de irnos, el camión ya está e marcha!
Apurado y con una cara de desesperación, miré por la ventana y el conductor ya estaba por partir, asique  cogí las  cuatro tortugas las tiré a la caja y salí corriendo por el pasillo tan rápido que mis pies no daban para tanto. Salí de la casa, mamá cerró con llave y nos fuimos.

Ya llegábamos, el camión ingresó por un portón gigante  de rejas negras que señalaba la división con la calle de asfalto, y  que alrededor, en vez de haber un paredón  de ladrillos y material, era de arbustos. Al ingresar, mamá dijo:
-Estamos en el barrio.
Comencé a observar de derecha a izquierda mientras el chofer nos dirigía  a  nuestro próximo hogar. El lugar no me gustaba para nada, había algo extraño, no había animales, ni gatos, ni perros y para colmo, no había humanos ni casas. Lo que sí había en cantidad eran árboles, los cuales no dejaban ver ni el cielo por sus cargadas copas.
Mi madre, con un rostro contento y de ansias por descubrir como era la casa, le dijo al señor señalando con su dedo por el parabrisas:
-¡Ésta es la casa, frene aquí!
El camión se estacionó, y cuando miré a mi derecha vi por primera vez el lugar que mi madre llamaba "nuevo hogar".
Al observar la casa, mi piel se estremeció y comencé a temblar, por lo que empecé a frotarme los brazos con las manos. Parecía que  la temperatura había disminuido, pero yo sabía que no se trataba de ninguna temperatura ni del frío, sabía que en ese lugar algo andaba mal pese a que materialmente   todo estaba sano respecto a nuestra pasada vivienda. Era una casa rosa, de techos  azules en forma de punta. Tenía ventanas redondas, la misma forma de sus persianas,  las cuales eran de una madera verde, todo era muy fantástico, parecía un cuento de hadas. Y eso me producía escalofríos.
Alrededor, lo único que había eran plantas y flores, y un aroma a perfume de rosas que se apoderaba del ambiente.
Bajamos  las cajas por la puerta  de chapa trasera del camión   de trasporte e ingresamos hasta la entrada de la casa. Debimos acceder por una pequeña tranquerita de madera blanca. Al llegar hasta la la inmensa puerta de adelante,por fuera intenté observar lo que había dentro mediante las ventanas,  pero el interior era oscuro como la noche por lo que nada se podía ver. Mamá abrió la puerta e ingresamos, yo totalmente cargado con mi mochila negra y mis cuatro tortugas en mano entré después que ella.
Al ingresar, nos encontramos con el comedor, pequeño pero espacioso. Allí había una mesa cuadrada y larga, de aproximadamente 2 metros de longitud,con cuatro sillas marrones de madera que se encontraban patas hacia arriba sobre ella , una mesada roja en la que yacía un plato de vidrio, y una heladera amarilla que estaba abierta totalmente como si alguien habría estado hurgando  o sacando comida de su refrigerador. Eso me causó mucha intriga, tanto que bajé una silla de la mesa, la cual por cierto era tan pesada que me tumbaba, la di vuelta y me senté a mirar la heladera. Pero mamá me palmeó el hombro derecho, y me dijo:
-Dustin querido, ya tendrás tiempo para descansar, ahora ve a la habitación y acomoda tus cosas.
Me paré y  dirigí con las dos manos sosteniendo tres inmensas cajas de cartones que portaban mis ropas, zapatos, cobijas y juguetes. Estas una arriba de la otra, no  me quedaba la única  opción que hacer malabares para que no caigan, ya que tambaleaban de derecha a izquierda. Mamá abrió una despintada  y oxidada puerta de chapa  que se ubicaba en el comedor, al atravesar ésta, con mi mirada puesta sobre las cajas, me dirigí por un frío pasillo, era largo como de 70 metros, pero lo que tenía de largo lo tenía de corto, debido a que tan angosto era que ni un escarbadientes lograría acceder de forma perfecta. Lo peculiar de  dicho pasillo era que no había luz, y que tanto de derecha a izquierda había un centenar de puertas, todas de diferentes gamas de colores; rojas, azules, violetas, amarillas y etcétera.
Llegué a la última habitación que había, al final del pasillo, me agaché y decidí bajar las cajas ubicandolas en el suelo. Cuando me levanté, sentí que alguien estaba detrás  mio observándome a mi espalda. sentía que la presencia de algo que posaba una mirada siniestra sobre mí, y por lo que es peor, sobre mis cuatro tortugas de juguete. Suspiré y cerré los ojos con miedo porque quería dejar de sentir esa sensación,  así ese sujeto dejaría de observarme, pero lo peor fue que una voz   pronunció mi nombre en tono de risa diabólica:-"Dustin". Eso fue escalofriante, tanto que mi piel se erizó, y automaticamente giré mi cuerpo para ver de quien se trataba. Cuando miré desesperado, no había nadie.
