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jueves, 25 de febrero de 2016

La pieza

-Este es el lugar, dijo mi viejo, quien caminaba  cargado de mochilas  sobre la oscura calle de tierra por delante mío, junto al  taciturno hombre de sombrero negro.
Y se preguntará usted porqué caminábamos 14 kilómetros a altas horas de la noche.
Eran tipo las 21:30 en ese entonces. Aquel trecho era totalmente inaccesible si de transportarse en vehículos nos referimos. Había unos pozos inmensos que parecían cráteres, es más, por momentos yo creía que caminaba por la luna, pero luego despertaba de dicho sueño y me daba cuenta que estaba equivocado, ya que la veía por encima mío brillando como un foco blanco en un oscuro arroyo. Pero la razón por la cual más entré en razón, fue por los pajonales. Eran inmensos, y sus puntas realmente filosas, pinchaban mis rodillas como alfileres escolares.
En aquel camino  debimos afrontar desdichados obstáculos, unos oxidados  alambrados eléctricos que cortaban la calle al medio,  y viejas  púas  que  lastimaban todas  nuestras  piernas puesto a que nos las tragábamos de lleno  entre tamaña oscuridad. Los  mismos habían sido colocados por los propietarios de la ascienda  para dividir y mantener juntos los ganados vacunos de diferentes razas.
 Debimos a su vez, atravesar un extraño   y silencioso arroyo que guardaba increíble pacto con las aves que vivían en aquel lugar. En dicho arroyo los arboles estaban quebrados, muchos de ellos caídos por encima de por donde pasaba el agua, creando así un pequeño puente que permitía el cruce hacia una sombría hectárea.
Cruzamos y continuamos de largo  hasta llegar a una vieja y vetusta tranquera de madera que se encontraba invadida por mohos verdes llenos de arañas. Tenía un oxidado candado que en tiempos de antaño hubiera sido de color oro, pero que  la mugre lo había tapado completamente.
Con papá, forzamos tirando hacia adelante la tranquera, pero no abría, asíque debimos pasar por encima de ésta.
Mi viejo fue quien cruzó primero, aunque  dejó a cuesta mío sus viejas  y pesadas mochilas que me tiraban hacia atrás como aquellos niños que son obligados  por sus madres a ir al jardín el primer día.
Cruzó, y luego lo hice yo. Me daba repulsión hacerlo puesto a que cuando apoyaba mis limpias manos sobre la vieja madera, tres arañas culonas y tapadas en moho se me subían con vehemencia, como anhelando meterse por debajo de la manga del buzo de lana. Esas arañas tenían ojos bastante grandes, los más grandes que había visto en mi vida, y parecían mirarme fijo.
Salté en desespero, y con terror las saqué de encima mío, aunque ello me llevó a  caer y golpearme el rostro sobre el duro colchón de tierra.
Al levantarme sacudiendo la tierra impregnada sobre mi ropa, contemplamos  desde lo lejos con mi papá, un bulto negro. Aquel bulto no se movía para nada, y se lograba ver con comodidad pese a la espesa y desolada oscuridad.
Nos acercamos   respecto a la ubicación de la mencionada figura, accedimos por al lado de un altísimo molino que pese a no haber viento, sus hojas giraban lentamente,generando sobre uno de sus pequeños tubos de chapa el goteo asiduo de una putrefacta  agua que chorreaba y caía hacia la verdosa  batea de portland.
Cada paso nuestro, la imagen medraba y se hacía más y más grande, hasta que al fin descubrimos de que se trataba. Era la casa.
Lo bueno es que cuando quisimos acordarnos de todo lo malo que pasamos, al fin llegamos.
Cuando llegamos a la casa, a eso de las 23:00 horas, apercibimos que  había muchas cosas para refaccionar. Se situaba en un   lugar abandonado, justo    sobre una esquina donde a su frente,  se ubicaba un viejo tanque de agua de paredes vetustas, y como de 20 metros de altura.  Donde un pequeño y viejo foco  que recibía escasa energía de las torcidas  y alineadas torres eléctricas yacía sobre un pelado cable produciendo una anaranjada y moribunda luz que apenas permitía  notar su presencia. Tan triste era esa luz que parecía ser una luciérnaga paralizada en la oscuridad.
 No había ninguna casa a su  alrededor, ni personas. Tampoco había animales,solo arboles altos y totalmente cargados de hojas secas.
