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jueves, 10 de diciembre de 2015

Los traidores de la calle Drake










Nací desde pequeño con un talento sobrenatural,  el de la mentira, engaño, y lo que es peor para muchos, ser un ladrón. Y la verdad que comparto   algo de lo que piensan, es cierto, es feo robar, opino que entrar a un kiosco o almacén y apuntar  con una pistola es una falta de respeto, principalmente para los ladrones profesionales que se ganan el mango  de gran  astucia con el fin de  poder subsistir en una sociedad difícil. Si se roba, se debe poseer una gran estrategia y sagacidad sublime, como la de los ladrones de banco. Esos sí que son grandes ladrones. Como me gustaría ser un saqueador, un gran ladrón de bancos, como todos lo sueñan.

Mis padres me abandonaron de pequeño cuando   tenía 4 años de edad, yacía dentro de una caja amarilla de zapatos Timberland, debajo de un árbol deshojado,  según me contó un guardia del reformatorio donde pasé toda mi infancia. El tipo que me abandonó, que  no sé quien carajos habría sido, tenía dinero para comprar los zapatos más caros del mundo, pero no para alimentar a su hijo, o sea yo. Esas cosas de la vida que uno se las entera después de muchos años, y por un ajeno. Maldito bastardo.

 Cumplí 11 años y me liberaron por excelente conducta. Al salir del presidio infantil, me incorporé  a las hazañas bandolerescas del rápido Marcel, un tipejo  que conocí en dicho lugar. Comenzamos a afanar en todas las tiendas de     los barrios de Detroit,   en donde el crimen, la  violencia y la  droga rondaban por cada rincón. Siempre ideábamos un plan para robarnos todo, en una hoja de papel anotábamos los sectores de comida que nos correspondían, y cuando salíamos, nuestros pantalones se caían de tantas latas de atunes, azúcar y otros cachivaches que ocultábamos en los bolsillos.  Pasábamos por la Avenida  Livernois,   la cual estaba destruida por completo, y tanto lo estaba que en  el pavimento se contemplaban   enormes grietas como si    un terremoto hubiera arrasado  con letal furia.
Al mirar sobre la acera izquierda, una casa cautivaba mi atención; estaba arruinada y abandonada, un pedazo de cartón blanco   cumplía la función de la puerta delantera. Las plantas abundaban su despintada terraza. Los ladrillos mugrosos y costrosos estaban todos  torcidos  y escritos con pinturas, y las ventanas totalmente apedreadas, tanto que solo un opaco vidrio  puntiagudo sobrevivía sobre el oxidado marco de chapa.

Continuamos nuestro recorrido.No había iluminación, era igual que caminar  en un vacío, solo dos focos colgaban de los viejos y pelados cables, uno de ellos seguía resplandeciendo en la oscuridad pese a estar perforado por una piedra, mientras que el otro producía una luz  anaranjada, tan pobre y   opaca  era que titilaba y  transmitía la sensación de apagarse en cualquier momento. A metros,   dos muchachos se encontraban apoyados de espaldas sobre   la   grafiteada  pared, como si    estuvieran sosteniéndola para que no se cayera. Fumaban marihuana, eran afroamericanos, no excedían los 19 años de edad,    con  grandes y gruesos cigarrillos en la boca, largando por sus narices, un asqueroso tufo blanco  como el de las chimeneas,  el cual  mareaba a todo el que pasaba por alado. Tenían   caras  demacradas y de perdición. Nos miraban con perversión, como  con el deseo de querer invitarnos a fumar junto a  ellos.

