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lunes, 23 de mayo de 2016

 Alejarse de los temores tal vez es la decisión más correcta que una persona puede tomar, pero para convertise en cobardes. Cuando se sobrevuela como aguilas por encima de nuestros miedos, estamos dejando olvidado los sueños a los que dios nos ha mandado a conseguir. Sueños que se encuentran rodeados de demonios debajo de la tierra, que la perforan    con sus enormes manos,   y que esperan agarrarnos de los tobillos para deportarnos a un desconocido, pero aterrador lugar. Desean devorar al primero que intente adquirirlos.
Resulta ser al mismo tiempo, la más mefistofélica de todas las decisiones. Pese a  intentar escapar de aquel paralizador y oscuro  trecho, se hace imposible conseguirlo. Pues, mientras corremos y miramos alocadamente a nuestras espaldas,  el alma se oprime y encierra en un sarcófago con el cadáver de un  demonio   que sonríe y nos despelleja con los dientes, al mismo tiempo que cuenta en nuestras orejas, las cosas más diabólicas que alguien pudiera escuchar. Pateamos la olorosa y putrefacta madera, pero es imposible, es tarde escapar de allí cuando nos amarró para siempre.


El odio más profundo en el corazón de Jack emergió por el nacimiento de su   hermano. Cuando el hijo menor de la familia Robertson nació, se enteró que debía  mudarse a la vetusta pieza del tercer piso de arriba. El último   de la casa. Nadie lo conocía, aunque tal vez sí, pero valla a saber quién vivió en aquel lugar.  Desde el año 1883 que  no se sube a ese lugar. Épocas en donde  los ancestros de la familia  se embriagaban hasta la coronilla con oxidadas copas de alpaca que poseían largos tragos de un vino color sangre.
-Hora de subir, mañana acomodaremos   el tercer piso. Papá, prendió las velas  y se la dio a Jack para que pueda marchar a la habitación mientras Mamá daba de comer papilla con una cuchara a Ben, el bebé de la casa.
-Pero,¿Cómo voy a dormir en aquel lugar?, ni siquiera lo revisamos durante el día. Podría haber alimañas o algo por el estilo-respondió al aire  preocupadamente el niño mientras la anaranjada luz de la vela resplandecía en su rostro.
-Es una noche, no sucederá nada- dijo su madre.
Llegó el padre, por el pasillo de la entrada, destrozando los paredones de oscuridad con la amarillenta luz de la blanca vela de cera,y dejó las frezadas sobre la silla del comedor.
La madre quería mudar a Jack a como dé lugar. La pieza que desde los cinco años acompañó todas las noches y mañanas al niño, fue  destruida para la remodelación.
Los albañiles ya estaban trabajando asiduamente con sus martillos y cortafierros que destrozaban las paredes, como las bolas de demolición a los viejos edificios  que a pedazos caen en la ciudad de Buenos Aires .Sin embargo, una vez construida, quedaría para uso exclusivo del bebé.
Vivían en  una  enorme y ancestral casa de techo empinado, la cual fue adquirida por Isabel y Duque, padres de Jack  y quienes formaron  una pareja que abrió las puertas hacia un nuevo mundo al susodicho niño, el nacimiento.
La casa fue heredada por unos viejos papeles que llegaron mediante correspondencia en el buzón de madera de la entrada. Valla a saber quién fue el heraldo que los envió, porque cuando la puerta de la casa que alquilaban reprodujo dos suaves ruidos, y Duque salió corriendo a atender como perro descerebrado, nadie había afuera.
La carta, escrita con un extraño y delgado trazo de tinta negra, decía que en la calle Luro estaba la casa del abuelo de  Isabel. Y que los tramites de la sucesión se habían ejecutado correctamente.  Nadie había encabezado ningún papeleo,pues no sabían que en un abandonado rincón de la ciudad de Buenos Aires, un abuelo dejaría una casa como herencia. El abuelo Rodrigo, quien se mudó para vivir solo, había fallecido hacía ya 8 años
Al pie de la hoja, contempló la pareja, una serie de números que parecían ser el contacto telefónico  de alguien.  Una desconocida casa les había caído desde el cielo en el momento justo.

La pareja se mudó con todos sus cachivaches, y al pasar los años Jack creció, y se transformó en el niño único de la casa.  Pasó gran parte de su vida con sus padres, y en la habitación de abajo, ubicada  a un costado de la cocina.

El niño no quiso  subir, pero ni modo, era dormir en el frío piso de la cocina, o subir al tercer confín de la casa.

Comenzó a ascender por  la infinita  escalera de brillosa madera marrón.    giboso e invadido de bronca tras ser expulsado de la habitación por sus propios padres.  Cargaba  cobijas y almohada en su hombro. Ya se había hecho grande,y era tiempo de mudarse a la cima de la casa.
Jack dio el primer paso, y ascendió lentamente. Pisó siete peldaños, pero el último llamó demasiado la atención. Algo se pegó debajo de la suela de las zapatillas, como si hubiere pisado defecación de perro o gato. Se reprodujo un chasquido al intentar levantar el pie, y bajo la escalera, un extraño rechinar, como cuando una persona frota sus dientes. Aunque el ruido se generaba cada vez que el pequeño avanzaba.

Se detuvo, y   el sonido cesó. A partir de un cierto punto, a medida que se elevaba hacia el último piso, la escalera emitía el fragor. Es que esas maderas extrañaban que alguien caminara por encima de ellas.