Llegamos y entramos, excepto  el propietario de la casa, aquel hombre de sombrero negro  quien ni siquiera sabíamos como se llamaba, y que si bien nos acompañó hasta aquel lugar, no quiso entrar, no sé porqué,solo dijo que se sentía mal y que pretendía tomar aire fresco sobre una de las sucias y resquebrajadas verjas de la entrada.  Aquel señor era bastante taciturno, un hombre bastante alto y delgado, de semblante extremadamente blanco, y de mirada seria.
 Al ingresar  fue que  entendimos el porqué de su tan e impresionante módico costo. Es que solo con la firma de mi madre, y  el pago de 10 chelines podríamos obtener un hogar  por poco deplorable. Digo así  porque la casa estaba dividida en dos partes; la parte de adelante, un habitáculo  nuevo por dentro y por fuera, sin pintar claro está,  en donde  aún perduraba el grisáceo revoque de cal y cemento subsumido por una leve capa de mohos verdes. Sí, de esos como los de la tranquera invadidas de asquerosas arañas culonas.
 Su frente no tenía iluminación, ya que la línea de electricidad solo poseía un cable, el cual desembocaba en el foco de la esquina. Pero  al menos poseía una mesa redonda,cuatro viejas  sillas  de madera que  se ubicaban en el medio de la sala, y dos extraños faroles  con focos de yeso que tapados en un manto grisáceo de  tela de araña  y  sobre la mesa yacían. Eran de un raro diseño.

El piso de aquel lugar estaba ya terminado con unos enormes cerámicos blancos que parecían haber sido colocados  hace horas debido a las marcas con cal de las zapatillas de los albañiles que aún no se habían borrado.
Pero la segunda parte era totalmente diferente. Lo sabíamos sin haber abierto aún la  vieja y descolocada puerta de madera( que tenía un agujero negro que la hendía desde  arriba hacia abajo)ya que por fuera, estaba sin revocar. Era la única puerta interior que hasta el momento conocíamos de la casa y que se lograba contemplar, aunque desconocíamos su interior.
 Especulamos que quizás allí detrás estaban nuestras piezas, por lo que  intentamos abrirla. Cogí de su picaporte de acero y le giré, empero estaba totalmente cerrada bajo llaves. Fue allí cuando le dije a mi viejo que valla en búsqueda del hombre que nos vendió la casa, que le diga si nos puede dar las llaves.
Papá salió rápidamente dejando la puerta en par en par hasta llegar al final de la vereda, hasta que la punta de sus gordos dedos encarcelados por aquellos zapatos de cuero vetusto  y arrugado se tildaran como un suicida sobre la cornisa de un rascacielos. En fin y para no seguir boicoteando, les diré que fue allí justo donde detuvo su marcha.  Su cuerpo quedó inmóvil y sólido, tan así  como las gárgolas   de la cátedral en Notre Dame.  La  mirada  que en aquel momento poseía demostraba una sorpresa inconmensurable y sus ojos arteriosos y rojos, parecían que en cualquier momento caerían sobre la desnivelada superficie de la entrada.  Habían quedado  perdidos en los aparragados arboles que escondían un extraño secreto con el oscuro camino que nacía en medio de su interior. Vaya a saber hacia donde nos dirigiría.
El extraño hombre ya no estaba más. Ante esto, mi padre gritó   desaforadamente mirando hacia arriba, pero no venía nada. Había desaparecido.
-Dejá al viejo pelotudo, vamos a ver si podemos abrirla, le dije.
Busqué para asegurarme, algún utensilio u herramienta cual fuere para destruir la oxidada cerradura.
 Fue así, que entre los cajones de la mesada, pude recabar un destornillador y cuchillo.  Me arrodillé ante la puerta para estar a la altura de la cerradura, y comencé a forjarla desde los tornillos. Cayeron tres al suelo, aunque el último, el cuarto para ser precisos, estaba totalmente apretado.  Quien fuera que lo hubiese hecho tendría la fuerza de un remolque, porque tan apretado estaba que por momentos me hacía pensar si solamente se trataba de un dibujo en la cerradura de chapa.
Pero seguí con mi conjetura y afronté mi trabajo.
Con la punta del cuchillo hinqué sobre su borde con vehemencia, hasta romperlo completamente.
Un extraño sonido se sintió detrás de la puerta  en el preciso instante que  el cuarto tornillo cayó al suelo, como si algo detrás de la puerta raspara  su madera.
-¿Qué sucedió dijo mi padre?
La perplejidad comenzó a carcomer mi alma, y la única fuerza que en mí vivía  era la que mantenía mis rodillas sobre el polvoriento suelo y sujetaba mi cuerpo para que no cayera.