-Ignóralos dijo  Marcel. Los ignoré.
Seguimos de largo.Dicho pelafustán, quien había pasado 25 meses  en el reformatorio  por asaltar desde los 6 años las farmacias de la ciudad, me llevaba a una "reunión" con sus amigos, en donde planearían una emboscada hacia un multimillonario empresario que, todos lo días a partir de las  21 horas,  se daba el lujo de estacionar  ,por la  tenebrosa calle Drake,  su BMW, y dentro de él, detenerse a fumar un habano con una de  sus amantes, puesto a que era el único lugar en donde su mujer no lo descubriría.
Llegamos. Eran cuatro tipos, todos de mi edad,  parados formaban un pequeño circulo, estaban fumando, dos tenían  pequeñas navajas de plata muy filosas, tan filosas eran que en sus bordes se lograba ver mi distorsionado rostro de asombro. Otros  dos  portaban en sus manos una pistola Beretta 92 color gris con mango negro de goma. Mi mirada se asemejaba como  a la de un búho a altas horas de la noche debido a la impresión que generaba verlos desde tan pequeños portando armas   horripilantes. En ese instante, uno de ellos,  se acercó,posó su mano en mi hombro y dijome:
-Que tal, mucho gusto, soy Jet ¿Preparado para quitarle los dólares a ese desgraciado?
- La verdad es que nunca le robé a nadie, ni tampoco me interesa robarle a un pobre diablo, mi único sueño es robar un banco, lo demás no vale. Le respondí con una voz imponente.
-¿Estás seguro? ¿Sabes cuanto dinero lleva en esa maleta? ¡800.000 verdes!. Asintió desesperado.
-Ya te dije que no me interesa, el dinero no  es nada,  no pondré en riesgo mi vida por algo que se  dividirá entre cuatros. No señor.
.Escucha una cosa, para poder asaltar un banco es necesario adquirir experiencia, la cual veo que te falta. No digo que no seas bueno muchacho, pero eres joven y mucho te queda por aprender. ¿Sabes algo?
-¿Qué? Contesté
- A tres cuadras hay una banda de ladrones de banco, pero ellos han fracasado en varias ocasiones. Viven ocultos en una pequeña casa de la calle Wilshire y la semana que viene asaltarán un banco de Oklahoma. Si tu aceptas el trato y te unes al robo de hoy, y lo haces de perfecta manera, te llevaré al lugar y les contaré de tu situación. ¿Trato hecho?
El tipo estiró su mano  con la espera de una afirmación, y frunciendo el entrecejo clavó una  mirada seria  sobre la mía. Pensé unos segundos y  cogí   de su  mano hasta apretarla bien fuerte. Se rió y comentó:
-El viejo lleva su amante al abandonado Teatro Guild, Ahí se juntan y comienzan a manosearse.
Marchamos, tomamos como atajo la calle Michigan, donde hicimos siete cuadras hasta desembocar en la puerta del viejo teatro abandonado, destrozado como el corazón de un divorciado  y lleno de mugre impregnada sobre sus azules paredes.
Como escondite, escogimos el   oscuro callejón sin salida de enfrente, en él, había  un container de chapa  que emanaba un terrorífico olor a putrefacción debido a las bolsas que poseía en su interior. Las paredes del callejón estaban totalmente destruídas, por lo que  se lograban ver   ladrillos pintados con aerosol. En esta había una enorme palabra  de color negra que decía  "help". Seguramente hubiera sido de alguien que exigió ayuda cuando lo asesinaban, o de alguien que pedía a gritos educación, comida y trabajo luego de la crisis que había arrasado con todo Detroit.
  Los seis nos escondimos de rodillas  detrás del contenedor de basura. En silencio quedamos  por 15 minutos, ya  que en ese lapso de tiempo el empresario  se estacionaría junto a su auto. Mientras esperaba, comencé a observar, con esfuerzo claro está por la poca iluminación,  a los tipos con quien me encontraba. Jet acomodaba y escondía su navaja debajo de la remera,  enganchándola con la hebilla del cinto. Los otros fenómenos, resguardaban  las pistolas en los bolsillos  interiores de sus chalecos de jeans.
Marcel no decía nada,  no tenía nada, ningún arma blanca o de fuego, y no sé que hacía ahí con nosotros,   no veía sentido el porqué de su presencia.
Lo cierto es que un flamante   y brilloso BMW I8 estacionó  en la salida del callejón, justo en la boca del lobo.Los viejos edificios de los alrededores se reflejaban en su chapa, sus puertas se elevaron hacia arriba como una gaviota volando por los aires, y el viejo se levantó del auto.  Test blanca, alto y delgado, cara cuadrada y larga, morocho y rostro serio. En el dedo indice tenía un anillo de oro que brillaba en la oscuridad, vestía de un elegante saco negro con la marca de  Christian Dior.
Bajaba de la mano con una hermosa mujer, rubia y alta, cintura delgada y unos ojos  tan verdes como la hoja de un árbol. Apoyados sobre el capó del auto se quedaron besándose mientras Jet ideaba un plan:
-Esto es lo que haremos;  Marian, tú lo amenazarás con mi navaja, mientras que yo ingresaré al auto y robaré su maleta con los verdes. Los demás harán guardia por si llega algún policía, manifestó.
  Robar un banco era mi sueño, quedé mirándolo fijamente de forma penetrante, y él puso un mirada de confusión,  es que yo quería demostrarle el verdadero talento de ladrón que convivía en mí, por lo que le dije  a Jet   que  sería el encargado de robar:
-Disculpa Jet, pero lo mejor será que yo valla solo, tengo la habilidad y astucia suficiente para hacer el trabajo solo, y sin que el lo sepa le afanaré todo lo de su auto, tenlo por seguro.
Siguió mirándome y  aceptó la propuesta. Soy muy bueno para engatusar y convencer a las personas.
Me acerqué lentamente mientras él tipo le encajaba asquerosamente las manos en el trasero a la hermosa mujer. Fui gateando como un bebé de quince meses por la mugrienta acera llena de colillas de cigarrillos marlboro, pasé por la parte trasera del auto y lentamente introduje un alambre de cobre en la cerradura. Sin hacer ruidos y manteniendo mi mirada sobre el sujeto, la puerta se abrió con un suave sonido de destrabado. Comencé a tirarla hacia atrás, justamente eso era lo bueno, es que la forma en  la que lograba abrirse la puerta era variada, no solo hacia arriba.
Metí mi delgado brazo por la rendija de diez centímetros que deparaban la puerta de la cerradura. Tomé la maleta negra de cuero y la retire lentamente sin hacer escándalos. El hombre seguía besando a la tipa con sus manos en el trasero de esta. Retiré la maleta  y retorné de la misma forma en que llegué, gateando como un rorro.
Volví con los muchachos  y abrimos la maleta-
-Eres impresionante me dijo Jet.
Me quedé en silencio como los demás y abrimos el maletín. Al hacerlo se asomaron los verdes. 800.000  dólares yacían dentro  con la cara de George Washington. Todos quedamos impresionados mirándonos con rostros perplejos los unos al otro, era una importante suma de dinero, los fajos parecían explotar la maleta, tanto que sus bordes salían hacia afuera.
En esa el viejo comenzó a gritar:
-¡Hijos de putas me robaron, me robaron!
Desesperado y acomodándose la corbata subió su mujer al auto y sacó un revolver  calibre 22  gris, de esos antiguos, comenzando a apuntar hacia las esquinas con unos ojos desorbitados.
-Debemos correr, cuando él  nos de sus espaldas. Dijo Jet.
Esperamos a que el tipo se distraiga y cuando lo hizo corrimos como liebres por la calle Drake, y justo antes  de llegar a la mitad de cuadra, el mercenario comenzó  disparar  de forma alocada con un rostro siniestro. Era un enfermo mental.
Continuó corriendo por detrás de nosotros lanzando una lluvia de balas, una de ellas impactó en el talón de Jet dejándolo  arrojado en el suelo y desangrándose lentamente.
Me metí   en el último callejón de la calle,  de esos otros callejones oscuros, el desgraciado se acercó, le apuntó con el arma en la cabeza a mi amigo sin darse cuenta de  que yo me encontraba escondido. Comencé a acercarme lentamente  por detrás con un fierro grueso. El tipo estaba decidido en disparar, con ese rostro enfermizo,  pero justo cuando gatilló,  arremetí con el fierro y se lo di por encima de su cabeza hasta dejarlo inconsciente y boca abajo sobre el suelo.
 Miré hacia adelante para ayudar a Jet a que no se muera, pero cuando lo hice, en la acera lo único que había era salsa de tomate en vez de sangre, y en el enorme charco  de esta se ubicaba una pequeña bolsa, de esas que utilizan en las películas para producir los derrames de sangres, tenía un pequeño  botón.  Escuché unas carcajadas,  me dí vuelta con cara de asombro y era el multimillonario quien se reía descomunalmente, el cual dicho sea de paso poseía un rostro   descerebrado. Me acerqué para insultarlo  y contemplé en su mano una pistola de plástico a cébita.
-Malditos desgraciados dije, y me retiré por las desoladas calles de Detroit.

