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miércoles, 13 de abril de 2016

El misterio del pozo de la esquina

Siempre me pregunté, tras volver embarrado de jugar a la pelota con  mis amigos, o  vestido  con blanco guardapolvo luego de  salir del colegio del barrio y soportar los golpes del brabucón de la clase, qué habría allí debajo.
Imaginaba  sumergirme sin olfato alguno en su interior.  Con una balsa, porqué no, con un barco también, pero no entraría pese a la gran dimensión que aquella especie de cisterna gigante poseía. Lo mejor sería crear un pequeño submarino con las viejas chapas del barrio que el viejo de mi vecino utilizaba para tapar los destrozados y agujereados alambrados que cercaban y dividían los patios del vecindario. En fin, sacar alguna para  así     atravesar  aquella  puerta de  agua espesa  estancada y oscura con un inconmensurable olor a putrefacción .
La mugre se pegaba sobre todas sus ásperas, hendidas y mohosas paredes del interior.  Aquellas edificaciones estaban oscuras, como la noche en un desolado campo, y penetradas como el viejo cajón de madera del cementerio que guarda hace más de quince años un  alabastro cadáver allí dentro.
Papá me decía seriamente  antes de salir, junto a mi hermano, que nunca nos  acerquemos a aquel lugar, y que si anhelábamos   ir a jugar a la pelota, los hicieramos por la calle Francisco Gonzales( por la otra esquina). Él decía que el  extraño y deshecho pozo era el peligro  más grande para cualquier niño que solo y sin sus padres caminara por la vieja callecita de tierra que cruzaba por la esquina de la casa. Y la verdad es que a simple vistas tenía razón. Daba miedo verlo desde el hogar, ya sea cuando  sobre la ventana me ubicaba tomando la leche en la mesa, o jugando con la pelota de básquet  junto a  Alan( mi hermano) en el pequeño porche. Primeramente porque tenía un inmenso orificio cuadrado  en la superficie,  enjaezado en sus bordes, con un oxidado y opaco marco de fierro, material mismo con el cual habían creado   la pequeña escalera de  delgados peldaños  que permitía elevar hacia la superficie a las personas.
El agujero parecía una enorme boca que se tragaría todo lo que pasara por allí arriba. Pero aquellas paredes mohosas y húmedas del cisterna poseían algo totalmente intrigador , y había  muchas cosas sin sentido  que generaban especulaciones;  Siempre me pregunté, embebido de yogurt y jugo sobre el sillón del living, ¿se tratará  de cosa casual o   del destino?, porque   las resquebrajaduras que tenía, eran totalmente extrañas. Las grietas  eran asquerosas y debajo de la seca   cal, se lograban observar los ladrillos que vida le habían dado a aquella extraña tumba de agua.  Si    con cautela se observaban   los grietones,  mi mente me enviaba de una patada hacia el paraíso imaginario que yacía en mi corazón, y permitía imaginarme, con cara de asombro, que aquel enorme y redondo pozo,  tuviera enormes ojos sumidos en la oscuridad del cieno que en su fondo se depositaba junto con las viejas envolturas de dulces y golosinas que flotaban sin vida.
Papá nos había contado una vuelta sentado en su sillón,  que habían ocurrido sucesos raros con aquel enorme pozo de la esquina.
Su creación no había sido en vano, no. Albañiles en tiempos de antaño habían puesto manos a la obra para construirlo junto  con el   enorme tanque de agua que   a su lado se encuentra  actualmente. Un inmenso y altísimo tubo hueco de piedra que guarda una gran amistad con las palomas monteras residentes en su cúspide, creado con enormes  ladrillones amarillos, que pasaron a tomar el verde color de los hongos de húmedad, y que por dicha causa el desdichado poso nació. Nació para depositar en su sombrío interior, el agua inservible del tanque, y desde que todo dejó de funcionar   se estancó allí, hasta pudrirse y hacer desaparecer centenares de personas, principalmente entre ellas, niños.
Cuenta el viejito Braconi, que cuando él era joven, el hijo de su vecino murió tras caer a aquel orificio. Se arrojó de la nada, y en un momento insólito. Es que verán, fue justo a las 12 del mediodía. cuando  Martin(como se llamaba el  pequeño) comenzó a vomitar en la mesa en el momento que  toda la familia se reunía para almorzar. Su piel  empalideció hasta tomar un color amarillento, y su cuerpo quedó fijo y duro como el cemento cuando seca bajo el sol. La última palabra que le escucharon decir fue "voy al baño y vuelvo".
La familia pensó que se trataba de una descompostura estomacal, por lo que con ignorancia tragaron sus bocados, y  continuaron comiendo. Pero los minutos pasaron y el niño no volvió del baño.
-Hace más de dos horas que Augustin no viene- preguntó la madre mientras manyaba  su albondiga de carne.
-Estará durmiendo, sabes que es un pillete malcriado, y siempre intenta salirse con las suyas(ese día se había enojado porque no le compraron el juguete que anhelaba)- asintió con rostro de enfado   su padre, quien denotaba en su fría   mirada un gran odio hacia las trinquiñuelas del hijo.
Tuvo que ir su madre  a buscarlo de la oreja.Y la verdad es que sus padres parecían resguardar en sus corazones odio para con el niño, parecían sentirse felices cuando este cometía un error, puesto a que esperaban aquel punto flaco para arremeter sobre su trasero, o rostro, una vehemente tunda.

