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lunes, 23 de mayo de 2016

 Alejarse de los temores tal vez es la decisión más correcta que una persona puede tomar, pero para convertise en cobardes. Cuando se sobrevuela como aguilas por encima de nuestros miedos, estamos dejando olvidado los sueños a los que dios nos ha mandado a conseguir. Sueños que se encuentran rodeados de demonios debajo de la tierra, que la perforan    con sus enormes manos,   y que esperan agarrarnos de los tobillos para deportarnos a un desconocido, pero aterrador lugar. Desean devorar al primero que intente adquirirlos.
Resulta ser al mismo tiempo, la más mefistofélica de todas las decisiones. Pese a  intentar escapar de aquel paralizador y oscuro  trecho, se hace imposible conseguirlo. Pues, mientras corremos y miramos alocadamente a nuestras espaldas,  el alma se oprime y encierra en un sarcófago con el cadáver de un  demonio   que sonríe y nos despelleja con los dientes, al mismo tiempo que cuenta en nuestras orejas, las cosas más diabólicas que alguien pudiera escuchar. Pateamos la olorosa y putrefacta madera, pero es imposible, es tarde escapar de allí cuando nos amarró para siempre.


El odio más profundo en el corazón de Jack emergió por el nacimiento de su   hermano. Cuando el hijo menor de la familia Robertson nació, se enteró que debía  mudarse a la vetusta pieza del tercer piso de arriba. El último   de la casa. Nadie lo conocía, aunque tal vez sí, pero valla a saber quién vivió en aquel lugar.  Desde el año 1883 que  no se sube a ese lugar. Épocas en donde  los ancestros de la familia  se embriagaban hasta la coronilla con oxidadas copas de alpaca que poseían largos tragos de un vino color sangre.
-Hora de subir, mañana acomodaremos   el tercer piso. Papá, prendió las velas  y se la dio a Jack para que pueda marchar a la habitación mientras Mamá daba de comer papilla con una cuchara a Ben, el bebé de la casa.
-Pero,¿Cómo voy a dormir en aquel lugar?, ni siquiera lo revisamos durante el día. Podría haber alimañas o algo por el estilo-respondió al aire  preocupadamente el niño mientras la anaranjada luz de la vela resplandecía en su rostro.
-Es una noche, no sucederá nada- dijo su madre.
Llegó el padre, por el pasillo de la entrada, destrozando los paredones de oscuridad con la amarillenta luz de la blanca vela de cera,y dejó las frezadas sobre la silla del comedor.
La madre quería mudar a Jack a como dé lugar. La pieza que desde los cinco años acompañó todas las noches y mañanas al niño, fue  destruida para la remodelación.
Los albañiles ya estaban trabajando asiduamente con sus martillos y cortafierros que destrozaban las paredes, como las bolas de demolición a los viejos edificios  que a pedazos caen en la ciudad de Buenos Aires .Sin embargo, una vez construida, quedaría para uso exclusivo del bebé.
Vivían en  una  enorme y ancestral casa de techo empinado, la cual fue adquirida por Isabel y Duque, padres de Jack  y quienes formaron  una pareja que abrió las puertas hacia un nuevo mundo al susodicho niño, el nacimiento.
La casa fue heredada por unos viejos papeles que llegaron mediante correspondencia en el buzón de madera de la entrada. Valla a saber quién fue el heraldo que los envió, porque cuando la puerta de la casa que alquilaban reprodujo dos suaves ruidos, y Duque salió corriendo a atender como perro descerebrado, nadie había afuera.
La carta, escrita con un extraño y delgado trazo de tinta negra, decía que en la calle Luro estaba la casa del abuelo de  Isabel. Y que los tramites de la sucesión se habían ejecutado correctamente.  Nadie había encabezado ningún papeleo,pues no sabían que en un abandonado rincón de la ciudad de Buenos Aires, un abuelo dejaría una casa como herencia. El abuelo Rodrigo, quien se mudó para vivir solo, había fallecido hacía ya 8 años
Al pie de la hoja, contempló la pareja, una serie de números que parecían ser el contacto telefónico  de alguien.  Una desconocida casa les había caído desde el cielo en el momento justo.

La pareja se mudó con todos sus cachivaches, y al pasar los años Jack creció, y se transformó en el niño único de la casa.  Pasó gran parte de su vida con sus padres, y en la habitación de abajo, ubicada  a un costado de la cocina.

El niño no quiso  subir, pero ni modo, era dormir en el frío piso de la cocina, o subir al tercer confín de la casa.