martes, 8 de diciembre de 2015

El fin del sufrimiento








La crisis económica nos devastaba la vida. La falta de alimento azotaba nuestros estómagos que estaban resecos como un desierto.
Parecía que el mundo se consumía lentamente, aunque quienes solo vivíamos en una especie de "apocalipsis" eramos los campesinos y obreros de Moscow.
Como les comentaba, el hambre me debilitaba, por lo que las  rodillas sucias y lastimadas  se flexionaban  y  parecían no aguantar el débil peso  de mi cuerpo debido a la poca energía y desgaste que  demandaba el trabajo.
Era inaguantable el sufrimiento, tanto que caminaba  como  un  ánima  en pena   sobre el áspero ,resquebrajado y frío   suelo de la calle Sadovaia, en donde al caminar, se podía sentir el terrible sollozo de una mujer perteneciente al campesinado pobre y desarraigado que sufría por falta de alimentación.. A siguientes, esta mujer terminaba tendida como una tabla, dura y vacía sobre el suelo a causa de un hambre letal que le generaba la muerte.
Llegaba a mi casa y un sin fin de lamentos parecía penetrar mi cuerpo en presencia de nuestra pequeña hija, como también la de mi mujer Alexandra, quien  sostenía entre sus dos brazos  a la  pequeña, envuelta con una manta blanca de seda, emitiendo al mismo tiempo un llanto desgarrador que producía la sensación de quebrar los empañados y húmedos vidrios de  las ventanas.
Yo trataba de aguantar, aguantar y aguantar, mi rostro lo decía todo mediante una expresión de enfado. Me senté sobre la sólida silla de pino que se ubicaba sobre el solitario y frío fogón. Apoyé ambos codos sobre la mesa, allí descendí mi triste mirada   y suspiré sin jubilo,  esta situación era el mero espejo de todo lo que transcurría la sociedad.
Pero en mi mente solo emergía una imagen, la que menos quería recordar, la porquería del gran rey. Cuando pensaba en él, mi alma expulsaba todo el odio contenido, tan así que  rompí en diez mil pedazos la última mamirna de cristal que mi querida esposa poseía en el centro de la mesa.
En eso, ella se acerca con un rostro demacrado y  bañado en lágrimas  diciéndome:
-El ejercito ruso ya no puede seguir más, están cayendo como moscas en el frío.
-La ciudad no da para más, no podemos pensar en el ejercuto cuando los alimentos escasean.  Respondí con voz alta.
Un tramo de cuatro minutos cobró vida a través del silencio que parecía anidarse entre medio de ambos. De pronto, el clima comenzaba a alterarse, mi puerta sonaba en dos tiempos. Decidí observar por el agujero que hendía desde el centro de la puerta hasta finalizar por  la parte de abajo. Era Dimitri, mi compañero y  campesino. Le abrí la puerta, y cuando lo hice, se abalanzó sobre mí hombro, llorando, abarcando con su barbilla la parte diestra de éste, y con su brazo derecho la parte izquierda.
-¿Qué te sucede amigo? Le pregunté perplejo mientras lagrimeaba  sobre mí.
-!Ya no aguanto más la maldita dinastía despótica de este Zar! Gritó fuerte. Está gobernando sin respetar nuestros derechos, igualdades y   libertades. El pueblo no progresa y esas basuras de la nobleza son los únicos que gozan de privilegio, todo para ellos, sin embargo nosotros estamos atravezando una terrible hambruna. Replicó intensamente.
-Tenemos que ir y protestarle la situación en sus narices a ese desdichado. Le dije.
Cogí un abrigo y me despedi de mi esposa. Por último  le dí un beso en la fría mejilla a mi hija que descansaba en el pequeño moisés y emprendí camino con Dimitri.
En nuestro  rumbo por la congelada calle  Tverskaya, encontramos a un obrero que había conocido hace tres días atrás, al mismo que apodé con el nombre de Mars, en sí lo había escuchado por algún lugar u ocasión del trabajo.
Cuando el muchacho se detuvo a saludarme, asintió lo que Dimitri   dijo al verme. -¡Maldito Zar! Pero esa basura va a caer. No respeta nuestros derechos, ¿qué somos entonces? Repreguntó a si mismo.
-Debemos ser una simple escoria pese a que trabajamos de manera mortal. Respondió  Dimitri.
Quedé en silencio. Marx me miró y preguntó:
-¿Para donde van?
-A buscar a uno de los miembros de la realeza. Le dije.
-Voy con ustedes. Asintió.
Continuamos caminando, desde lejos se observaba  un humo, era negro como un hollín y se exparcía por el aire. Parecía salir de la "casa" del Zar.
-Qué sucede? Consultó Dimitri.
-No lo sé, pero algo bueno de seguro que no.
Cuando llegamos, con los pulmones vaciados y sin aire, una gran masa de obreros, soldados y campesinos se ubicaban en la puerta de la casa del rey. Allí estaba él, acorralado, casi fulminado.
la gente no aguantaba más, tanto que realizaban una protesta eufórica  para derrocar el sistema absolutista, lo que destruía nuestras vidas.
"Si usted no nos respetan, pues tampoco nosotros" Gritaba una voz dentro del sorprendente tumulto.
Dimitri, yo y Marx estabamos perplejos, porque el fin de ese gobierno llegaba y a partir de ahí el sufrimiento culminaba, la revolución  transformaba al estado en nación. El puñal con el cual nos obligó y amenazó se transformó en una contradicción que lo llevó al sarcófago con puntas filosas, para dejarle la silla al siguente.El fin de la agonía llegaba.