Jack continuó su  marcha, pese a no poder contemplar siquiera por donde transcurría.Pensaba que transitaba en un oscuro y triste pozo, pero al tocar con la palma de su mano las barandas en diagonales de la escalinata, sabía que iba en el camino correcto, se dirigía a la nueva pieza.

Siguió caminando, con la vela en mano.Emitía un fuego anaranjado que  iluminaba gran sector de la casa, como también permitía observar la inmensa cantidad de polvillo que  sobrevolaba como paloma en el lúgubre ambiente.

El pasillo era corto, y sus paredes forradas en  lino. Colgaban viejos cuadros con dibujos, aunque sobre la puerta de la habitación, justo sobre el fondo, el recuadro de una familia yacía pendiente de   una piola amarillente, más percudida que la cara de  un vagabundo que duerme bajo la lluvia y sobre el barro. Era una foto familiar.

Había un hombre, con dos niños, y su mujer. La foto




La primera noche, sufrió demasiado.  . Es que era diferente a la de antes. Ésta, olvidada en la cúspide de la casa, no tenía iluminación, era enorme, y la luz amarilla de la luna destrozaba la monotonía de la oscuridad dando sobre la cabecera de la cama. Había dentro una mesa en la que yacía una pequeña lámpara sin foco,  y un pequeño y vetusto ropero sobre la pared.
Pero había un factor que era clave para medrar el susto de Jack. Su abuelo murió allí. Fue encontrado duro, pálido, con la piel machucada, parecía que lo  hubieran matado a  golpes. En su cabeza,  tenía enormes moretones. La autopsia determinó paro cardíaco. Al viejo lo encontraron sobre la cama, con los ojos abiertos mirando hacia el techo. Tenía una lágrima que descansaba en su arrugada mejilla, mientras que uno de sus brazos estaba pegado a la pared como un imán.

 A la  vez,  percibió que su vida había quedado sin nada, ya no era lo mismo vivir sin la pieza de la infancia. Se había despedido de los posters  de dinosaurios que pegó con su papá en la pared,  y alejado de él para siempre, ya que la pieza de ellos era lindante a  la que ahora pertenecía a su pequeño hermano, y éste, había robado todas las atenciones de la casa y familiares que venían.

 Además, sus juguetes, ya no eran los de antes. Cuando llegó del primer día de clases a su habitación, no estaban más. Su madre los había empeñado.
 Mientras en la noche triste, Jack,   se ubicaba en la cama acurrucado con los brazos sobre los hombros, envuelto de inconmensurable miedo,y con la piel fría como tempano, sintió un sonido. Alguien, en la parte de afuera,  sobre las ventanas,  merodeaba y arañaba la madera del árbol. Unas  sombras que se movían y parecían acercarse a su habitación, reflejaban sobre la pared, cobraba vida mediante la luz de la luna, y justo sobre su cabeza.   Pero, de un parpadeo, tan pronto la vio, la sombra se esfumó por completo.

Alrededor, todo era oscuro,  y apenas se podían contemplar el horripilante  payaso de catadura diabólica, con enormes y gruesos labios rojos que se ubicaba sobre la pared, sentado sobre una silla, mirándolo fijo  y denotando mover sus púpilas. Esos ojos,  pese a no girar siquiera la bolilla,seguían los movimientos de Jack,  los  que le hacían dar vueltas y vueltas bajo las sábanas de la  cama para poder arrancar un pedazo de sueño y así caer a su mundo feliz.
La pieza estaba llena de muñecos aterradores.  Su mamá,le había regalado y colocado en la repisa del rincón,  un juguete, prototipo humano. Es más, hasta podría haber jurado que sus mejillas denotaban pequeños posos de felicidad, como también asiduos parpadeos.  Pero al fin y al cabo, al mirarlo, solo era un simple pedazo de plástico, duro e inmóvil.
No obstante  a ello el niño se paró y dirigió a la ubicación de estos. Decidió ocultarlos en una de sus cajas vacías  de cartón que yacían bajo la oscuridad de la cama debido a que la mirada le  transmitía pánico.Los tomó de las cabezas y arrojó allí dentro para ubicarlos a un rincón y montar una de las sillas por encima.


Cuando Jack cerró los ojos para descansar, pudo contemplar, recostado hacia un lado,  algo justo en la oscura pared de su derecha.De todas las figuras que pudiesen contemplarse en la vida de un ser humano, ésta sin lugar a dudas era la más intrigante.  Se podría imaginar cualquier cosa, pero era extremadamente rara. Parecía moverse, y hasta acercarse al niño, pero al fin y al cabo no hacía nada, estaba allí, fija. Una imagen,  un manchón, grisáceo, con la forma de un rostro, un enorme rostro humano. Parecía ser de humedad, pero se movía, ¿o no se movía?. Era difícil saberlo. La oscuridad no  lo dejaba observar de la mejor manera. Desde lejos, parecía tener   ojos, una enorme boca abierta, y el resto era deforme, aunque Jack abría enormemente los  parpados pero no se aseguraba bien.






No sabía   si levantarse para prender la luz y comprobar de que estaba loco, o quedarse observando desde lo lejos, recostado sobre el borde de la cama, aquella extraña e indescifrable mancha en la pared.
Optó por  darse vuelta y quedar bajo las sábanas. La noche era fría, y sumado al leve temor que vagaba por su alma, la cama le amarraba el cuerpo como las anclas a los barcos.
Pero algo chistó de pronto cuando el niño estaba por dormirse. Inmediatamente éste, aterrado, endureció el cuello  y mismo cuerpo. No sabía bien de donde venían aquellos sonidos, si desde el rincón, si de bajo de la cama, o de los muñecos de rostro diabólico que su madre le había regalado.