Comenzó a ascender por  la infinita  escalera de brillosa madera marrón.    giboso e invadido de bronca tras ser expulsado de la habitación por sus propios padres.  Cargaba  cobijas y almohada en su hombro. Ya se había hecho grande,y era tiempo de mudarse a la cima de la casa.
Jack dio el primer paso, y ascendió lentamente. Pisó siete peldaños, pero el último llamó demasiado la atención. Algo se pegó debajo de la suela de las zapatillas, como si hubiere pisado defecación de perro o gato. Se reprodujo un chasquido al intentar levantar el pie, y bajo la escalera, un extraño rechinar, como cuando una persona frota sus dientes. Aunque el ruido se generaba cada vez que el pequeño avanzaba.

Se detuvo, y   el sonido cesó. A partir de un cierto punto, a medida que se elevaba hacia el último piso, la escalera emitía el fragor. Es que esas maderas extrañaban que alguien caminara por encima de ellas.

Jack continuó su  marcha, pese a no poder contemplar siquiera por donde transcurría.Pensaba que transitaba en un oscuro y triste pozo, pero al tocar con la palma de su mano las barandas en diagonales de la escalinata, sabía que iba en el camino correcto, se dirigía a la nueva pieza.

Siguió caminando, con la vela en mano.Emitía un fuego anaranjado que  iluminaba gran sector de la casa, como también permitía observar la inmensa cantidad de polvillo que  sobrevolaba como paloma en el lúgubre ambiente.

El pasillo era corto, y sus paredes forradas en  lino. Colgaban viejos cuadros con dibujos, aunque sobre la puerta de la habitación, justo sobre el fondo, el recuadro de una familia yacía pendiente de   una piola amarillente, más percudida que la cara de  un vagabundo que duerme bajo la lluvia y sobre el barro. Era una foto familiar.

Había un hombre, con dos niños, y su mujer. La foto




La primera noche, sufrió demasiado.  . Es que era diferente a la de antes. Ésta, olvidada en la cúspide de la casa, no tenía iluminación, era enorme, y la luz amarilla de la luna destrozaba la monotonía de la oscuridad dando sobre la cabecera de la cama. Había dentro una mesa en la que yacía una pequeña lámpara sin foco,  y un pequeño y vetusto ropero sobre la pared.
Pero había un factor que era clave para medrar el susto de Jack. Su abuelo murió allí. Fue encontrado duro, pálido, con la piel machucada, parecía que lo  hubieran matado a  golpes. En su cabeza,  tenía enormes moretones. La autopsia determinó paro cardíaco. Al viejo lo encontraron sobre la cama, con los ojos abiertos mirando hacia el techo. Tenía una lágrima que descansaba en su arrugada mejilla, mientras que uno de sus brazos estaba pegado a la pared como un imán.

 A la  vez,  percibió que su vida había quedado sin nada, ya no era lo mismo vivir sin la pieza de la infancia. Se había despedido de los posters  de dinosaurios que pegó con su papá en la pared,  y alejado de él para siempre, ya que la pieza de ellos era lindante a  la que ahora pertenecía a su pequeño hermano, y éste, había robado todas las atenciones de la casa y familiares que venían.

 Además, sus juguetes, ya no eran los de antes. Cuando llegó del primer día de clases a su habitación, no estaban más. Su madre los había empeñado.
 Mientras en la noche triste, Jack,   se ubicaba en la cama acurrucado con los brazos sobre los hombros, envuelto de inconmensurable miedo,y con la piel fría como tempano, sintió un sonido. Alguien, en la parte de afuera,  sobre las ventanas,  merodeaba y arañaba la madera del árbol. Unas  sombras que se movían y parecían acercarse a su habitación, reflejaban sobre la pared, cobraba vida mediante la luz de la luna, y justo sobre su cabeza.   Pero, de un parpadeo, tan pronto la vio, la sombra se esfumó por completo.

Alrededor, todo era oscuro,  y apenas se podían contemplar el horripilante  payaso de catadura diabólica, con enormes y gruesos labios rojos que se ubicaba sobre la pared, sentado sobre una silla, mirándolo fijo  y denotando mover sus púpilas. Esos ojos,  pese a no girar siquiera la bolilla,seguían los movimientos de Jack,  los  que le hacían dar vueltas y vueltas bajo las sábanas de la  cama para poder arrancar un pedazo de sueño y así caer a su mundo feliz.
La pieza estaba llena de muñecos aterradores.  Su mamá,le había regalado y colocado en la repisa del rincón,  un juguete, prototipo humano. Es más, hasta podría haber jurado que sus mejillas denotaban pequeños posos de felicidad, como también asiduos parpadeos.  Pero al fin y al cabo, al mirarlo, solo era un simple pedazo de plástico, duro e inmóvil.
No obstante  a ello el niño se paró y dirigió a la ubicación de estos. Decidió ocultarlos en una de sus cajas vacías  de cartón que yacían bajo la oscuridad de la cama debido a que la mirada le  transmitía pánico.Los tomó de las cabezas y arrojó allí dentro para ubicarlos a un rincón y montar una de las sillas por encima.