lunes, 7 de diciembre de 2015

Aquellas metrallas de dolor







Eran las 12:40 del mediodía cuando el cielo comenzó a nublarse por completo y la bóveda pasó a convertirse de celeste claro a un gris triste. Me encontraba sentado sobre una vieja,sucia y agrietada acera de la calle Reconquista, a tan solo dos cuadras de Plaza de Mayo. Ese cielo, como dije antes, se encontraba repleto de nubes grisáceas, parecían que encarcelaban al sol de una terrorífica manera. Al mismo tiempo que el frío comenzaba a castigar mis delgados  y descubiertos tobillos, como también congelar mis orejas, nariz y mejillas hasta dejarlas rojas.
De pronto, con una mirada taciturna, observé la presencia de tres aviones que pasaban entre el sombrío cielo, exparciendo por todo el ambiente un tufo negro que se disipaba y metía por mis vías respiratorias. En desesperación e invadido por un pánico indescriptible, puse mis   sucias y delgadas   manos en la nariz, pero tan nauseabundo y poderosos era ese humo que se introdujo hasta mis pulmones de todos maneras.
Comencé a toser de forma imparable sobre la calle, y fue en ese instante   que muchas más aviones comenzaban a pasar. El ruido que sus motores emitían desgarraba  y destruía mis oídos. Era tan insoportable. Tan así que de mi viejo y deshilachado buzo de lana roja, tuve que arrancar las pelusas que se ubicaban en la parte interior, y con mis dedos darle una forma de pelotita e introducirlas en mis oídos.
Pero detrás de ese ruido, comenzaban a sentirse bombardeos que provenían  desde las aviones y que colisionaban contra la Casa Rosada. Las paredes de esta se venían abajo y las llamas de un fuego amarillo consumían lentamente las argamasas de las edificaciones  que estaban desparramadas por todo el territorio céntrico.
Los cuerpos de muchas personas calcinados yacían boca abajo sobre la plaza, a uno de ellos se le había destrozado completamente el cráneo, y su masa encefálica estaba desparramada sobre el suelo. Yo cerraba los ojos y quería que el sonido de las metrallas termine cuanto antes, como también el escenario del terror que se había creado en Plaza de Mayo.
Montañas y más montañas de cadáveres humanos tirados bajo los autos, otros arrastrándose en agonía por las calles, sin una pierna, otros sin brazos y buscando por algún rincón su miembro arrancado, gritando con un dolor inconmensurable, mirando al cielo y dejando un reguero de sangre por el suelo. Era espeluznante, y culpa de esos malditos militares que querían destruir a Perón.
Y bien  se enteraron la mayoría de la gente, se desató una gran manifestación en la plaza, pero los militares respondían con bombas,  despedazando mediante el ruido del plomo a toda la sociedad con los misiles de esas malditas aviones que en sus colas tenían escrita una "V" y una cruz con el significado de "Cristo vence".
En amparo de los militares,la noche comenzó a caer y a ocultar los cadáveres calcinados en la tenebrosa oscuridad. Pero el fuego  que ardía en las iglesias los iluminaba nuevamente, ese fuego también emanaba desde el corazón invadido en furia de los ciudadanos.
Se lograban contemplar esas  pieles blancas como una hoja de los cadáveres, pero a la vez oscuras y sucias por el hollín de las bombas,  resplandecían en llamas, como resplandecen hoy en mí a través del recuerdo imborrable como una mancha de tinta, culpa de aquellas  malditas metrallas, que lo único que dejaron en mi fue  un dolor inquebrantable.

sábado, 5 de diciembre de 2015

El mago de Carapachay






Muchos fueron los caminos que se le presentaton a   Erik  Lamela desde  pequeño. En primer lugar porque disfrutaba jugar  a la pelota y tirar lujos  en el baby  con sus amigos, en   Drysdale, un  club de  Carapachay, su ciudad natal.

Confiaba en su talento, creía poder ser lo que su mente le permitía imaginar, una mente que lo subía a un barco lleno de fantasías, utopías como las que realizaba en las canchas con una pelota. Dicho barco lo sumergía en las aguas y permitía navegar  en un mundo al que muchos estaban extremadamente lejos de conocer, como los seres humanos y su chance de pisar otra galaxia. Para imaginar lo que se le ocurriría a Erik en ese entonces, se debía ser él en carnes propias.

