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sábado, 5 de diciembre de 2015

El mago de Carapachay






Muchos fueron los caminos que se le presentaton a   Erik  Lamela desde  pequeño. En primer lugar porque disfrutaba jugar  a la pelota y tirar lujos  en el baby  con sus amigos, en   Drysdale, un  club de  Carapachay, su ciudad natal.

Confiaba en su talento, creía poder ser lo que su mente le permitía imaginar, una mente que lo subía a un barco lleno de fantasías, utopías como las que realizaba en las canchas con una pelota. Dicho barco lo sumergía en las aguas y permitía navegar  en un mundo al que muchos estaban extremadamente lejos de conocer, como los seres humanos y su chance de pisar otra galaxia. Para imaginar lo que se le ocurriría a Erik en ese entonces, se debía ser él en carnes propias.

En un pueblo no muy lejano de Buenos Aires, la magia rondaba por cada rincón  de Carapachay. Emergía en donde había un pibe jugando al fútbol,   como en las viejas  y despintadas escuelas de los arrabales, en donde giraban   esas  pequeñas pelotas de mentira, aquellas  construídas con un inmenso deseo y anhelo de jugar fútbol, hechas  por  bolsas rellenas de envolturas de las envolturas de los alfajores y caramelos que a raíz del viento volaban en los recreos, que  los pebetes suelen crear     a escondidas  porque las viejas locas de las profesoras  prohiben traer una de cuero a la institución.
Pero el picado también se armaba    entre los chicos  de   los  tierrosos potreros,  con arcos caseros hechos  de piedra o buzos  amontonados, por la tarde. Esas tardes en donde la anaranjada luz del ocaso se apodera del cielo y se refleja sobre los brillosos tacos del balón. O  por la mañana, en donde el sol comienza a resplandecer, resplandecer  como su brillante zurda,porque para jugar los horarios no importaban para él.Bueno, allí aparecía su  magia. Esa zurda poseía un talento sobrenatural, indescriptible y sensacional. La fantasía se encontraba adormecída en ella, y revivía con el solo rodar de una pelota  vieja y desecha.  Esta magia  tenía nombre, se llamaba Erik Lamela, un pequeño niño  delgado de pelo largo, liso y rubio que estaba recogido con una colita. Vestía  siempre con una camiseta de River  con la banda cruzada del 97´, era muy hincha del equipo de "la banda" pero en su mano derecha, casi siempre, andaba con la camiseta del Barcelona de lineas horizontales, con ese azul y rojo refulgente.
Erik gambeteaba  entre las  pequeñas piedras que obstaculizaban en  los viejos potreros gastados y sin pasto.Cuando el pequeño atrapaba con su habil zurda un balón,  parecía que jamás lo perdería. Gambeteaba lo que veía, un pajonal, un ladrillo, hasta los perros que cruzaban en pleno picadito. Le encantaba sacar a bailar a sus adversarios.Cuando la pelota caía del aire, la acolchonaba  hasta adormecerla como aquellos vagabundos que se echan a dormir sobre las plazas de  la 9 de julio.
La tenía atada.  La acariciaba con el empeine y delicadamente la pisaba, la movía de derecha a izquierda. Imnotizaba a los rivales, tanto que los mareaba y los humillaba con caños al mismo tiempo que la  tierra se  expandía y disipaba en el aire, se  adhería en sus tobillos y piernas, dejandolos sucios por completo. Algunos dicen que se pasaba   horas y horas dominando el balón detrás de su casa. Armaba un arco con dos ladrillos y pateaba una y otra vez.

Los ensueños futbolísticos vivían dentro de él, los mismos que le hacían olvidar las cosas de la escuela, porque cuando su mamá Miriam lo descuidaba por un instante, el pibe tiraba las hojas y libros de la escuela, tomaba   el viejo balón, y se iba a jugar por ahí. Poseía un amor incondicional y reciproco con la pelota, ya que cuando el la pateaba, parecía generar la sensación que la pelota  lo adoraba, tanto que siempre estaba cerca de su pie.No me pregunten donde , porque es lógico que en una cancha de fútbol, allí atrás, a dos o tres cuadras en la vuelta de casa. Con los colegiales y amigos. En fin tomaba la pelota  y la pateaba una y otra vez, hasta que la noche llegue. Aunque la mamá estaba siempre al lado de él para cuidarlo, para protegerlo, y  para hacerle recordar que no debe olvidar la escuela.  Si no fuera por ella, sería "un vago", tal como el mismo decía. Su mamá era el soporte fundamental de su vida. Era la mitad de su otro corazón y él la amaba de forma inimaginable.