Sin conocer aún lo que había detrás  de esa maldita puerta, no precisaba ser ningún brujo para saber la procedencia de  ese sonido. ¿Tal vez alguien encerrado que querría salir de allí?
Un rechinar comenzó a producirse lentamente, insoportable como el chillido de un bebé recién nacido que pide por su mamadera.
La puerta comenzó a abrirse y la oscuridad de su interior comenzó a dar sobre uno de los opacos sócalos de madera que pegados sobre el pie de la pared de entrada yacía.
Se destrabó y logramos al fin abrirla. Lo que primero observé fue su parte trasera, puesto a que el ruido de hace instantes parecía haber provenido desde allí. Ese extraño sonido como  el de que  algo la  rayara, como si alguien, o algo hincara un filoso cuchillo y con una mefistofélica sonrisa arañase la puerta. Pero  nada había allí.Ningún indicio de arañazo, cortadura o mordedura. Muchas veces,  hay grandes posibilidades de que estas viejas casas sean invadidas por las ratas, ya  que los roedores se desviven por morder y caminar sobre la madera.
Cuando la abrimos pudimos acceder a su interior, pero no lográbamos ver nada. Estaba todo oscuro y vacío, solo nuestras voces hacían eco en lo que pareciera ser un inmenso y profundo pasillo, en donde solo el frío que ingresa por las rendijas de los mohosos ladrillos vagara todas las noches en cada sombrío rincón.
 Desde afuera introduje mi mano sobre su oscuridad para captar la presencia de alguna tecla o foco.Quien sabe, quizás las viejas torres manden algo de   electricidad  a esa zona de la casa.
De todas maneras  no podía contemplar nada . Lo único que podía palpar eran las húmedas  y porosas paredes que cuando pasaba la palma de mi mano por encima de estas, gotas gruesas de agua que chorreaban  me empapaban  por completo.
Papá tomó uno de los despintados  faroles de  la mesa , y entre sacándose las viejas telas de arañas  de éste, que se habían pegado sobre su brazo, giró y sopló el tierrozo mechero hasta encenderlo.
Una enorme flama anaranjada que por momentos parecía estallar toda la casa, iluminó el oscuro y frío habitáculo de la entrada, como también el perplejo rostro de mi viejo. Él me lo dio, y nos acercamos a la entrada del pasillo. Cada paso que dábamos la luz comenzaba a resplandecer la fría y húmeda oscuridad de aquel lugar. Las paredes eran totalmente costrosas, sucias y resquebrajadas. El  hueco piso, que de una pútrida y oscura madera era, rechinaba por cada paso que dábamos. Su sonido hacía doler nuestros oídos, y parecía que en cualquier momento se desfondaría hasta dejarnos bajo tierra.
Cada paso que daba miraba hacia abajo, e intentaba ver más allá de las delgadas líneas oscuras que unificaban la tabla del piso de madera. Creía que allí, algo raro habría, y que sacaría sus garras hasta cortar unos de mis talones para llevarnos hacia lo profundo.
 El lugar poseía un asqueroso olor, tan nauseabundo era que tapábamos  los orificios de la nariz con la manga de los  buzos.
El pasillo era extenso, estrecho pero sumamente extenso. Apróximadamente 60 metros era su longitud por lo que habíamos visto por fuera. Parecía no tener fin.
Papá me dijo que continuemos caminando, que seguramente más adelante estarían nuestras habitaciones. Pero yo no quería, la verdad prefería  retornar y dormir arriba de la mesa antes que recorrer tan largo pasillo. Yo iba adelante, mi papá a espaldas con una de sus manos puesta en mi hombro derecho para  no perderme en la oscuridad. Caminamos y caminamos mientras la luz alumbraba hasta dos metros de largo y alto en nuestro recorrido.
En uno de esos parpadeos, vi  spbre  el amarillo reflejo de la pared, una veloz sombra  pasar por delante mío.
-La viste viejo. Le dije asombrado  a papá.
-¿No hijo, qué pasó?
-La sombra papá, la sombra.  Algo cruzó rápidamente por    delante mío.
-¿Habrá sido una rata?. Cuestionó el viejo.
-Seguro, no era demasiado grande, pero sea lo que sea, mañana cuando la luz del sol emerja, vamos a tener que fumigar y desinfectar varias partes de este lugar.
- De eso no hay dudas. Me dijo.
Seguimos caminando lentamente, hasta que mi viejo, quien posaba su otra mano sobre la pared, me dijo retumbando en ecos el pasillo:
-Acá está, acá esta. Alumbrá acá, haber.