 La vieja llegó, pero la  puerta estaba forjada. Algo allí atrás y no permitía abrirla, como si una gran roca de mármol presionara hacia afuera y la trancara. Era imposible abrirla,  y tenía más chances de derribar con la mano la pared de ladrillos rojos que la mismísima puerta de madera.
Unos chillidos de risa comenzaron a emitirse en el interior del sanitario, risa de niños para ser más exactos. Estos ruidos medraban cada que la mujer intentaba derribar a patadas la puerta.De pronto un sonido se sintió, como si el marco de ella se desprendiera para caer por encima de la mujer. Se abrió la puerta.
Solo el  asiduo goteo del  agua del calefón se sintió al  entrar al habitáculo, puesto a que el niño no estaba, es así, que contempló, sobre el resplandeciente y limpio espejo que colgaba sobre la azulejada pared, un mensaje que   habían escrito con el vapor impregnado: "La carne humana es lo más sabroso que he probado en mi vida".
La mujer desentendida quedó,  y sobre la pequeña ventana del sanitario observó. Fue allí donde encontró, al mirar mucho más al fondo de los arboles del vecino, al fijar su perpleja vista hacia la esquina, a su hijo arrojarse  hacia el poso. De una manera rara cayó, como si su cuerpo fuese obligado, o enredado y empujado hasta el fondo, por manos, muchas manos invisibles.
Cuando el pequeño caía hacia lo  profundo del pozo, fijó su mirada sobre la casa, y pese a la distancia se pudo ver que sus ojos observaban a la madre,  y sobre las vidriosas pupílas del pebete, la mujer logró contemplar el alma, pidiendo a gritos salír de un torbellino de sufrimientos. Aquel torbellino lo empujaba hacia la soledad del agua oscura y olorosa.Sin lugar a dudas no pudo escapar, entre más intentaba hacerlo, aquel pozo, aquella cosa extraña, parecía que se había apoderado de su cuerpo.
Su madre  salió corriendo  bañada en lágrimas, y su familia, al verla tan destrozada, la persiguió por detrás. La mujer corrió hasta la esquina, pero nunca pudo llegar a ver el cuerpo, el pequeño cadáver del niño había desaparecido en tan solo minutos. y nadie pudo rescatarlo, ni siquiera el cuerpo de bombero que había llegado treinta minutos posteriores de lo sucedido.
Pero lo más extraño y paranormal de todo fue que el cuerpo no quedó flotando conforme fueron pasando los minutos, horas y días, y era imposible que no lo hiciera, pues, mi conjetura humana, como la del resto,  elucidaba que  su cuerpo  con los pulmones invadidos de agua,  lo llevarían a permanecer sobre el espeso charco negro. Empero las cosas resultaron de otra manera, y nunca se supo que sucedió con él.

-Y a veces puedo sentir el sonido del agua en su interior, pese a que su agujero haya sido tapado y cerrado por los obreros del municipio con viejas chapas oxidadas- aseveró, con los ojos entrecerrados e intrigadores, Braconi.