-Hola, susurró de sopetón una aguda voz de indescifrable procedencia.
Jack no se dio vuelta, y quedó duro como estatua. Pero sus ojos comenzaron a girar  con vehemencia, a mirar alocadamente hacia todos los sectores del habitáculo. Temía que algo  malo con una aterradora fisionomía se encontrara  mirándolo.

-Hola, reiteró la voz. Hola, asintió nuevamente.

El niño no se movió, esperó cinco minutos y aquel extraño sonido desapareció.

Se sentían ruidos dentro del ropero.

Jack lentamente sacó mitad de la cara entre las cuevas de las cobijas, y amilanado miró hacia afuera,aunque nada había allí, solo la mancha en la pared.


Esa noche, el niño había quedado solo junto con su hermano, en presencia de un joven niñero llamado Stephen, quien teoricamente había sido contratado para cuidarlo todas las noches en los martes.

Jack bajó las escaleras y le reportó a Stephen que algo andaba mal en esa pieza, que alguien le hablaba en su interior. Pero Stephen, que  por la calle de la avaricia caminaba,  perdido en un desquicio supremo,con los ojos exaltados y subsumidos por pequeñas y delgadas venillas rojas de sangre, tocaba invadido en algarabía los sucios y olorosos billetes que conformaban un gordo fajo ya que  los padres del niño le habían pagado para cuidarlo aquella noche.

El pelafustán respondió con un sopetón en la quijada del pequeño, y lo encerró  en la habitación de un empujón hasta tirarlo sobre la cama, haciéndolo  llorar, y le dijo:
-Me vale la plata de tus sucios padres, no lo que digas. Así que no me molestes y deja de decir idioteces , pequeña patata podrida.

El niño  tironeaba del picaporte y pateaba la puerta para poder salir. Y la voz asintió nuevamente:
-Hola pequeño.
Miró a sus espaldas y no había nada.

Pasos   comenzaron a sentirse en el pasillo del tercer piso mientras Jack intentaba abrir la puerta. Era Stephen, quien retornaba para darle una tunda al niño. Se metió dentro de la pieza y comenzó a golpearlo con bofetadas arriba de la cama.
-¿Porqué gritas?-dijo exacerbado el niñero.
-Hay alguien en la habitación.
-Aquí no hay nadie idiota- respondió Stephen menospreciando la pregunta.
Pero el bastardo luego se detuvo, sintió que algo tironeó de su camisa mientras el niño cubría sus ojos. Solo un  desgarrador grito se produjo.Cuando  Jack miró,   estaba tirado sobre el suelo, duro, frío, y con los ojos vidriosos. Como si  se tratase de un paro cardíaco, tal como le había sucedido al abuelo. La piel del niñero parecía estar abombada, como si el cuerpo hubiese pasado una semana allí. Por su boca chorreaban delgados hilillos de sangre,  y emanaba un olor nauseabundo.

Los ojos de Jack quedaron pegados a las manos  y brazos de Stephen, pues, éstas, estaban apoyadas  a la pared, cerca de la mancha grisácea que descubrió el niño.








domingo, 15 de mayo de 2016

El verdadero ganador del fulbo




Si papá, que bien futbolero era,  hubiera presenciado mi peor acto de la niñez, me hubiera pegado una flor de patada en el culo delante de mis profesoras y compañeros. Sí, ya lo saben, me escapé  como todo un pelafustán por la enorme entrada de la escuelita del barrio La Estación en plena clase. Un lugar en donde los trenes, dos por tres, suelen pasar  frente a las tierrosas y viejitas calles que cruzan en la esquina de mi casa.
Pero no me detengo a contarles mi gran fascinación  por los vetustos trenes que llegan desde Buenos Aires, pues sino,  me autoavergonzaría  con  lo de mi mamá al contarles que siempre me asentía : "Mariano, ¿recordás cuando eras chiquito, armabas un par de arcos caseros con los ladrillos de albañilería que le robabas a tu papá  y estabas jugando a la pelota, mientras veías el tren pasar  y decías; ´mamá, papá, ahí viene el telelelén, el telelelén?´".  Aunque sí,  lamentablemente es necesario hacerlo, pues el partidito que se armó esa tarde, tuvo el gran apogeo justo enfrente, y mientras transcurría haciendo ruído, la pelota comenzaba a impactar sobre el paredón de ladrillos mohosos que el pelado Favere había construído para  limitar la cancha con las casas de barrio.

Eran tipo las cinco de la tarde más o menos cuando la profesora se distrajo y yo escribía sobre la ventana. Pasaron tres de mis compañero que la verdad, poco y nada interesaban por asistir a clases, me chiflaron y dijeron: " Euuuuuu... Marian, se arma picado,¿te prendés? Jugamos por una Coca y 10 pesos".
Acepté la petición, y por primera vez me escapé de la escuela. Me esfumé  del salón como un pequeño malandra, con una sonrisa picara, más bergante  y vaga era aquella sonrisa  que los pies de los borrachines  quienes  en el arrabal, bajo las plantas en pleno rayo de sol anaranjado, posaban esperando a que el partido comience. Estaban más duros y cansados que el sol que empezaba a retirarse en aquella tarde, que   parecía decirle a los árboles y nubes; "haber che, dejenmé un lugarcito que me voy a roncar un rato para luego   ver como juegan estos pibes".