Alumbré,y   entre aquella inolvidable oscuridad que pude romper con la esplendorosa luz del  farol, alcancé a ver una puerta de chapa gris que semiabierta se escondía sobre la pared. No sé como hizo para verla mi papá, lo único que sé es que había pasado desapercibida ante mi distraída mirada.
La empujamos, y con cautela asomamos nuestros rostros por la abertura.  Allí estaban las camas. Era muy extraño ver en un pasillo sucio y deplorable que parecía no haberse abierto durante años, una habitación con semejante orden y limpieza. En su interior, dos camas tendidas yacían sobre el pulcro  suelo, que si bien era de revoque, estaba totalmente limpio, como si alguien nos estuviese esperando o tuviera huéspedes.
-Al fin llegamos a la pieza. Dijo mi viejo con un rostro de cansancio.
-Qué bueno. Le contesté tirándome  exhausto de espaldas sobre una de las camas.
El farol quedó en el suelo, iluminando  con su amarillenta luz los  sucios  y húmedos cielorrasos  de madera  que en lo alto del techo estaban, colgando sus telas de arañas.
-Propongo que nos quedemos  y que no volvamos hasta mañana a la entrada. El camino es muy largo para volver hasta aquel lugar, asintió nuevamente papá mientras descargaba la mochila de su espalda y la dejaba en el suelo.
-Propongo que sí papá. Ni ganas tengo de volver hasta aquel lugar, respondí con los ojos cerrados.
Mi viejo cerró la puerta, y también se acostó.
El farol seguía encendido.
-¿De quién habrá sido este vetusto lugar? ,papá.
-No sé, pero tiene años y años. Así me lo dijo un viejo anciano que contactó con el propietario de la casa.
Papá se durmió de repente, sus ronquidos comenzaron a retumbar en la pequeña habitación y no dejaban dormirme. Arranqué  unos algodones de la almohada y en forma de pelotitas los introduje sobre mi oído. El ronquido dejó de sentirse a partir de allí y pude cerrar los ojos con tranquilidad hasta hundirme en un sueño profundo.
Las horas pasaron y tipo cuatro esto fue lo que pasó:
Algo comenzó a apretar mi  pecho justo en el instante que respiraba  dormido, no logro recordar bien como era, si dolía o no, lo único que recuerdo es que aquella presión era  como si un gato o algo permaneciera acostado  durmiendo sobre mí. Pero aquel peso era de gran magnitud, como si de algo mucho más pesado que un simple gato yaciera sombre mi tórax. No podía respirar, el aire se me entrecortaba  y eso hizo que mis ojos se entreabrieran, aunque  mi cuerpo estaba paralizado,y  no podía moverse.
Al observar más allá de mi pecho, al llevar la vista hacia lo lejos sobre la pared, bien de frente sobre mi vista, una borrosa sombra se posó frente a mi, estaba retirada,  a unos cinco metros apróximadamente, pero al fin y al cabo, parada enfrente mío. Se movía por toda la habitación, de derecha a izquierda, pero no se lograba ver a la perfección. Fue en ese instante que mi garganta comenzaba a picar, generando la expulsión de una seca tos que hizo romper aquel parálisis motriz. Me ahogué, y tomando el cuello con mis dos manos vomité.
Desesperado y mientras derramaba un hilo de saliva por mi boca, miraba hacia la pared para observar la sombra, aunque no estaba más. Quizá habría sido aquel malestar físico lo que me hizo caer en un poso de alucinación.
Toqué a papá para despertarlo, pero dormía como  los albañiles  que trabajan todo el día, asíque lo dejé y volví a la cama.
Intentaba dormir pero se me hacía imposible, daba vueltas en la cama pero era en vano, el colchón era  muy duro, y tras de eso, un asqueroso olor a putrefacción comenzaba a emanar tipo 3 de la mañana. Yo no entendía como mi viejo lo soportaba, y crean que tenía ganas de ir afuera, pero atravesar aquel oscuro pasillo no era para nada lindo.
Pasaron minutos en los que no pude dormir, sin embargo mis ojos comenzaron a cerrarse, desgraciadamente  justo cuando dos golpes retumbaron sobre la puerta de la habitación. Nunca había escuchado un golpe con letal furia, y menos en un lugar tan silencioso en donde ni siquiera el sonido de las aves se sentía. Sin lugar a dudas, aquel estallido sobre la  puerta de chapa  despintada   en la habitación me dejó perplejo.  Me quedé sobre la cama asustado, con el cuerpo casi sobre el borde. Mi corazón palpitaba, y la garganta parecía que por momentos saldría hacia afuera,imaginando que algún tipo de ladrón estaría afuera. Quedé bajo las sábanas por una gran variedad de minutos y el sonido   dejó de sentirse. Lo raro era no se sentía nada desde el otro lado de la puerta,  ya que cuando nosotros habíamos caminado, todo el pasillo rechinaba.