Cuando Erik estaba en la casa, sus  amigos    lo buscaban, tocaban la puerta  y lo llamaban para ir a jugar a la pelota, sabían que sin el jovencito no habría diversión,  era infaltable como una pelota en un partidito, porque el era quien daba espectáculo al "picadito". El potrero lo lloraba los días de lluvias, su pequeña y perpicaz zurda era el júbilo del fútbol de los domingos en el arrabal de Carapachay. Allí se destacaba ante los demás,  rápidamente con su gambeta precoz, como una estrella fugaz que pasa por el cosmos, causando admiración entre tantos.

No solo era el potrero  testigo de la mágia que adormecía en la izquierda del Coco, sino también que la canchita de Drysdale lo hacía.
Desde su niñez jugaba  en las inferiores de River Plate, una oportunidad que no ha cualquiera se le da. El descarado hacía lo que quería en esa categoría. Se cansaba de descocerla. Le gustaba mucho hacer "la rabona". Si,  la que muchos recordarán por  Maradona, o  también por el "Bichi" Borghi.El pibito confiaba demasiado en su talento, porque cuando le preguntaban como jugaba, él decía:
-Soy habilidoso, toco, voy a buscar la pelota y llego al gol.

Sin embargo, esa magia tenía perseguidores que querían atraparla. a ese mismo  niño que se ponía a patear  la pelota  hasta atrás de su casa, en su pueblo, a  aquel  muchachito que idolatraba desde la panza de su mamá  jugar fútbol. Los catalanes querían reclutar su talento para la Masía, sabían que ese pequeño diamante se convertiría en un mundo de sorpresas. La calle que se le presentaba era roja y azul, en ésta había una avión parada sobre el costado, una que decía "destino Barcelona".Sin embargo,  había otra más pequeña, que se encontraba allá a lo lejos, era roja y blanca.  Ese camino estaba cargado de sueño.Lamela decidió tomar dicho atajo sin importarle  que otro lo llevaría al viejo continente. Tomaba   la calle del amor a su club,  la del orgullo, y por sobre todo, la de los sueños. Un pibe que había nacido con una única misión en su vida, jugar en la primera de River y ser un gran futbolista. Porque para iniciar  el camino al estrellato futbolístico, sentía que  la decisión correcta era quedarse para seguir soñando, soñar para pelear, pelear por esas ambiciones, que sin cierto motivo de lucha, no pueden conseguirse. Gracias a dios tomó ese camino, por que sino, valla a ser  si pudiese haberlo seguido y haber contemplado su hermoso fútbol.



Un día, yo estaba tomando la leche en el sillón de mi casa. Era un domingo soleado a la cuatro de la tarde. Mi hermano estaba recostado en un sillón mucho más grande, tan así que equivalía al doble que el mío. River jugaba contra Argentinos Juniors por el torneo local.Y en el segundo tiempo, en una cancha que el verde césped brillaba con el sol, ingresaba desde la  línea de cal blanca un pibito con la número 18. Yo no lo conocía. Tipo fachero, delgadito, de peinado a lo Cristiano Ronaldo, rapado alos costados y de botines fluor. En la primera que tocó me dejó atónito. Quedé maravillado con su fútbol, por un momento creí que estaba mirando un show de estrellas fugacez en la galaxia, pero no,  era el joven que la pisaba con clase  y categoría. Con una zurda encantadora que la dominaba a su antojo y parecía pintar arte sobre la cancha.La tenía pegada  con la cara externa, y cuando se la querían quitar hacía escapar la pelota por un pasadizo secreto,debajo de las piernas. -¡Qué caño! Oía gritar ante la televisión.
Producía algo en mí que   me imnotizaba, me atraía, y era imposible dejar de mirarlo. Cuando tocaba el balón con su zurda, mi cuerpo atravezaba una sensación de felicidad, una felicidad que nunca había poseído. En ese instante me hizo llorar de una manera desquiciada, yo lo miraba a mi hermano y con voz entrecortada de la emoción le decía:
- Éste pibe es un genio, es el mejor ¿Porqué es tan mago?
Cuando iba a la escuela, mis amigo se reían de mí, porque mis halagos hacia Erik eran sublimes, y nadie me entendía. Yo los miraba y decía:
-Pobres diablos, no saben nada
Desde ahí comencé a seguirlo, sin dejarlo en banda,porque sé que nadie entiende su gambeta idolotrabale como yo.  Su zurda inigualable, la toca y el mundo se paraliza, como mi corazón.
Sinceramente siempre será el mejor.

  



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