Cuando salí corriendo y llegué a la canchita, tiré el blanco guardapolvo invadido en ansias,  dejé la mochila detrás del arco que daba hacia la calle de asfalto, y me paré en la cancha para jugar, con las zapatillas  sobre los secos pastos y la dura tierra. Apenas sobrevivían tres pastos verdes por allí.
Mientras  arrancaba el partido, veía que el tren pasar. Ahí estaban esperando los chicos, más  desesperados para jugar que los profesionales de River y Boca, Gimnasia y Estudiantes, o Independiente y Racing en un nuevo superclásico.
Yo fuí con la única finalidad de ganarle a aquellos tipejos que todos los días nos decían sobradamente: "¿cuándo jugarán, o arrugaron?"; "no tienen sangre" o "están cagados hasta las patas". Eso me estaba dejando las bolas más grandes que la misma pelota de cuero.
El partido arrancó, y la vieja y deshecha pelota, en la cual apenas sobrevivían dos cascos que parecían despegarse en cualquier momento, comenzó a rodar. Quisimos imitar al fútbol del Borussia Dortmund de  Jurgen Klöpp, moviendo de perspicaz manera la pelota, jugando asiduamente y a un toque  sobre el circulo central  imaginario, y contragolpeando como Marco Reus, Götze o Lewandoski se lo hicieron  en la Champions al Real Madrid.
Sin lugar a dudas la estrategia nos convenció, pues los otros pibes miraban y corrían como ovejas descarriadas detrás de la pelota, mientras lo único que podían alcanzar era la tierra que se disipaba por el aire y los dejaba secos desparramados medrando aún más su cansancio.

Sostuvimos el buen nivel hasta la mitad del partido, en donde anoté un golazo.
Los vagabundos miraban sentados todavía debajo del arco, bancándonos en cada posesión y gritando: "¡Qué equipazo por dios, como juegan al fúlbo!".
La primera parte terminó, y nos hechamos a descansar  exhaustos cuando la noche apenas nacía. Luego saltámos el paredón y cruzamos a lo del pelado a tomar agua de la canilla.
Volvímos y nuestra  magnificencia continuó con el show de la pelota sobre la vetusta canchita del barrio, una magia que nació con el motivo de ganarle al otro.
Estiramos el marcador,con   un nuevo  gol,de chilena esta vez(mío),  otro  de cabeza de Alan, y de Juan. Quedamos 4-0 y los pobres no sabían que hacer, ya estaban agotados,  y perdidos en la calle de la derrota.
"Qué fulbo por dios, estos tienen más fulbo que la delantera  Argentina del 86"- gritaban los viejitos halagándonos aquel sistema  juego.
-"Vamos que la Coca Cola y los diez pesos son nuestros muchachos"- gritó sonriente Juan mientras me daba la pelota.
Pero nunca imaginamos lo que nos ocurriría  a cinco minutos de que termine el final.
Los padres de nuestros chicos cayeron para destruír nuestro buen fútbol y  frenar la desgastada pelota sobre aquel potrero.
-Así que ustedes faltan a la escuela, ahora van a ver en las casas- gritaron  entre el tumultuoso grupo de padres mientras se llevaban a la rastras a los intengrantes de mi equipo.
Se llevaron a todos y quedamos tan solo yo y Alan. El partido se suspendió y nos ganó el otro equipo por abandono. Se reían de nosotros, faltó que nos cagaran a trompadas por sobornarles el pago postergado de la derrota y  nuestra magnificencia futbolera se iba al carajo.
Quedé llorando detrás del arco y uno de los viejitos vagabundos se sentó para hablarme, tocó mi hombro con sus olorosas manos y dijome con la botella de vino en mano:
-Euuu pibe, no te desanimes, jugaron con majestuosidad al fúlbo, no tuvieron suerte, eso fue todo.
-Pero perdimos, perdimos la Coca Cola, y los diez pesos, perdimos todo y ellos nos ganaron.
-Hijo, pero  en el fúlbo,a un título lo conquista cualquiera, la cuestión es conquistar el alma y corazón con una simple pelota. Ustedes no tiene el trofeo, y tal vez ellos sí, pero con humildad y sacrificio,   han representado bien al barrio, y han conseguido el verdadero título del fúlbo, nuestro respeto y amor incondicional por ustedes. Eso es el mejor trofeo que un jugador puede conseguir.
Esas palabras me rescataron del poso de la derrota, aunque nunca pudo evitar la terrible patada en el culo que mi viejo me pegó al llegar a casa, pues no pude bajar por dos semanas.


jueves, 12 de mayo de 2016

Fue el sótano

  La familia de Elbert y Alfred había llegado de las vacaciones el 4 de abril, justo en el día donde adquirirían el nuevo hogar. El hijo mayor de Raquel,  Steve, había sido quien la consiguió, aunque debió pagar muchísimo dinero para que los papeles se guarden en la maleta.
Aún nadie había ingresado a la casa,  y por   mísmas razones, aún no conocían el interior, solo por fotos. Aunque   Steve sabía como era, sí, fue él quien entró al hogar por primera vez junto al propietario.
Según había hablado por teléfono mientras sus padres daban tremendos baños de sol en las playas de Miami, la casa era excepcional, y por ello les reportó que firmaría. Éstos dieron una respuesta positiva, por desgracia. Sí, así es. La desgracia, algo que representaba a aquel lugar, o mejor dicho donde se producía habitualmente.
Pese a  la hermosura  y gran espacio que aquella mansión poseía, Steve había olvidado algo. Los extraños sonidos que provenían del fondo del pasillo. Incluso fue cuando él estuvo en la casa por primera vez, corroborando si todo estaba y funcionaba perfecto, que se escucharon ruidos, que parecían producirse desde aquel sombrío y desolado sector.
Pero nadie prestó mínima atención a aquel tan diminuto sonido, que apenas, podía desgarrar los inmensos trances de silencio que subsumían cada rincón, cada confín, de la enorme, y como les conté anterior mente, deshabitada mansión.