No obstante de  haber pasado los minutos, un golpe  sumamente   amilanador retornó con mayor vehemencia(papá continuaba durmiendo). Ese sonido hizo que asustadizo me escondiera debajo de las húmedas cobijas que hacían picarme la piel por su áspera tela , empero no me quedó otra que intentar ver de que se trataba.
Sobre la puerta, casi cerca del picaporte de acero quirúrgico,  un pequeño agujero emergía,  era bastante chico, pero bastante utilizable como mirilla. Al apoyar los ojos sumidos en perturbación,  lograba estudiar el largo y oscuro pasillo  que componía gran parte de la casa, y  que la única luz que conocía era la de la luna que  penetraba el detrozado techo y chocaba contra la pared. Esa luz era muy blanca, y sobre ésta, una línea negra la cruzaba hacia la mitad. Quizás fuera la de algún cielo raso caído, aunque los cielo rasos no se mueven, y para ser sinceros, esa línea se había corrido.
El golpe volvió nuevamente, y esta vez fue destructivo, tanto, que la puerta de la habitación voló por el techo y quedó tirada sobre el suelo. Perplejo quedé, y no tuve otra opción que salir al pasillo para ver de que se trataba. No había nada ni nadie, solo aquel chiflete  frío que ingresaba desde afuera penetrando las pequeñas grietas de la pared, y solo aquella luz blanca de la luna que pasaba por el agujero en el techo y se estrellaba contra mis ojos achinados que intentaban ver con profundidad la luna pero que no podían hacerlo.
Volví a la cama, pero no dormí, no después de aquellos sucesos extraños. Solo tapé mi cabeza y  me sumí en la oscuridad de las cobijas(el farol seguía encendido).
Pasó una hora y todo había desaparecido, los sonidos  y los golpes, asíque me relajé. Aunque algo extraño me llamó la atención.
Relajado completamente cogí las arrugadas cobijas que quedaron abolladas en el respaldar de la cama y me tapé hasta la cabeza para obstruir todo el viento que ingresaba por las mencionadas rendijas. Los ojos comenzaron a cerrarse lentamente, y el sueño comenzó a relegar de mi mente todo lo transcurrido anteriormente.  Me dormí.
Cinco de la mañana aproximadamente desperté, con la cabeza debajo de las cobijas. Mi mirada se fijo sobre la tela de las cobijas que me sumergían.
Pero algo raro ocurría una vez más.La maldita sensación  como de que algo respirara sentado frente a mí, por fuera de la cobija, sentía la fuerte  respiración de algo, tal vez la de mi viejo que roncaba como motor de auto descompuesto, empero él no era, puesto a que tras levantar levemente la cobija y mirar por una rendija, se ubicaba dándome su espalda, de cara contra la pared.
La respiración medraba más y más, y parecía que levantaría mis cobijas en cualquier momento. Pero se detuvo finalmente. Aunque un raro sonido comenzaba a sentirse desde los barrotes del guardaespaldas de mi cama  que por cierto parecían arpas,comenzaron a sonar, como si algo se  frotara  por encima tratando de emitir algún sonido musical.
Harto de tantas interrogantes,   decidí poner cartas en el asunto y terminar con el misterio.
Me levanté con sagacidad haciendo volar por los aires la cobija y quedando de pié sobre la cama.
El resplandor del faro comenzaba a desvanecerse, hasta que lo hizo por completo, dejando la habitación fría y oscura, como cuando habíamos ingresado anteriormente.
Fue  allí  que al posar la visión sobre la pared, cerca de  la entrada de la habitación, parado frente a mí,la extraña imagen de una mujer apareció. Una mujer de pelo negro y    semblante demacrado,  de larga túnica blanca,  tan blanca como una hoja de papel y como también su piel, con su mirada mefistofélica  que se fijaba hacia el pasillo, sonrió y sus largos dientes se lograron ver, eran muy finos, pero extremadamente filosos, terminaban en forma de punta.
Mi cuerpo paralizado quedó, sumido en un mar de perturbación y temor, pensaba que a ese ser no le agradaba para nada nuestra presencia. Nunca había sentido semejante miedo, brotaba por cada poro de mi arrugada piel, llevándome a un desquiciado estado de animo que me hizo temblar.