En un pueblo no muy lejano de Buenos Aires, la magia rondaba por cada rincón  de Carapachay. Emergía en donde había un pibe jugando al fútbol,   como en las viejas  y despintadas escuelas de los arrabales, en donde giraban   esas  pequeñas pelotas de mentira, aquellas  construídas con un inmenso deseo y anhelo de jugar fútbol, hechas  por  bolsas rellenas de envolturas de las envolturas de los alfajores y caramelos que a raíz del viento volaban en los recreos, que  los pebetes suelen crear     a escondidas  porque las viejas locas de las profesoras  prohiben traer una de cuero a la institución.
Pero el picado también se armaba    entre los chicos  de   los  tierrosos potreros,  con arcos caseros hechos  de piedra o buzos  amontonados, por la tarde. Esas tardes en donde la anaranjada luz del ocaso se apodera del cielo y se refleja sobre los brillosos tacos del balón. O  por la mañana, en donde el sol comienza a resplandecer, resplandecer  como su brillante zurda,porque para jugar los horarios no importaban para él.Bueno, allí aparecía su  magia. Esa zurda poseía un talento sobrenatural, indescriptible y sensacional. La fantasía se encontraba adormecída en ella, y revivía con el solo rodar de una pelota  vieja y desecha.  Esta magia  tenía nombre, se llamaba Erik Lamela, un pequeño niño  delgado de pelo largo, liso y rubio que estaba recogido con una colita. Vestía  siempre con una camiseta de River  con la banda cruzada del 97´, era muy hincha del equipo de "la banda" pero en su mano derecha, casi siempre, andaba con la camiseta del Barcelona de lineas horizontales, con ese azul y rojo refulgente.
Erik gambeteaba  entre las  pequeñas piedras que obstaculizaban en  los viejos potreros gastados y sin pasto.Cuando el pequeño atrapaba con su habil zurda un balón,  parecía que jamás lo perdería. Gambeteaba lo que veía, un pajonal, un ladrillo, hasta los perros que cruzaban en pleno picadito. Le encantaba sacar a bailar a sus adversarios.Cuando la pelota caía del aire, la acolchonaba  hasta adormecerla como aquellos vagabundos que se echan a dormir sobre las plazas de  la 9 de julio.
La tenía atada.  La acariciaba con el empeine y delicadamente la pisaba, la movía de derecha a izquierda. Imnotizaba a los rivales, tanto que los mareaba y los humillaba con caños al mismo tiempo que la  tierra se  expandía y disipaba en el aire, se  adhería en sus tobillos y piernas, dejandolos sucios por completo. Algunos dicen que se pasaba   horas y horas dominando el balón detrás de su casa. Armaba un arco con dos ladrillos y pateaba una y otra vez.

Los ensueños futbolísticos vivían dentro de él, los mismos que le hacían olvidar las cosas de la escuela, porque cuando su mamá Miriam lo descuidaba por un instante, el pibe tiraba las hojas y libros de la escuela, tomaba   el viejo balón, y se iba a jugar por ahí. Poseía un amor incondicional y reciproco con la pelota, ya que cuando el la pateaba, parecía generar la sensación que la pelota  lo adoraba, tanto que siempre estaba cerca de su pie.No me pregunten donde , porque es lógico que en una cancha de fútbol, allí atrás, a dos o tres cuadras en la vuelta de casa. Con los colegiales y amigos. En fin tomaba la pelota  y la pateaba una y otra vez, hasta que la noche llegue. Aunque la mamá estaba siempre al lado de él para cuidarlo, para protegerlo, y  para hacerle recordar que no debe olvidar la escuela.  Si no fuera por ella, sería "un vago", tal como el mismo decía. Su mamá era el soporte fundamental de su vida. Era la mitad de su otro corazón y él la amaba de forma inimaginable.


Cuando Erik estaba en la casa, sus  amigos    lo buscaban, tocaban la puerta  y lo llamaban para ir a jugar a la pelota, sabían que sin el jovencito no habría diversión,  era infaltable como una pelota en un partidito, porque el era quien daba espectáculo al "picadito". El potrero lo lloraba los días de lluvias, su pequeña y perpicaz zurda era el júbilo del fútbol de los domingos en el arrabal de Carapachay. Allí se destacaba ante los demás,  rápidamente con su gambeta precoz, como una estrella fugaz que pasa por el cosmos, causando admiración entre tantos.

No solo era el potrero  testigo de la mágia que adormecía en la izquierda del Coco, sino también que la canchita de Drysdale lo hacía.
Desde su niñez jugaba  en las inferiores de River Plate, una oportunidad que no ha cualquiera se le da. El descarado hacía lo que quería en esa categoría. Se cansaba de descocerla. Le gustaba mucho hacer "la rabona". Si,  la que muchos recordarán por  Maradona, o  también por el "Bichi" Borghi.El pibito confiaba demasiado en su talento, porque cuando le preguntaban como jugaba, él decía:
-Soy habilidoso, toco, voy a buscar la pelota y llego al gol.

Sin embargo, esa magia tenía perseguidores que querían atraparla. a ese mismo  niño que se ponía a patear  la pelota  hasta atrás de su casa, en su pueblo, a  aquel  muchachito que idolatraba desde la panza de su mamá  jugar fútbol. Los catalanes querían reclutar su talento para la Masía, sabían que ese pequeño diamante se convertiría en un mundo de sorpresas. La calle que se le presentaba era roja y azul, en ésta había una avión parada sobre el costado, una que decía "destino Barcelona".Sin embargo,  había otra más pequeña, que se encontraba allá a lo lejos, era roja y blanca.  Ese camino estaba cargado de sueño.Lamela decidió tomar dicho atajo sin importarle  que otro lo llevaría al viejo continente. Tomaba   la calle del amor a su club,  la del orgullo, y por sobre todo, la de los sueños. Un pibe que había nacido con una única misión en su vida, jugar en la primera de River y ser un gran futbolista. Porque para iniciar  el camino al estrellato futbolístico, sentía que  la decisión correcta era quedarse para seguir soñando, soñar para pelear, pelear por esas ambiciones, que sin cierto motivo de lucha, no pueden conseguirse. Gracias a dios tomó ese camino, por que sino, valla a ser  si pudiese haberlo seguido y haber contemplado su hermoso fútbol.