La última vez que sus puertas se habían golpeado contra el vetusto marco de madera, fue en 1970. Tomada por las enguantadas manos de los policías,  y cerradas con una brutalidad inconmensurable que se encontraba rodeada por el  terror y pánico de los demás vecinos.

 Los tres cuerpos de la familia de la esquina habían sido hallados  sin vida en el pasillo de la casa de Elbert. Elbert era el hermano menor, el chiquillo preferido y mimado de la familia, pero poseía otras cosas aterradoras que acontinuación les contaré.
 ¿Pero qué fue lo que pasó allí?   Todos poseían enormes rasguños en la parte de la espalda, aunque sería mejor decir, que los tres fueron descuartizados.
Las vertebras de estas personas habían sido extirpadas con gran astucia, la carne desmembrada con inconmensurable brutalidad, y habían sido deshuesados como un pollo.
Cuando la policía llegó a aquel oscuro lugar, pudo contemplar bolsa de pieles y órganos   flotando  sobre un espeso, oscuro y profundo  charco de sangre que burbujeaba como si alguien nadara en su interior. Y  cuando uno de ellos ingresó al lugar, el finado viejo Roodney (desde que lo conocí)pudo jurar por su santa madre que alguien estaba nadando allí en el charco,  lo alcanzó a sentir.  Aún ese sector desconocía las tristes iluminaciones de las viejas linternas  cuando se sentían los chapoteos que avisaban y guiaban  a los huéspedes  con armas en sus manos.
Al llegar con cautela al final del pasillo, encontraron a un muchacho, joven, casi demacrado, con grandes ojeras, y manos ensangrentadas. Estaba sentado sobre las salpicadas paredes que chorreaban enormes gotones  y parecían que desangraban, como los cadáveres de aquellas victimas.
Encontraron al muchacho perdido,  con la mirada fijando hacia la pared que se ubicada frontal a su ubicación. Sus ojos estaban maniatados a aquel oscuro sector, duros y vidriosos, diciendo: "fue el sótano".
La policía lo golpeó brutalmente hasta el cansancio, lo esposaron y se lo llevaron. Al día siguiente los diarios que volaban y se encontraban tirados sobre las viejas aceras del vecindario publicaban la ejecución  a silla eléctrica del individuo, para felicidad de todos.




Pasaron dos meses desde  aquel entonces cuando pude retornar a la casa.  La familia de Steve, ya vivía en aquel lugar. Sin   dudas  que me producía escalofríos ir a   donde    hace días atrás había ocurrido una inédita tragedia, y también, me enrredaban de los tobillos los lazos interrogatorios, porque mi mente automaticamente, al pisar el patio de la casa, me pedía a gritos soscavar en ¿cómo rayos hicieron para entrar a la casa?; ¿de dónde sacaron las llaves?; y por último, la pregunta más compleja de todas: ¿porqué aquel sujeto los despedazó con tanta furia?


 -¿Tu sabes quién fue?-Le pregunté  a Elbert mientras mis ojos comenzaban a ser absorbidos por pequeñas venas rojas que   denotaban preocupación y desespero.
-Yo no fui, fue el sótano-  contestó  con una fina voz mientras   abría la puerta de su casa y observaba cautelosamente  de izquierda a derecha   los corredores del largo pasillo subsumido por una fría oscuridad, e intentaba esquivaba la pregunta.
-Te espera Alfred-     decía mientras golpeaba a su gato invadido en felicidad  y éste escupía sangre por doquier.
-¿Hey, que estás haciendo con el pobre animal?
No contestaba, y seguía desangrándolo. Aquel niño estaba enfermo, y había sido internado en el psiquiátrico dos veces.
Aquel bastardo tenía extrañas marcas  superficiales detrás de aquella camisa desprendida, se alcanzaban a ver cortaduras,  como las que los gatos recién nacidos realizan al subirse en la piel de un ser humano, aunque estas lastimaduras desprendían  levemente  su piel.A la vez, pude detectar en su mirada, que intentaba escapar de algo.
Abrió la puerta y pasé mientras mis ojos seguían amarrados al  pequeño y delgado cuello de aquel pebete, parecían que en cualquier momento rodarían por los confines de la enorme casa de pisos de parqué. Estaba lastimado y hasta se contemplaban rayones rojizos de sangre por su blanca y tersa piel. Recorrían toda su garganta, y terminaban en el mentón. Tres profundos arañazos que lentamente chorreaban  hilos de sangre y se dirigían al interior de su camisa blanca, la cual su madre le había ordenado poner en la presente ocasión.
-¡Oh, por diós, qué te sucedió en ese cuello, Elbert!- gritó desesperada   Raquel, su madre.
El gato salió corriendo asustando, obviamente intentando escapar de aquel niño hijo del diablo(muchas veces dudé porqué aquel ser era tan diferente a su familia).