A posterior, con mi rostro pálido y asustadizo, decidí voltear para abrir la puerta de mi habitación,  cogí con mi pequeña y temblorosa mano el picaporte redondo de metal brilloso, pero hubo algo que me llamó mucho la atención. Había una frase sobre la puerta, justo en el centro de esta, parecía haber sido marcada con la punta de un cuchillo, o con un cutter de esos que utilizan en las escuelas para sacarle punta  a los lápices.  La frase transmitía una sensación de enojo debido a la profundidad de la rayadura. Parecía que alguien la había marcado con furia y nervios.La puerta decía "propiedad de Jack el Duende". En ese instante me interrogué a mi mismo: ¿Quién escribió esto? ¿No recuerdo haberlo visto anteriormente? ¿Esta frase no estaba?.
Yo no soy ningún loco, y podría jurar por mis cuatro tortugas   que alguien escribió la puerta en mi distracción. En fin, decidí abrir el picaporte e ingresar a la habitación. La verdad es que era un poco pequeña, pero para mí era más que perfecta. Una cama,   colchón y una repiza, ésta última ya tenía uso para colocar mis  juguetes.
Comencé a ordenar la habitación, tomé la escoba y barrí el suelo, levanté polvo hasta más no poder, pero  cuando esa nube de polvo se difuminó, mi sangre se subió a la cabeza de tanto miedo. Amagué a correr hacia la puerta pero recapacité y dije:-solo es un juguete. Lo cogí con la mano hasta darlo vuelta, cuando lo hice, pude ver su cara, era  un duende, un horripilante y aterrador duende de plástico.  Nunca confié en ellos,  nunca me agradaron, porque en las historias, películas o cuentos resultan ser seres malvados o malévolos que  ocultan cosas extrañas detrás de sus engañosas sonrisas. Mi abuelo siempre comentaba que se divierten haciéndole el mal a la gente y que, en ciertos casos, resultan ser canivales. Sí, a esos que les gusta la carne de humano.
 Pero bien, tenía una sonrisa  perversa que le comenzaba de oreja a oreja, sus mejillas eran rosadas,  y  sus ojos  negro oscuro. Poseía un gorro en forma de punta larga, y como  habitualmente aparecen en las fotos, su ropa era totalmente verde, a excepción de sus largas botas negras, que tenían  una pequeña hebilla cuadrada de acero.  Lo extraño era que su cara arrugada se asemejaba a la de un humano, es decir, que no tenía ni orejas o  nariz puntegudas. Sus manos eran delgadas y portaban unas asquerosas, largas y filosas garras, tan filosas eran que al tocarlas con la yema del dedo pulgar me pinchó e hizo que saliera una gota de sangre.
Me agaché y lo observé un minuto, mi cabeza en ese momento analizaba que hacer con él,  si tirarlo o o no. Decidí que lo mejor sería dejarlo arriba de mi cama, ya que pensé que podría ser de algún niño que  habría vivido anteriormente aquí, que se lo habría olvidado,  y que  estaría por venir a buscarlo en cualquier día.
Lo tiré en la cama y allí quedó, mirando hacia arriba, con una mirada extraña, y su sonrisa de oreja a oreja la cual me hacía sospechar,  cerré la puerta lentamente, así quedó y yo me fui al comedor a almorzar. Mi madre ya se había ido a trabajar, y quedé comiendo sobre la mesa. Fue justo allí, que sentí un ruido, un ruido que parecía venir desde mi pieza, o al menos del pasillo, me levanté  y  dirigí  hasta la pieza para saber quien era el autor de dicho sonido, lo hice lentamente y sin hacer ningún ruido caminé  hacia el fondo en donde se encontraba mi pieza, me detuve fuera de la puerta, y el ruido dejó de emitirse. La abrí lentamente y con timidez, pero   luego la empuje de forma brutal.  Con una mirada desorbitada comencé a observar la habitación, y fue allí cuando quedé asustado. Todo estaba desordenado, la cama destendida, la pieza repleta   de  polvo como si alguien con un balde lleno de tierra la mugre por todo el suelo.
 Tampoco estaba el duende de juguete sobre la cama, y para sumarle, cuando miré la repisa de las tortugas, faltaba Miguel Angel, la tortuga de antiparras naranjas. En ese momento comencé a buscar por toda la casa, revolví toda la pieza, me tiré boca abajo sobre el suelo, miré debajo de la cama y no había nada. Me levanté, y cuando sacudí  con mis manos la tierra que se impregnó sobre la blanca remera que llevaba puesta, observé algo extraño en el suelo. Había pisadas, huellas pequeñas que se lograban ver debido al polvo desparramado sobre el suelo, parecían ser las de un bebé, esas pisadas no tenían un rumbo, iniciaban  desde la cama y  se dirigían a la pizarra de mis tortugas, y de ahí se esfumaban.
Lo único que se ocurría en ese momento era que el causante de todo pudiese haber sido algún ladrón que logró ganarse por la ventana. Pero las pruebas no eran acordes  a mi insolente  hipótesis.
En ese preciso instante, un ruido rechinante vino de la cocina, como si la puerta de entrada ubicada en el comedor se abriera lentamente. Asustado y en un trance donde la sangre parecía subirse a mi cabeza del miedo por pensar que fuera un ladrón, tomé el palo de la escoba y corrí hasta la cocina. Sin embargo y por suerte era mamá, que llegaba cargada de bolsas por las compras.
Y bien la vi, le dije:

-Mamá, acaba de pasar algo extraño, alguien entró a mi habitación y desorganizó toda mis cosas.

-¡Dustin por el amor de dios! Estoy cansada y vengo de trabajar, no compliques las cosas e inventes discursos para no limpiar tu pieza. Asintió con un tono eufórico y enojado.

Yo sabía que no me iba a creer, sabía que confesarle lo sucedido sería una perdida de tiempo, y es por ello que le contesté:

-Está bien,  no me creas, de todas maneras la limpiaré y me iré a dormir, hasta mañana.

Cansada ella de tanto trabajo, se retiró  por el pasillo e ingresó a su pequeña habitación,  mientras que  yo hice lo propio con un rostro regañado. Cuando me senté en la cama observé mi reloj y marcaba las 18:00 horas. Levanté las cobijas y cansado me acosté, cerré los ojos,los minutos pasaron hasta las 19:30, pero  no lograba entrar en sueño profundo.
Me inclinaba hacia la derecha  e izquierda, pero todo era lo mismo, me costaba demasiado cerrar los ojos.
Un ruido extraño comenzaba a sentirse  segundos después, parecía  provenir    desde el sótano, a unas cinco puertas de mi pieza.  como si alguien moviera plásticos y los golpeara brutalmente contra el suelo.
-¿Será mamá?  me pregunté.
Pasé en puntas de pié por su habitación pero ella estaba totalmente dormida.
Continué mi sigilosa marcha, apoyé mi oreja sobre la puerta de madera del sótano y los ruidos seguían. Con mis ojos achinados que miraban sospechosamente el oscuro pasillo, ingresé paulatinamente bajando las escaleras del habitáculo  para ver de que se trataba. Cuando caminaba con mi mirada gacha,  pude observar un rastro de sangre que  fluía por los escalones hasta el final. Y un tufo totalmente repulsivo y nauseabundo que  se  emanaba  en el interior del cuchitril. Parecía ser que alguien luego de cazar un animal hubiera   arrastrado el cuerpo hasta el final de la escalera,  o  que  algún trozo de carne   estuviera en estado de descomposición . Observando la pared, se reflejaba la  oscura sombra de un ser raro que se movía. La intriga  me  hizo descender aún más hasta por fin ver quien era. Me agaché y  escondido asomé  la cara entre los barrotes de madera amarrando   las  manos tan pero tan  fuerte de tanto terror que ni el poder  de  una grúa lograría despegarme. Si ya tenía terror, inimaginable era lo que me ocurría a posterior, puesto a que el pavor medraba aún más por todo mi cuerpo y quería irme rápido de ese lugar.
En el piso, lo único que  se podía observar era una inmenso charco de sangre,  había cuerpos de humanos y animales mutilados,despedazados y destripados, los órganos de   personas desparramados por los rincones y allí se ubicaba el desgraciado. Era una especie de enano, su cara se me hacía familiar, no me pregunten de donde pero en algún lugar la había visto. Ese enano era  a lo que muchos le llaman con el nombre de "duende".  Tenía una sonrisa diabólica y muy larga que le nacía de mejilla a mejilla,    causaba demasiado miedo debido a sus filosos y largos dientes que  estaban manchados de sangre y podrían cortar hasta una roca, sus ojos eran rojo oscuro, tenía  una piel verde y arrugada. El rostro era extremadamente malévolo y era tan  aterrador que  mis rodillas temblaban en cuclillas.  Era muy flaco, pero sus manos  viejas y arrugadas poseían unas garras tan filosas y largas que  con gran facilidad rebanan el cuello de una de las personas que se ubicaban ya muertas. El desgraciado  acercaba su dedo hasta el cuello de la victima, enterraba lentamente entre risa enfermiza  su larga y puntuda garra y comenzaba a abrirlo lentamente, desde la garganta hasta el vientre, hincando  a posterior sus manos hasta el interior del hombre y arrancándole con violencia todos sus órganos hasta comerlos con sus filosos y largos dientes.