-¿El qué?- preguntó mi hermano Alan.
Puedo sentir mientras duermo, como si alguien nadara y se refrescara en la putrefacción. Como sí alguien con sus manos arrancara las raíces de las hierbas que en el interior del cisterna crecen.  El sonido del agua se suele sentir eso de las 21 horas de la noche-Eso decía el viejito  Braconi, sentado con su catadura y piel arrugada como hoja de papel abollada  en el viejo sillón de pana  ubicado en el oscuro rincón de su despintada casa, mientras sentado observaba, por detrás de las cortinas de la ventana,  el pozo de la esquina.
Había algo que me hacía perder en un extraño laberinto, aún más que sus pedorros discursos, pues me entenderán ustedes, que su arrugado y abombado rostro, parecía que en cualquier momento caería y sonaría como un panqueque sobre el suelo. Pues bien, al moverse o agacharse, la bolsa de sus ojos, se estiraba y colgaba una ciruela en la planta. Además, se la pasaba todo el día tocando con sus dedos, envueltos como bondiolas con un raro hilo amarillo,  sus orejas. Pero, luego dejaba el carretel en la mesita de la izquierda y seguía con sus discursos.
Pude descifrar en sus sermones del atardecer, y su mirada dolida, el odio que su alma poseía sobre aquel pozo, es que verán, su hijo también había muerto por culpa de aquel maldito agujero.
-El pozo lo mató. Nadie lo sabe más que yo, él se lo llevó con tan solo cinco añitos- Dijo  escurriendo | una lágrima por las mejillas y temblando su pómulo izquierdo.
-¿Quién es él?- Cuestionó  mi hermano menor Alan, totalmente intrigado por aquello que el anciano contaba por primera vez.
-Él está ahí, y vive debajo del agua, yo pude verlo, pude ver sus   alabastras  manos que encarnaban el tobillo de mi niño como un filete jugoso, contemplé cuando se lo llevó hasta el fondo, él rió diabólicamente. Lamento mucho que   mi hijo haya ido buscar la pelota que en la superficie de su hogar quedó en aquel 1960.
-¿Está hablando de una persona?- Le pregunté mientras desentendidos nos mirábamos con mi hermano.
Estoy hablando de algo mucho peor, algo a lo que ni siquiera me atrevo a calificar como demonio, pero lo que ví aquel día perdurará sobre mis viejas retinas más allá de la muerte. Unas largas manos, arrugadas y delgadas, con filosas y extremas garras. Se lo llevaron, y su cuerpo tampoco flotó, se hundió como las anclas olvidadas en el mar de los bancos- asintió Braconi invadido de bronca.

Y la verdad nunca le creí al viejo boludo ese, en primer lugar porque se la pasaba diciendo mentiras. Un día, dijo ver alienijenas  en el patio trasero de su casa, seres que luego se convirtieron en los  perros de turbulencia, un loco desquiciado que vive detrás de casa. En fin, Braconi era un loco paranoico que disfrutaba de su enfermedad.
Cuando nos retiramos con mi hermano, el señor, para no decirle anciano nuevamente, quedó durmiendo en el sillón. Nos fuimos para casa y volvimos tarde, decidimos demorar en la llegada y pegar la vuelta para no pasar por el pozo del tanque.
Al día siguiente, en la escuela me encontraba,  sentado sobre el pupitre, escribiendo  con nerviosismo en el pequeño cuaderno de hojas rayadas, con los ojos perdidos en otro mundo, el mundo del pozo.
La puerta del aula se abrió con  brutalidad y cayó al suelo. La  secretaria de la institución ingresaba gritando entre lágrimas:
-¡Se cayó al pozo, se cayó al pozo!
-¿Quién Elizabeth? - Cuestionó la profesora Mc Caully.
-Jhon, profesora, la policía y bomberos del pueblo están intentando sacarlo, pero el cuerpo del niño no aparece. Se hundió hacia las profundidades.
-Pero es ilógico, un cuerpo  no  puede desaparecer  como si nada. Además, el pozo no supera los dos metros de profundidad desde que el agua se disminuyó por las sequías. ¿Como saben que cayó?- cuestionó altaneramente la vieja.
Tres vecinos fueron testigos de su arrojo hacia el agujero negro. Lo vieron, salió del kiosquo de la esquina, y con una bolsa llena de alfajores hizo dos cuadras de asfalto hacia el fondo, hasta llegar a la vieja mansión de la estación. Luego giró hacia la izquierda y llegó, hasta la calle de tierra para subirse arriba del mohoso cisterna.

Todos mis compañeros comenzaron a correr como caballos de tiro, con los ojos que parecían salirse de lugar. Las  clases se suspendieron, y debimos irnos a nuestra casa.  La institución decretó una semana de luto por su desaparición.

Ahora bien, ¿cómo alguien puede arrojarse a un pozo, cuando este tiene su orificio totalmente cerrado y sellado con enormes tuercas y tornillos de titáneo?; ¿de dónde, un niño con brazos tan pequeños y delgados puede descalzar y arrancar una enorme chapa oxidada de cincuenta kilos. ¡Una increíble locura! ¡Aún más increíble que las anécdotas de Braconi, el anciano loco de la vuelta!