-Nada, mamá. Solo me enganché el cuello con el picaporte de la pieza- mentía.
Pero cómo, ¿Cómo que el picaporte? Cuestioné en mi interior; ¿porqué entonces solo a mí era  a quien  respondía diciendo: "fue el sótano". Verdaderamente era una mentira, su vida en sí era una gran mentira.
El gato comenzó a gritar en el fondo del pasillo( tal vez de dolor tras los vehementes golpes del muchachito). Pero nadie prestó atención, solo mis oídos estaban despiertos en aquel entonces.
-Mi niño, ahora iré por vendas- dijo preocupada su madre.
Ocultaba algo en su interior, pero no quería decirlo,seguro porque no contar la verdad era su devoción.
-Aquí tienes las vendas Elbert, vente - gritó fuerte la madre.
-Ya voy, espera-aseveró el mocoso  mientras la sangre comenzaba a escurrir  asiduamente en forma de enormes gotones por su pecho.
 -¿Qué es lo que le sucedió?- le cuestioné a Alfred, su hermano, mientras sentado se encontraba  sobre los cojines del viejo sillón.
- Ya te dije, fue el sótano-interrumpió Elbert en ese momento, y se retiró con una sonrisa macabra hacia la cocina.
Antes de cerrar la puerta puedo jurar que quedó mirándome por detrás de la rendija del marco con excecrables y enormes pupílas.

-¿A qué se refiere con que fue el sótano?- recobré la conversación con Alfred.
-No lo sé, hace semanas viene hablando del sótano del fondo de la casa. Y se la pasa casi todo el tiempo allí cerca de él, sentado y con sus juguetes, me pregunto que le pasará por la cabeza.

Elbert, hermano menor de mi amigo Alfred, era un chiquillo molesto,  muy dañino, y disfrutaba hacer maldades hacia los demás. Era un año menor que yo, pero por cosas del destino, cursaba en el mismo grado.  Allí se la pasaba golpeándome todo el tiempo, poseía un gran anhelo de sentir el impacto de sus puños en mi mentón.
Se podría decir también que era asqueroso, pues cada que una cucaracha se trepaba con sus olorosas y flacas patas por las húmedas paredes de su casa, éste malévolo chiquillo las deglutía como un preso  deglute un pedazo de pan en un calabozo.
Pero Elbert era Elbert por malditas cuestiones del destino. Es que verán, si buscan en los viejos diccionarios subsumidos en grisáceas y porqué no, negras telas de arañas,  que en sus casas yacen húmedos y viejos por algún oscuro rincón o   debajo de la cama, encontrarán su nombre arraigado a los sinónimos de "mentiroso", "pelafustán" y "despreciable". Eso justamente era Elbert. Parecía que en algún remoto pueblo o aldea, las personas que poseían su nombre representaban la mera crueldad.

La excecrabilidad  de Elbert cobraba vida en cada uno de los momentos en que su infantil catadura se confrontaba a pequeños de alma inocentes, pues se la pasaba golpeando los testículos y estómagos de estos pobres individuos con vehementes puños. A mí, la mayoría de las veces,  acostumbraba a recibir   con un enorme escupitajo en el rostro, y a decirme luego que se había comprado el mejor videojuegos, con la única trinquiñuela de darme celos. Pasaba cerca mío y pateaba con los enormes tacos de sus zapatillas mis flacas canillas.
Le rezaba todos los santos días a dios que el niño no me atendiera, pues  cuando  lo hacía,me daba su mano y  picaba con puntiagudos alfileres mi palma.

Cuando terminamos de cenar, tipo 00:00 horas, el niño atravezó  el desdichado  anhelo de mostrarme dónde se ubicaba el sótano,  cosa que me resultaba irrelevante, pues yo solo quería jugar con Alfred  a los videojuegos. Para mí eran excusas con las cuales poder llevarme  a algún lugar de la casa y para poder golpearme.
  Elbert tomó fuerte de uno de mis brazos, y estirando la comisura de sus labios de oreja a oreja  ,mientras  brutalmente  pisaba mi pie, asentía:
-Vamos o le digo a mamá que me pegaste.
Obligado me sentí en aquel entonces de no quedar mal con Raquel, y es que a parte de quererme como  a un hijo, creía en todas las mentiras del pequeño pelafustán. Así  que lo acompañé.
Mientras caminábamos por el enorme y solitario pasillo,  sus  cortos pasos   resonaban  sobre el frío y oscuro lugar,  señalaba con su  dedo el camino para ir a buscar las bolsas de café  a los estantes   del corredor que Raquel nos había encargado. Pero cuando llegamos al objetivo, el niño siguió caminando, como hipnotizado. En ese instante dio la vuelta,  y mientras abría sus ojos con gran tamaño decía.
-Sabes, te contaré algo que nadie sabe.
En ese momento sentía que la mentira más grande de la historia en la humanidad podría llegar a mis oídos.
-Mi nombre no es Elbert-  aseveró con su imborrable sonrisa.
Lo más tonto que había escuchado desde que comencé a tomar conciencia de las cosas.
-Aaaah, ¿no? ¿pues y quién eres?-repondí mientras agachado y con la mirada sobre mis zapatos, ataba los cordones.
Al mirar a la ubicación de Elbert, ya nada había.  Se había esfumado. Solo se contemplaban las limitaciones que la oscuridad creaba  por el pasillo debido a la ausencia de  las bombillas de luz.

Quedé solo en aquel triste y lúgubre lugar, y si me preguntan como haría para volver, les contestaría que debería quedarme a dormir hasta el otro día. No se lograba contemplar si quiera la salida, todo estaba oscuro, y más frío de lo habitual.  La temperatura había cambiado drásticamente con respecto a cuando Elbert estaba conmigo.
Al tocar las paredes podía sentir la sensación de  como si algo acariciara lentamente mi piel, y solo podía ver el celeste  humo que éstas emanaban.
-Vamos, sigamos, ¿acaso, no quieres saber dónde está el sótano? - asintió una voz.
Supuse que sería la del pequeño,  pero ésta no era fina como las patas de un tero,no, al contrario, era ronca, y absolutamente aguda. Pero era indescifrable saber de donde provenía la voz debido  a aquel espesor negro  que ocultaba su fisonomía.
-¿Quién es, eres tú Elbert?
Pero cuando respondí nadie supo contestar.
-Por favor Elbert, debemos volver. Esto no es bueno, vinimos a buscar café- reiteré.