En ese aterrador mirar de derecha a izquierda, alcancé a ver mi tortuga ninja, estaba boca abajo y llena de sangre sobre el costado de la mesa, a punto de caerse. Él había sido el maldito ladrón, por lo que escondido pasé de un estado asustadizo  a   furioso. Mi mirada se estremeció y  la frente se arrugó. Ahí recordé, esa risa, esa horripilante risa,  esos dientes y garras tan largas y filosas, y esa mirada perturbadora. Era el juguete del primer día. El hijo de p... tenía la capacidad de transformarse.
Decidí subir las escaleras y retornar a mi habitación por el pasillo. Entré y me puse el pantalón, salí afuera invadido en enojo con la misión de encontrar algún elemento para asesinar  al desgraciado. No le conté a mi madre porque seguramente me trataría de paranoico o loco, y creanmé, eso no me gusta para nada,  a nadie le encantaría que lo lleven al psicólogo. Entonces,corrí por la oscura noche en el patio trasero de mi casa, y me fui hasta el viejo cobertizo de chapa que se ubicaba al fondo entre las  cargadas copas de los árboles de robles. Comencé a buscar algún objeto que me sirviera para hacerle sentir a ese duende asesino lo que significa el dolor, pero no había muchas cosas, sólo una filosa hacha  que me cautivó y me hipnotizó hasta cogerla con las manos, cargarla en mi hombro con suma pesadez y llevarla con dificultad hasta el interior de mi caza.
Cuando entré a casa, caminé por el pasillo y entré con furia al latico  bajando por las escaleras.
Allí estaba el desgraciado, había amarrado sobre una silla a mi mamá y le pasaba la lengua por su cuello al mismo tiempo que posaba  malditas garras bañadas de sangre  sobre este y me decía:

-La voy a asesinar, y luego te asesinaré a tí.

-Quien eres y que quieres enano del demonio. ¿Eres el duende Jack verdad?  Le contesté con un rostro furioso.

-Solo quiero divertirme, ya sabes, como lo hice cuando robé tu tortuga el primer día  que  llegaste, ahora despanzurraré a tu madre hasta que sus entrañas caigan al suelo. Asintió el duende malévolo con una mirada perversa.

Comenzó a punzarle el cuello a  mi madre, y al hacerlo me volví tan loco que tomé la tortuga de arriba de la mesa y  se la sacudí en la cara. Lo que lo desestabilizó y le hizo resbalar por el charco de sangre hasta caer de espaldas y de nuca sobre el suelo. Me abalancé sobre él y tome la filosa hacha.  Desesperado él tomó mi brazo derecho y comenzó a enterrar sus garras al mismo tiempo que me miraba con sus ojos diabólicos, pero lo agarré del cuello y ,mirando todos los cadáveres bañados de sangre  tirados por el suelo del  cuchitril, le  rebané la  cabeza como a una rodaja de pan. Su cabeza se fue rodando por debajo de la mesa hasta detenerse contra la pared, sus ojos desorbitados mirando fijo hacia el  techo quedaron con enojo, y su cuerpo tendido lanzando un reguero de   sangre que se impregnaba en mi ropa.
Desamarré a mi mamá y le dije que nunca más volveríamos a entrar a ese horripilante lugar, nos vestimos,  tomé mi tortuga, llamamos el camión de mudanzas y nos marchamos a lo de nuestro abuelo.
Al día siguiente, desperté con mucha sed, tanto que fui a la cocina del abuelo a tomar una botella de agua de la heladera, y cuando retorné a mi pieza, una carta de papel escrita con letras de sangre decía; "Volveré, volveré y les juro que los destriparé".