Los ojos que poseía  aquel ser eran más oscuros que el fondo  de un lago de fango, y parecían que registrarían cualquier intento u movimiento para escapar de ese maléfico momento.
Su risa medraba cada momento, cuando el temor subsumía la poca felicidad  de mi alma, los pálidos labios de esa mujer se acercaban aún más a sus orejas.
Se abalanzó lentamente  ante  mi parálisis, posando la mirada sobre el cuerpo dormido de mi padre. Y fue que con siniestra risa se dirigió rápidamente sobre el cuerpo dormido de papá.
Yo me tiré encima de él para protegerlo, y fue entonces que un grito desgarrador resonó por todos los vetustos rincones de la casa. La pobre cama se quebró,y sobre el piso quedamos. La mujer había desaparecido, y nos levantamos.
Quizás fue aquel sonido hueco que al pisar la madera nos llamó más la atención, que el extraño fantasma,puesto a que debajo de las camas, en las cuales habíamos estado dormido hace instantes, el cadáver de un señor  de sombrero negro yacía pútrido y verde, arrugado e hinchado sobre un cajón de algarrobo brilloso. El señor se parecía bastante a alguien, aunque no lograba recordar muy bien de quien se trataba. Debí escuchar la palabra de mi padre para darme cuenta; "Ese es el señor que nos vendió la casa y nos acompañó hasta aquí", asintió con cara de asombro.
-Viejo choto, nos trajo hasta acá para esto. ¿Para que nos asustemos? Qué hijo de puta.
Y al otro lado de la pared, debajo de mi desordenada cama, otro cuerpo sin vida se ubicaba, boca abajo, desnudo y frío como las paredes de la pieza. Parecía haber pasado años y años allí debajo. La mujer era la fantasmagórica figura que hace instantes me había atemorizado tanto.
-¡Vamos, vamos! Le dije a mi viejo rompiendo el trance hipnótico  que había nacido entre aquel arrugado cadáver y mis vidriosas pupílas.
Corrimos desaforadamente por el oscuro pasillo, y tan grande  era el miedo que poseíamos que ya no caminábamos lentamente como lo habíamos hecho antes. Algo comenzó a dar pasos por detrás mientras alocados llegábamos al final del pasillo. La mujer apareció por detrás nuestro, con su diabólica risa, flotando en la oscuridad, y dejando entrever de que ya era imposible escapar, y que nos quedaríamos allí encerrados y asustados para siempre.
No recuerdo bien que pasó en aquel lugar, ya que al llegar a la puerta e intentar mirar la distancia en la que se encontraba la mujer, nuestras frentes estrellaron contra el marco de la puerta y desvanecidos quedamos.
El despertador de la mesita de luz sonó en mi pieza, y la voz de mi madre comenzó a llamarme para el desayuno. Me levanté y sonó el timbre, al asomar mi rostro por la ventana, pude contemplar la presencia de un extraño sujeto, de sombrero negro y adulto.
Mamá dijo ahí abro, yo le dije, no no habrás, es el viejo que vende medias. Y me hizo caso.
Tocó una vez más, y como nadie atendió se retiró cordialmente, y siguió tocando por las puertas de la casa de algún vecino, hasta que un boludo lo atendió.
-Hola, si  que se le ofrece.
-Un gusto, vengo para ofrecerle un hogar que se ubica retirado del pueblo.
Fin.



jueves, 18 de febrero de 2016

El gato de Tom

Asesinar cruelmente a los  animales    era algo muy placentero y cotidiano para el pequeño Tom, un adinerado niño de siete años, malcriado, y a quien los padres le cumplían todos sus  desdichados caprichos.  Pero volviendo al tema de los animales, haciendo referencia al sufrimiento que recibían estos,  era    la máxima diversión y lo que más   le hacía feliz. Todas las noches, antes de dormirse, acostado  boca arriba y con   mefistofélica catadura,  se  la   pasaba ante la oscuridad pensando a qué animal haría sufrir al día siguiente.
La sonrisa de Tom se estiraba de oreja a oreja  cada vez que la humedad se disipaba por el ambiente y   la lluvia comenzaba a caer lentamente, puesto a que dichos factores climáticos generaban la presencia de los sapos.  Aquel clima generaba las reuniones de los gordos  anfibios que  rondaban por el verde patio realizando sus ciclos de vida(comer insectos, reproducirse, etc...).En  esos momentos, el niño cogía del cajón del aparador  uno de los filosos cuchillos que su madre utilizaba para cortar la carne y por la puerta de atrás salía para comenzar con su felicidad.   Cada vez que él caminaba con   diabólica  mirada cerca de los sapos, estos se alejaban. Parecía que los seres apercibían una nueva  masacre, como aquella que el desgraciado había realizado por el patio en tiempos de antaño. Empero no podían correr demasiado,   al fin y al cabo, el ñiño era más rápido que ellos, y uno terminaba muy mal.