Al dar la vuelta para retirarme pese a no saber para qué lado marchar, pude sentir que algo cogió de mi brazo izquierdo. Lo sentí porque fue muy concreto, cómo   hincó filosamente sobre mis débiles carnes, y acarició con asperosidad el antebrazo.  Cuando aquellas pegajosas manos frotaron sobre mí, el corazón comenzó a ahogarse en un espeso mar de cieno, espeso como el líquido pegajoso que sin mirar pude sentir en mi muñeca mientras esos dedos apretaban mientras  extrañas  garras sujetaban con vehemencia.

Cuando me dí la vuelta para contemplar de quién se trataba, solo pude soscavar en un individuo pequeño, maloliente y mentiroso. Era el mismisimo Elbert, que parado y soltando una enorme carcajada retumbó el silencioso pasillo.
-¿Tu fuiste quien tomó  de mi mano?- le pregunté enojado por el susto que me había dado.
-No, yo no fui,  fue el sótano- respondió.
- ¿En qué parte del planeta existen sótanos con manos?,Por favor, no mientas más, tus chistes aburren, ¡tú estás loco!- le insulté mientras me cubría como cobarde el rostro con mis manos para que no me golpeé.
En aquel momento creí que arremetería violentamente sobre mí, pero algo lo detenía:
Tenía a Max, su gato, colgando de la cola con uno de sus dedos, el pobre animal estaba despellejado, sin sus ojos, y sin una de sus patas. El niño lo sostenía y se reía.
-¿Eres enfermo o quién carajo eres?
-Yo no fui, fue el sótano, asintió el despreciable engendro mientras la oscuridad encarcelaba mitad de su rostro, aunque los  ojos estaban liberados.
-Eres una cucaracha despreciable, basura asquerosa, rata inmunda,asesinaste al pobre animal, te asesinaré- le dije invadido en íra.
-Te dije que yo no fui- reiteró sonriente.
Pero tenía un cuchillo, ensangrentado como sus brazos, salpicados en rojo como su rostro. Y la sonrisa lo delataba, el había matado al animal.
Corrí para avisarle a Raquel, sin importar lo que sucediese, si me creería o no. Ese niño era un satán venido desde el infierno.
 Cuando llegué y los encontré en la cocina asentí mientras mis pómulos temblaban de temor:
-Asesinó al gato, lo asesinó, mató a Max.
-¿Qué gato?- preguntó Raquel.
-El gato Max, lo asesinó, lo despellejó- grité mientras caía al pozo de la bronca.
-Pero nosotros no tenemos gatos, nunca tuvimos. Elbert es alérgico a los felidos.
-Pero juro que tenía un gato,  él mismo me dijo. Además colgaba muerto sobre su dedo- asentí señalándole con el dedo.
-A muchos les sucede, siempre terminan hablando de ello conmigo.  Pero siempre terminan siendo ratas.  A los amigos de Elbert también, ¿no es así hijo?- interpeló luego Raquel al niño.
 -Si mamá, fue una rata, la tuve que matar, estaba mordiendo mi dedo gordo del pié- dijo el niño mintiéndo de forma descomunal.
Yo pude jugar que poseía a Max en su mano.

Olvidando todo lo ocurrido, con Alfred optamos por la diversión, y fuimos directo a su habitación a probar una de sus nuevas consolas de videojuegos.
-Alfred, necesito que me cuentes lo del sótano.
-¿El sótano de la casa?
-Sí, es que tu hermano, como dije anteriormente, me está cansando con el sótano, dice que esas lastimaduras del cuello se las hizo allí.
-Mira, no debes creer todo lo que dice mi hermano, tiene problemas psicológicos, la mentira no es algo que él quiere, dios se la adjudicó desde pequeño.
-Pero dime sobre eso- le cuestioné con voz rogadora.
-No hay nada para hablar del sótano. Qué puedo decirte; está al fondo del pasillo, bajo llaves, hace apróximadamente 9 años no se abre. Para ser más precisos, desde que llegamos, no sabemos qué hay allí en el interior, puesto a que nunca nos interesó abrirlo. Mamá decía que esos lugares juntan muchas ratas, y... amigo, ¡las ratas se comen los papeles! , cosa que a mamá no le gustaría. Pero nosotros nunca hemos andado cerca de él, allí está oscuro como bien descubriste, y es imposible visitarlo. Las llaves vagan en algún lugar del mundo.

Quedamos jugando hasta las 3:00 horas, y él se había ido a dormir. Me dijo que podía quedarme jugando sobre el costado de la cama, pero que debía bajar el volumen de la televisión, por lo que hice caso.
Cuarenta minutos pasaron cuando alguien comenzó a correr por los pasillos de la entrada, los pasos se asimilaban a los gateos de un bebé, pero con mayor dinamismo. Era insoportable, y temí que Alfred se despierte por ello,   fui a decirle a quien era el autor de dicho caos; Elbert.
Fui hacia el pasillo y nadie había. Ni Elbert, ni su madre, ni mucho menos mi amigo que estaba al lado mío cuando se produjo aquel ruido. El mocoso de Elbert estaría en su pieza escondido, planeando alguna travesura. Así que marché hacia allí.