Cuando Jack cerró los ojos para descansar, pudo contemplar, recostado hacia un lado,  algo justo en la oscura pared de su derecha.De todas las figuras que pudiesen contemplarse en la vida de un ser humano, ésta sin lugar a dudas era la más intrigante.  Se podría imaginar cualquier cosa, pero era extremadamente rara. Parecía moverse, y hasta acercarse al niño, pero al fin y al cabo no hacía nada, estaba allí, fija. Una imagen,  un manchón, grisáceo, con la forma de un rostro, un enorme rostro humano. Parecía ser de humedad, pero se movía, ¿o no se movía?. Era difícil saberlo. La oscuridad no  lo dejaba observar de la mejor manera. Desde lejos, parecía tener   ojos, una enorme boca abierta, y el resto era deforme, aunque Jack abría enormemente los  parpados pero no se aseguraba bien.






No sabía   si levantarse para prender la luz y comprobar de que estaba loco, o quedarse observando desde lo lejos, recostado sobre el borde de la cama, aquella extraña e indescifrable mancha en la pared.
Optó por  darse vuelta y quedar bajo las sábanas. La noche era fría, y sumado al leve temor que vagaba por su alma, la cama le amarraba el cuerpo como las anclas a los barcos.
Pero algo chistó de pronto cuando el niño estaba por dormirse. Inmediatamente éste, aterrado, endureció el cuello  y mismo cuerpo. No sabía bien de donde venían aquellos sonidos, si desde el rincón, si de bajo de la cama, o de los muñecos de rostro diabólico que su madre le había regalado.

-Hola, susurró de sopetón una aguda voz de indescifrable procedencia.
Jack no se dio vuelta, y quedó duro como estatua. Pero sus ojos comenzaron a girar  con vehemencia, a mirar alocadamente hacia todos los sectores del habitáculo. Temía que algo  malo con una aterradora fisionomía se encontrara  mirándolo.

-Hola, reiteró la voz. Hola, asintió nuevamente.

El niño no se movió, esperó cinco minutos y aquel extraño sonido desapareció.

Se sentían ruidos dentro del ropero.

Jack lentamente sacó mitad de la cara entre las cuevas de las cobijas, y amilanado miró hacia afuera,aunque nada había allí, solo la mancha en la pared.


Esa noche, el niño había quedado solo junto con su hermano, en presencia de un joven niñero llamado Stephen, quien teoricamente había sido contratado para cuidarlo todas las noches en los martes.

Jack bajó las escaleras y le reportó a Stephen que algo andaba mal en esa pieza, que alguien le hablaba en su interior. Pero Stephen, que  por la calle de la avaricia caminaba,  perdido en un desquicio supremo,con los ojos exaltados y subsumidos por pequeñas y delgadas venillas rojas de sangre, tocaba invadido en algarabía los sucios y olorosos billetes que conformaban un gordo fajo ya que  los padres del niño le habían pagado para cuidarlo aquella noche.

El pelafustán respondió con un sopetón en la quijada del pequeño, y lo encerró  en la habitación de un empujón hasta tirarlo sobre la cama, haciéndolo  llorar, y le dijo:
-Me vale la plata de tus sucios padres, no lo que digas. Así que no me molestes y deja de decir idioteces , pequeña patata podrida.

El niño  tironeaba del picaporte y pateaba la puerta para poder salir. Y la voz asintió nuevamente:
-Hola pequeño.
Miró a sus espaldas y no había nada.

Pasos   comenzaron a sentirse en el pasillo del tercer piso mientras Jack intentaba abrir la puerta. Era Stephen, quien retornaba para darle una tunda al niño. Se metió dentro de la pieza y comenzó a golpearlo con bofetadas arriba de la cama.
-¿Porqué gritas?-dijo exacerbado el niñero.
-Hay alguien en la habitación.
-Aquí no hay nadie idiota- respondió Stephen menospreciando la pregunta.
Pero el bastardo luego se detuvo, sintió que algo tironeó de su camisa mientras el niño cubría sus ojos. Solo un  desgarrador grito se produjo.Cuando  Jack miró,   estaba tirado sobre el suelo, duro, frío, y con los ojos vidriosos. Como si  se tratase de un paro cardíaco, tal como le había sucedido al abuelo. La piel del niñero parecía estar abombada, como si el cuerpo hubiese pasado una semana allí. Por su boca chorreaban delgados hilillos de sangre,  y emanaba un olor nauseabundo.

Los ojos de Jack quedaron pegados a las manos  y brazos de Stephen, pues, éstas, estaban apoyadas  a la pared, cerca de la mancha grisácea que descubrió el niño.








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