Un día, yo estaba tomando la leche en el sillón de mi casa. Era un domingo soleado a la cuatro de la tarde. Mi hermano estaba recostado en un sillón mucho más grande, tan así que equivalía al doble que el mío. River jugaba contra Argentinos Juniors por el torneo local.Y en el segundo tiempo, en una cancha que el verde césped brillaba con el sol, ingresaba desde la  línea de cal blanca un pibito con la número 18. Yo no lo conocía. Tipo fachero, delgadito, de peinado a lo Cristiano Ronaldo, rapado alos costados y de botines fluor. En la primera que tocó me dejó atónito. Quedé maravillado con su fútbol, por un momento creí que estaba mirando un show de estrellas fugacez en la galaxia, pero no,  era el joven que la pisaba con clase  y categoría. Con una zurda encantadora que la dominaba a su antojo y parecía pintar arte sobre la cancha.La tenía pegada  con la cara externa, y cuando se la querían quitar hacía escapar la pelota por un pasadizo secreto,debajo de las piernas. -¡Qué caño! Oía gritar ante la televisión.
Producía algo en mí que   me imnotizaba, me atraía, y era imposible dejar de mirarlo. Cuando tocaba el balón con su zurda, mi cuerpo atravezaba una sensación de felicidad, una felicidad que nunca había poseído. En ese instante me hizo llorar de una manera desquiciada, yo lo miraba a mi hermano y con voz entrecortada de la emoción le decía:
- Éste pibe es un genio, es el mejor ¿Porqué es tan mago?
Cuando iba a la escuela, mis amigo se reían de mí, porque mis halagos hacia Erik eran sublimes, y nadie me entendía. Yo los miraba y decía:
-Pobres diablos, no saben nada
Desde ahí comencé a seguirlo, sin dejarlo en banda,porque sé que nadie entiende su gambeta idolotrabale como yo.  Su zurda inigualable, la toca y el mundo se paraliza, como mi corazón.
Sinceramente siempre será el mejor.

  