Tom  lo tomaba   de las patas, y  lentamente le cortaba estas dos  traseras, haciéndolo arrastrar   con vida por la vereda de ladrillos. Ese anfibio se arrastraba en agonía, una agonía cargada de dolor que producía una aterradora risa en  el rostro diabólico del niño, quien ponía en cuestionamiento si   realmente era un humano,  o de  un diablo se tratase. A otro de los sapos, con la punta del cuchillo le arrancó los ojos como cuando alguien destapa una botella . También lo dejaba con vida, y luego,  en una hornalla de cocina encendida lo quemaba a fuego mínimo. Su madre al verlo, ni un regaño le hacía, solo lo dejaba pasar.
Pero no solo los anfibios eran sus victimas preferidas, sino que había algo que más que le causaba excitación hacer desangrar lentamente... los perros.
Su vecino Max había recibido el regalo de cumpleaños,  un pequeño canino  de  raza mestiza,de cuatro meses llamado Scott. Era muy lindo, extremadamente peludo y de color anaranjado, parecía un peluche. Por la ventana el malévolo niño lo observaba todos los días, con un charco de sangre reflejado en sus oscuras pupilas, y    un día tuvo la oportunidad de encontrarlo cerca. La familia junto con Max habían viajado unos días a pasar las vacaciones, y el perro, quien encadenado había quedado se soltó. Anduvo rondando  varias horas por todo el barrio, jugando con otros perros, hasta que por desgracia cayó en la casa de Tom.
Inocente el pobre canino se acercó a jugar con el niño, quien lo alzó y llevó al patio trasero. Cerró las pequeñas puertas para que no lograra escapar, y por un buen tiempo allí lo tuvo. En un trozo de carne, el niño incrustó varios clavos oxidados, de esos pequeños, y se los sirvió al perro en una bandeja. El animal comió, incluyendo a los clavos, quienes envuelto en la jugosa carne estaban. El perro comenzó a gritar de dolor, gritó toda la mañana, gritó toda la noche mientras el niño cerraba los ojos. Escuchaba ese grito de sufrimiento y sonreía con los ojos cerrado. Hasta que al día siguiente,  el perro de Max amaneció muerto sobre un charco de sangre, sangre que fluyó a través de la bocanada que lanzó  tratando de despedir los clavos.
Tom cavó un poso  profundo para no dejar cabos en el vecindario, tomó al animal sin vida y  lo arrojó con vehemencia hasta el oscuro fondo. Lo tapó,    escupió sobre su tumba, y giró para marcharse. Empero al darse vuelta para continuar su camino, alguien lo detuvo, alguien que obstaculizaba  su marcha al mismo momento que lo observaba con una dulce y cautivadora mirada, un pequeño gatito de color blanco.
La mirada de aquel felino parecía que alguna vez había visto aquella oscura y maldita figura del niño. El gato, lo miraba y se sentía a gusto estar, por primera vez, con un extraño al cual parecía conocerlo desde hace tiempos.
Lo miraba, y solo, le pedía comida. El pequeño lo esquivaba con  rostro de canguelo(ya que si había algo que le producía inconmensurable repulsión era  la presencia de los gatos) y se dirigía hacia la puerta trasera de la casa para entrar, pero el gato no se despegaba de él, y a pequeños saltos, con extraordinaria felicidad lo perseguía por detrás.
 Sin embargo, cuando el animal estaba por meterse entre la rendija de la puerta y el marco, el pequeño le cerró  con contundencia, y el felino quedó allí,  sentado sobre la vereda de ladrillos, mirando fijamente   a Tom, a través de las ventanillas de la puerta, con sus enormes y amarillentos ojos, anhelando devastadoramente ingresar al hogar.
Tom se dirigió por la puerta hacia el living, y el gato saltó para con sus filosas garras hincarse sobre los bordes de goma de las ventanas de la puerta.
-Gato idiota, vete a casar pájaros, ni creas que te alimentaré- dijo Tom hasta alejarse por completo de la puerta.
Había algo en Tom que al gato le atraía, y más allá de una simple fobia, este último  poseía algo que detenía los sanguinarios y crueles actos  que dicho niño realizaba sobre los seres.