Pero me había ganado de mano, tampoco andaba allí, y el ruido se produjo nuevamente. Venía del  fondo del pasillo, detrás de aquella intensa oscuridad.
-¡Elbert, Elbert, dejate de hacer ruido! ¡¿Estás ahí?! - grité mientras caminaba lentamente por la oscuridad.
No veía nada,  y debí  iluminar el lugar con la débil y mistonga luz de mi celular. Pero era poca la observación que podía realizarse en ese sector.
Ya había caminado 15 minutos y el pasillo no terminaba más, empero algo me distrajo. Fue la sombra que sobre la pared se reflejó. La figura de un cuerpo humano que yacía detrás mío. Cuando mis ojos atestiguaron la maldita presencia de aquel inmóvil  dibujo que se reflejaba en la pared, directamente se giraron como la cabeza de un búho a altas horas de la noche. Sin embargo, al fijar la bolilla hacia mi espaldas  y alumbrar como loco hacia el techo,  no había nada, ningún cuerpo, figura u objeto, solo descubrí lo que Elbert nombraba asiduamente: El sótano.


El sótano estaba allí, parecía que alguien lo había dibujado con años de  gran trabajo, con un enorme lápiz negro, ya que   si en  la oscuridad, alguien le pasaría la mano, solo sentiría el liso de un revoque de pared. Pero la pared era mentirosa, mentía como Elbert, o tal vez más. Pero allí estaba la puerta. Era el acceso   hacia algún lugar desconocido,  de rara y antigua   madera, enjaezaba en sus bordes, con pútridos ensamblajes de metales, tan putrefactos y verdes como el picaporte redondo con la que se abría. Pero aquel sótano estaba enredado en enormes cadenas de acero,  tan enorme eran que llegarían a pesar 200 kilos si se las alzara con la mano.

Pero pese a sus viejas particularidades, no era nada más que una simple puerta de sótano.  Solo  más oscuridad se contemplaba por debajo de las rendijas de la puerta,

Los pasos nuevamente comenzaron a sentirse, y parecían medrar más con respecto a la última vez. Miré hacia atrás pero se veía  solo oscuridad, aunque pude apercibir que algo se acercaba, porque el paso ya estaba cerca.
Al acomodar mi cuerpo, para apreciar bien la cercana figura, un terrible puño en mi estómago llegó inesperadamente, dejándome sin aire en el suelo y casi sin vida. Luego, otros golpes comenzaron a arremeter como mi espalda y cabeza. Eran las patadas más vehementes que un humano pudiera recibir. Quedé tendido, con los brazos bien abiertos, con los ojos casi cerrados. Pensaba que en aquel momento mi vida había acabado. Pero cuando mi alma se retiraba de mi cuerpo, un ser la amarraba entre inconmensurable oscuridad. Se había elevado hasta mitad del corredor, empero algo la sujetó.

Fue Elbert, con un cuchillo, que quería terminar con mi vida, iba a degollarme, y mientras lamía el filoso borde decía alocadamente, con ojos exaltados:

-Soy el sótano, te mataré, y al sótano te arrojaré- gritó de forma enfermiza mientras su voz retumbaba por el pasillo.
En su mano portaba una cabeza bañada de sangre que chorreaba asiduamente sobre el piso en hilillos de sangre y  se introducía por debajo de la puerta del sótano. Era la cabeza de Raquel, con enormes ojos secos y vidriosos, había sido despernada del cuerpo  que tirado yacía a un borde del pasillo, con las manos sobre la pared.
Clavó la filosa punta del utensilio sobre uno de mis talones,y comenzó a desgarrar profundamente la piel. Siempre creí que fue un enfermo mental, pero tampoco lo imaginé a nivel demencial.
Grité desaforadamente   amarrado a  sogas  de  un profundo dolor que arañaba mi alma, pero nadie me escuchó.

Y cuando el malévolo individuo me arrastraba sobre la puerta y decía: "aquí lo tienes", unas enormes garras salieron por debajo de la rendija de la puerta.  Esos delgados, largos y arrugados dedos,rompieron la  pesadumbre de oscuridad que se podía observar, pero cuando esas alabastras manos intentaron tomar mi pie,  la puerta se cayó, y Elbert, quien apoyado sobre ésta se encontraba, se fue hacia el fondo, golpeó su cabeza contra uno de los grisáceos peldaños que descendían a su interior.

-A mi no, a él- fueron las palabras que el diabólico   niño asintió   al  extraño ser del sótano, mientras las enormes manos arrugadas, de dedos largos, largos como sus filosas y puntiagudas garras,  y que parecían estar bañados en grandes baldes de  agua podrida, clavaban sanguinariamente  sobre la cabeza y ojos del niño,hasta  sumirlo hacia aquel oscuro lugar.

Ahora entendí que hace rato deseaba su carne.

Y ahora, sentado sobre el umbral de la noche, mientras  escribiendo este artículo con una de mis manos sobre la frente me encuentro, mi alma y la luz de la vieja lámpara son testigos de los golpes que en el interior del sótano se producen. La puerta intenta abrirse, pero las enormes cadenas no dejan abrirla, aunque si lo haría intentaría tomar mi pie y llevarme hasta su oscuro fondo para meterse en mi interior y obligarme a cosas horrorosas. Aún se sienten las enormes garras arañando la puerta.

En tanto cuando el anciano de Alfred sigue con sus conjeturas,  intentando descifrar lo que pasó con su familia,  yo le digo.
-Fue el sótano.