Escapando del maldito holocausto




El maldito 1940, año donde  me encontraba parado   entre las tinieblas  de la calle Chlodna,acorralado ante   el Guetto de la ciudad de Varsovia.   Era inmenso, tanto que  al levantar mi mirada no lograba contemplar su final, parecía tener kilometros de altura.  Construído hace días  con viejos y enormes ladrillos por los judíos, llenos de mohosidad y   que parecían venirse abajo en cualquier momento. Sin embargo, era dificil derribarlo, parecía que los hubiesen pegado con titanio derretido en vez de cemento.  Este muro nos mantenía prisioneros, y parecía tener ojos.  A cinco metros de mi derecha había una garita, y un alemán parado como estatua se ubicaba con una mirada escrupulosa y  fija hacia adelante, no parpadeaba ni hacía gestos con su rostro, estaba inmóvil como una estatua de piedra.
En ese momento, mi vida estaba destruida, no tenía ni padre, ni tampoco madre, él y sus fuerzas los habían exterminado en la cámara de gás, me los había arrebatado del corazón, me dejaron huérfano con tan solo 16 años de edad, y a veces pensaba si una muerte sería mi salvación.
Mis delgadas  y raquíticas piernas,  estaban llenas de barro y totalmente lastimadas de permanecer horas arrodillado sobre las piedras. Un hilo de sangre chorreaba    desde mis rodillas   hasta los tobillos, introduciéndose lentamente por las viejas y desteñidas medias.En el momento en que agachaba mi  mirada taciturna para observar las palmas de mis manos contemplaba que  las rodillas parecían no tener la fuerza suficiente para levantar mi peso. Estaban todas lastimadas y resquebrajeadas, el frío y el trabajo las había castigado brutalmente, el dedo índice rebentado y también lleno de sangre, cada vez que  goteaba sobre la tierra se sentía  el impacto en la callada oscuridad.
Mi estomago rugía como un león enjaulado, tan grande era  el hambre que sentía un inmenso dolor en la zona del viente. La última comida que había ingerido fue una  rodaja de pan de hace tres días. Hacía los mismos días en que no bebía una sola gota de agua.
Allí me encontraba, sobre la asquerosa acera inundada de parasitos y  cuerpos podridos de  gente inocente asesinadas, emanaban un olor tan nauseabundo que se apoderaba de la atmósfera e impregnaba en mi  arrugada remera. Observando una fotografía de papel del desgraciado Adolph Hitler  me ubicaba, la húmedad  había empapado al Guetto, y dos gotas  de agua que venían chorreando desde la cima mojaban el papel, el papel y  ese rostro  que poseía una sonrisa perversa, comparar sus ojos con los del diablo no era una exageración,  ya que al mirar las imagenes húmedas de éste que yacían sobre las viejas  y destrozadas paredes era algo  me transmitía escalofríos,  una sensación de muerte, de sangre, de dolor y sufrimiento. Por lo que en ese instante, mi corazón parecía dejar de palpitar,  mi mirada inundada en lágrimas, automaticamente cambiaba de dirección, ya que no podía ver su rostro de tanta repulsión, tan así que me daban ganas de levantar  mis dos manos y, desde punta punta, romper el papel hasta borrarlo del paredón. Pero eso era algo imposible, él nos miraba,  nos viligaba cada paso que dábamos, todo era una tortura puesto que sus hombres caminaban detrás nuestro para cuando ocurriera una desobediencia, para cuando nos descarrilaramos, disparar con sus aniquiladoras metrallas y dejarnos tirados  como árboles talados. Ellos anhelaban que no cumplieramos con sus tarea, con las órdenes de   "the fuhrer",  se sentían felices asesinándonos, viéndonos sufrir,  desangrándonos y sollozando al mismo tiempo. La comisura de sus labios se estiraba de oreja a oreja al vernos morir en el suelo, ya que  era una simple diversión para ellos, ya que nuestra vida   era solamente una mierda, no sentíamos dolor, y solo servíamos para abastecer y cumplir obligadamente sus órdenes.
Dirigiéndome por las arruinadas y desniveladas calles del guetto,  observaba   niños despavoridos  desde donde se mire, niños gitanos con pañuelos negros en la cabeza,  sucios , y  que en sus delgadas muñecas se podía notar la marca de las cadenas  sobre la piel, marcas que  las fuerzas del desdichado de Hitler habían dejado. La mayoría  de estos,tirados  e intentando dormir con las manos sobre las orejas en  las viejas y desechas aceras.  Otros, pidiendo limosnas,   perdidos en un barco de tristezas.  Aquellas oscuras pupilas  reflejaban  los años de sufrimiento, esa mirada fichaba a  todo hombre  que pasaba por al lado, con el deseo  de que le tiren aunque sea un pedazo de pan. Tenían cara de hambre y sed. No excedían los 12 años de edad. Uno me llamó mucho la atención debido su contextura física. Estaba tirado de espaldas sobre las oxidadas rejas de las casas, totalmente desnutrido, sus rodillas tenían el mismo grosor que uno de mis dedos,  tan flacas eran que un anillo bailaría sin preocupaciones. Su cuerpo era tan delgado que sus huesos se lograban ver con notoriedad a través de la piel, sus pequeñas costillas estaban marcadas, el cráneo y  ojos sobresalían marcando su rostro arrugado. Era horripilante.
Decidí mirar hacia adelante y continuar mi camino, sin rumbo alguno. En ese instante, una mujer se cruzaba frente mío con un sollozo desgarrador y de sufrimiento, vestía un saco negro y  largo hasta sus tobillos,  éste estaba destruído, lleno de tierra y  agujeros. La mujer tenía el rostro demacrado y bañado en lagrimas de dolor, se notaban las arterias rojas  de sus ojos  de tanto llorar. En sus  dos delgadas y pequeñas   manos, llevaba un bebé envuelto en una sabana negra, lo abrazaba , lo abrazaba y emitía semejante grito que mis oídos me dolían de manera agónica. Me acerqué, decidí intentar saber el porqué de ese llanto, y la razón era que el pequeño yacía en sus dos brazos sin vida, estaba pálido como una hoja blanca de papel, con los ojos abiertos,  secos por completo, y una mirada fría. Su cuerpo estaba totalmente desnutrido como el de muchos niños.
 A mi izquierda, el cuerpo  raquitico y huesudo  de un hombre sin vida, estaba tirado boca arriba sobre la calle, con sus ojos cerrados, por su boca y oído salía sangre, y era cargado por dos nazis vestidos de negro que traían una especie de sarcófago  de madera sin tapa, lo tiraban como a una basura. Uno lo cogía de sus dos pies y el otro de sus manos, lo levantaban y arrojaban fuertemente sobre el cajón.
Yo cerraba los ojos  y le imploraba a dios que todo termine, ya que era un infierno la vida que llevabamos, nos explotaban y exprimían como a un limón en el desierto, vivíamos en un campo de tortura y masacre. Cuando intenté dar un paso para seguir con mi camino, una mano tomó mi brazo de forma brutal y comenzó a tirar hacia atrás haciendomé retroceder. Era uno de los colaboradores del hijo de pu.. de Hitler que me decía:
-Ven maldito desgraciado, te creías que podrías escapar y holgazanear, tenemos un trabajo para tí.
Me resistí,  comencé a tironear, me escapé y él comenzó a perseguirme por detrás con un palo negro.
-Será mejor que logres esconderte porque te queda poca vida, cuando te encuentre me encargaré de destriparte con mis propias manos, te lo aseguro. -Asintió el desgraciado.
Decidí ocultarme en  la parte trasera de uno de los viejos edificios de la calle Wrowclaw. Allí había una pequeña casa de chapa abandonada,  estaba muy cerrada por lo que intentaba abrirla a patadas  pero no lo lograba . Entonces, tomé una enorme piedra que se encotraba detrás mío, la cogí con mis dos manos y con una fuerza descomunal la arrojé contra la cerradura hasta que se partió en mil pedazos. La puerta   comenzó a abrirse con enorme lentitud, rechinando a la vez. Con mi toda la cara externa de mi brazo derecho la empujé para ingresar.Decidí esconderme en el interior para que nadie logre encontrarme, las voces de esos malditos se sentían a metros. Al estar dentro, introduje mi delgada mano por una endija para dejar el candado vistosamente como lo estaba anteriormente con objetivos de que nadie sospeche que me ocultaba ahí.