A instantes(mismo momento en el que el muchachito  ubicado en su pieza descuartizaba con vida a un pequeño pájaro)la puerta de adelante comenzaba a sonar, como si alguien intentara abrirla con brutalidad. Tom salió, y al abrir la puerta con desespero, el gato se filtró con la misma velocidad que la luz del sol lo hace cuando alguien   corre unas  cortinas. El animal  se acostó sobre uno de los almohadones del sillón de algarrobo que en el living se ubicaba, y se ronroneando giró, se afiló las uñas y se acostó. Y allí quedó. Empero Tom había perdido la paciencia, y con   tamaña euforia que hacía saltar sus venosos ojos hacia afuera,tomó una bolsa para deshacerse del pequeño minino. Lo cogió de la oreja y lo levantó en el aire con brutalidad, lo arrojó a su interior y se lo llevó hacia el patio trasero arrastrándolo sobre el suelo. Es así que cavó un enorme y profundo pozo y   con vida lo  sepultó completamente.
Pasaron tres días cuando el sádico pelafustán quedó  jugando a la playstation en su habitación y sus padres se fueron de vacaciones por unos días.
La casa vacía quedó, solo él y todos sus animales muertos sobre la mesita de luz que resguardaba en viejos y tierrosos frascos de vidrios, miembros de animales flotando  en una putrefacta y espesa agua de color verde pasto.
Cuando con un alfiler, clavaba sobre los ojos de un pequeño caracol,   este intentaba esconder su baboso y pegajoso rostro en   el  caparazón. El  niño, con una diabólica risa, refregaba la lengua sobre sus labios y se sentía feliz. Su alma medraba al caminar sobre la calle oscura del terror del caracol, y la de éste, que era enorme, aún más enorme que la del execrable  individuo humano, y más que cualquier ser humano, se perdió en el sombrío camino, comenzó a correr, mientras lo hacía empequeñecía, pero al final desapareció. Había caído , cayó a un extraño poso oscuro dentro de la oscuridad, cayó sobre los vehementes y sanguinarios puños del niño que golpearon sobre él al no poder hacer la incisión ante uno de sus ojos. Golpearon y lo aplastaron.
La puerta de adelante sonó brutalmente, como si algún individuo la golpeara a patadas. Eran asiduos esos golpes, imponentes como lo era el niño con los pobres animales. Cinco golpes se produjeron, uno más fuerte que el otro, hasta que el último, hizo estallarla contra la pared y hacerla volar por los aires.
Tom,  quedó asustado, y bajo la cama se escondió. Sus  malditos actos  se transformaron en un par de carne  insignificante envuelta en una vetusta frezada que   debajo de la cama temblaba.
Débiles pasos  comenzaron a sentirse por el pasillo mientras el niño se tapaba con cobardía, y una aguda y extraña risa se produjo. Los pasos empezaron a sentirse con mayor intensidad mientras él observaba e intentaba ver de que se trataba. Quizás fue en vano, puesto a que los pasos daban a centímetros de su oreja, y pese a observar desde el interior de las cobijas, nada había, solo las risas y los pasos, pero nada material.
Las luces se apagaron, la puerta se cerró lentamente  y el grito de Tom  retumbó todo el barrio. Aunque nadie lo escuchó, el barrio estuvo vacío aquel día. Pero, debo disculparme con usted señor lector, ya que quien si lo hizo fue Max, el dueño del perrito, que llegaba pronunciando el nombre del canino que nunca llegó.


Los días pasaron y los padres de Tom volvieron , pero  nunca imaginaron encontrarse con la peor y más trágica noticia. Al ingresar a la casa, yacía el cadaver de su hijo Tom, boca abajo sobre el suelo en un espeso charco de sangre, con sus piernas desmembradas, y los ojos extirpados. Con largos clavos hincados profundamente por todo su cráneo y brazos, y con su espalda totalmente destrozada, como si con la punta de un cuchillo alguien intentó escarbarle hasta arrancar sus vertebras.
 Su padre se desplomó de terror, y su madre entre llantos de cólera se reportó a la policía. Fue allí, que sobre el sillón, sobre el viejo sillón del living, la figura del gato emergió. Era el mismo gato que Tom había enterrado, pero esta vez estaba pálido,  y extremadamente delgado. Con su oscura mirada se acercó al cadáver del pequeño, y al hacerlo comenzó a beber su sangre. El gato se subió sobre el cadáver y allí quedó, sentado mirándolo, observándolo con sus  fríos, dilatados  y venosos ojos hasta siempre.