"Busquenlo, busquenlo, atrapenlo y llevenlo a la cámara de gas" -le gritaba a uno de sus colaboradores  el desgraciado  oficial que había tomado de mi mano hace instantes.
No me quedaba otra opción que ocultarme por una horas allí dentro. El lugar estaba oscuro y muy húmedo, sentía como mi frente comenzaba a transpirar, pasaba mis manos sobre esta y frotaba mis dedos entre sí, por lo cual mi mano se humedecía aún más. No se lograba ver nada, tanto que intentaba mirar las palmas de mis manos y era en vano, veía oscuridad nada más. Había un tufo asqueroso, similar al de cuando las personas fallecen y pasan días descomponiéndose. Cuando detecté un pequeño zumbido de moscas que provenía desde mi ubicación,  en ese  instante, comencé a sentir que los pasos y las voces se acercaban, asomé un ojo sobre un pequeño agujero y contemplé la presencia de los hombres que querían mi cabeza, eran alrededor de seis, estaban todos armados y en sus rostros se podía observar la sed de sangre. Cinco pasaron corriendo y de largo, pero había uno que se quedó vigilando, y justó se colocó de espaldas en mi guarida, miraba desesperademente  para todos lados por si  me veía,  primero, con una mirada seria, giraba su cuello a la derecha en ubicación a la calle Swietokrzyska, en la cual solo se veían más hombres cargando los restos de los cuerpos de gentes fallecidas por enfermedades y hambre.A posterior, fijaba su mirada hacia la izquierda, allí cruzaba la solitaria calle  Marszalkowska,y lo que no sabía era que yo estaba a centímetros de él.
Como decía, era imposible ver en el interior de la asquerosa casa de chapa, tanto que con una caja de  fosforos de mi bolsillo(los cuales había robado a uno de los oficiales cuando los dejó sobre una piedra en el instante que yo trabajaba), encendí por momentos el lugar, la llama se avivó y el pequeño cuchitril se iluminó por completo. Había dos cadáveres  podridos y agusanados en el rincón, un enjambre de gusanos le estaban comiendo sus dos ojos, y las moscas caminaban sobre su amarillenta y arrugada piel. Sus cabellos se habían caído, como también las pestañas y cejas. Parecían tener una semana de muerte.
Ver ese escenario me dio respulsión, tanta que agaché automaticamente mi cabeza y logré toser hasta vomitar.   Lo hice tan fuerte que la casita parecía retumbar, lo que no pasó desapercibido ante los oídos del vigilante.
-¿Quién está ahí? -Dijo el policía.
Me quedé callado,  tomé un  profundo aire como un pez globo y coloqué las palmas de la mano en mi boca y nariz para que no sintiera más nada.Pero el maldito seguía interrogando
-¿Quién está ahí? -Gritaba una vez más.
Sabía que ingresaría para revisar el interior, asíque tome una enorme piedra, tan pesada era que debí aguantar su carga sobre uno de mis hombros. Él levantó su pierna y de una semejante patada arrancó la puerta, cuando ingresó, fijó su mirada sobre los cadaveres y dijo:
-Fue mi imaginación, no hay nadie.
Al darme la espalda le arrojé la piedra  con una descomunal fuerza y furia sobre su cabeza hasta rebentarla por completo. Le dí siete golpes. Esos golpes iban en nombre de mis padres. Su seso comenzaba  por las grietas del cráneo rebentado y la sangre exparcirse por el suelo.Asique corrí invadido de miedo, corrí tan rápido que mis piernas me decían basta, corría y miraba hacia atrás, corrí y seguí corriendo. Me dirigí  por la  tenebrosa calle  Gdansk, las tinieblas acechaban en la oscura noche de esta. Caminando sin rumbo me dirigía, las ruinas se habían apoderado de dicho lugar. Las argamasas  de las casas y  paredones destruídos yacían en   los arrededores ante un clima estremecedor. Corría y corría, pero había algo que nunca desaparecía, el Guetto, siempre esta allí, acorralandonos y destrozandonos la vida, el junto con Hitler y sus hombres, eran testigos de toda la gente que moría a raíz de golpes, hambre y  enfermedades.
No sabía que hacer, hacia donde dirigirme, que camino tomar, el de la muerte o el del sufrimiento, no me quedaban muchas opciones, ya que el de la muerte me parecía el más acuerdo.
 Un golpe de mareo comenzó a subir a mi cabeza, todo comenzó a moverse, los edificios a doblarse y distorcionarse, hasta que cerré los ojos y caí desplomado sobre tierroso suelo. Desperté y amanecí en otro lugar, me desesperé y cuando me levanté lo primero que vi fue un viejo cartel   y desecho que decía con letras grandes y negras: " Belzec". Me ubicaba cerca de las vías del tren,  en un campo de exterminio para los judíos, vestidos de ropa rayada  los prisioneros hacían colas para darse un baño, todos exaustos, algunos muertos en vida, otros se caían sobre el suelo y eran arrastrados como sacos cargados de basura  por los policías.
Delante mío, un pequeño y hermoso niñito le decía a su papá:
-Tengo mucha hambre papi, me duele la panza, ¿Aquí nos darán de comer?.
El padre, con rostro de dolor y   lágrimas  de agonía le decía:
-No hijito mío, aquí estamos formandonos para darnos un baño. Cuando terminemos, papí te buscará un pedazo de pan y un vasito de agua para que puedas comer y tomar.
Gracias papá, te quiero con toda mi alma.
Su padre seguía llorando, y le tocaba el turno junto a  su niño. Tomados de la mano con un amor incondicional ingresaban ambos, y pasada la hora no salían. Yo me encontraba escondido detrás de  un viejo paredón que en deplorables condiciones  subsitía en la soledad. Por la puerta trasera, alcanzaba a observar como llevaban los cuerpos totalmente muertos de las victimas que hacían colas de horas y horas para darse un "baño". En ese momento, observé cuando se llevaban al pequeño niño y a su padre, ambos habían sido exterminados por el monoxido de carbono en la maldita camara de gas.  Les habían quitado la vida, pero nunca les quitarán el amor que ambos se tenían, habían muerto abrazados, un abrazo de amor majestuoso.
Maldita cámara que le quitó la vida a papá y mamá. No me pregunten como sobreviví, porque no lo recuerdo. Tal vez me haya escapado y dado un duro golpe en la cabeza, aún no lo sé, lo único que sé es que continúo con vida, algo que no concidero como vida. No concidero como vida que nos maltraten, que con su sonrisa beban nuestra sangre, que nos exploten y nos aniquilen con sus metrallas.
Continuaba observando como los policías de las fuerzas de Hitler retiraban en carretillas, montañas de cuerpos asesinados en las cámaras de gas. Era allí cuando uno de los prisioneros se acercó hacía mí, con una mirada perdida me dijo:
-Ya todo esta por terminar, estos malditos están cayendo como moscas. El desgraciado de Hitler se irá al infierno.
Con una risa satira y al momento de felicidad, el sujeto se retiró y ubicó nuevamente en la cola.
Yo no entendía nada,  comenzaban a sentirse ruidos de explosiones. Al levantarme y mirar a los lejos,  un ollín negro comenzaba a exparcirse  por el aire. La cara de desconcierto  y preocupación de los nazis era perturbadora. Sentían lo que ellos nos habían impuesto, el terror, el miedo y sufrimiento.  En ese momento, un sonido de motor comenzaba a reproducirse desde el aire, entre las grisáceas  nubes que ocultaban el amarillo sol, avionetas con escudos de la Unión Sovietica y metrallas en sus alas,  sobrevolaban con gran velocidad. Y se lograba ver como disparaban sobre los campos de fuerzas de los alemanes. Las fuerzas de la SS comandada por  la porquería de Heinrich Himmler  volaban a pedazos por los aires. En  el momento que un nazi emitió un grito de terror y sufrimiento:
-¡The fuhrer se ha suicidado, the fuhrer se ha suicidado!
A partir de allí, todo fue distinto, y sobre los escombros que habían dejado las explociones, las flores y plantas comenzaban a crecer. Las enfermedades habían desaparecido, el fin de esos malditos había llegado, y para nosotros el terror ya culminado.