Bebí la leche y agarré la pelota, debí antes tomar una media de toalla y mojarla en la canilla del lavadero porque recuerdo que en el último juego,  con mis amigos, la habíamos embarrado de inconmensurable manera. Era difícil limpiar el barro impregnado sobre sus arrugados y destruídos cascos de cuero, así que  percudida, la puse en debajo de mi brazo como los grandes jugadores, y con Alan nos fuimos a la canchita de la vuelta.
Jugamos y pateamos, pateamos y seguimos pateando, hasta que la pelota, se dirigió por un largo camino, parecía que un canguro vivía allí dentro, pues comenzó a rodar durante 2 cuadras, como si tuviera vida propia.
Pero comenzamos a asustarnos, la pelota rodaba por los sucios y contaminados cordones de barro,  hasta que llegó al peor lugar que pudiese haber caído, el pozo.
Juan fue a buscarla, nadie se animaba a marchar hasta allí, y más ahora, que el orificio estaba al descubierto.
Dimos la vuelta en búsqueda de una canilla para beber agua mientras el tiempo corría, cuando Juan, buscaba la pelota.
-No te acerques demasiado- le dijo un chico desconocido.
- Pelotudo, ¿creés que soy idiota, no? volveré y te retorceré el pesquezo- asintió Juan.
El muchacho era una mala persona, se divertía haciendo sufrir a sus amigos, riéndose en la cara de ellos de como vestían y cortaban sus cabellos.
Cuando llegamos al lugar, el brabucón ya no estaba más, y la pelota, se ubicaba en el centro de la cancha, totalmente embarrada, sobre un oscuro charco,  un cieno negro, como la misma bola, como si en un mar de ollín descansara toda la noche, y deyapa, emanaba un asqueroso y nauseabundo olor a putrefacción. Juan ya no estaba más.
Lo buscamos por todas partes, pero fue inútil, no hallamos su presencia.
-¿Habrá caído al pozo?- dijo otro de sus amigos.
La respuesta quedó en la nada, como él, y  sus padres llamaron a la policía tras enterarse  de la noticia. Removieron tierra como un taladro, pero en ningún lugar supieron de su paradero. La tierra se lo había tragado, o mejor dicho, perdonen mi insolencia, el pozo de la esquina de caza.
Un día, a las 8 de la mañana, abrigados de gorro y bufanda, nos  fuimos a jugar con mi hermano a la pelota. Pegamos la vuelta para no pasar por el pozo raro, y llegamos a la cancha. Pateamos una serie de penales con Alan, y yo, como un idiota, la mandé a la mierda. Bueno, en sí, la pelota había caído a la calle,y fue por cosa del destino, que  un auto pasó, y de un sopetón  la mandó a un borde del pozo.
Mi hermano me dijo seriamente y con los entrecejos fruncidos:
-Déjala, ya fue , compramos otra.
-No, la voy a buscar-contesté.
-Acordate lo que papá dijo, ¿querés que se enoje? Ese lugar es peligroso, nadie vuelve por esa calle cuando ingresa al sector del pozo.
-No me jodas, voy a reclamarle la pelota al maldito pozo.
-Bueno, voy con vos- me dijo envuelto en valentía.
Fuimos, y nos acercamos a su mohoso borde. El pozo estaba allí, abierto, destapado como antes, habían levantado la gruesa chapa de metal que tapaba su agujero. En el interior se contemplaban las envolturas de golosinas, y grité:
-Hay algo allá abajo.
Nada ni nadie respondió. En la cabeza se me pasó, porqué no, que sería Juan escondido para hacer algunas de sus bromas. Es que era un tremendo idiota. Pero todo estaba calmo.
Nos retiramos con la misión de volver a jugar, aunque en aquel instante, antes de realizar la mitad del trecho, algo en el agua se movió. Del espeso líquido  pareció que algo  se movió  en su interior, que   flotaba con asquerosidad, como  lo hacen las defecaciones por las cañerías. Se sintieron golpes sobre el interior de la pared del cisterna,  y fue por ello  que volvimos. Tal vez, fue aquel sujeto que el viejo Braconi mencionó sentado en el sillón.
Nos acercamos pero nada había, y pese haber sentido ruido de agua allí adentro, esta estaba fija, y no se movía. Algo raro sucedía allí, y no era para nada bueno.
Al observar bien, más allá de la espesura del líquido negro, una imagen desfigurada contemplé. O tal vez estuve loco, o paranoico, como Braconi, ya que por los confines húmedos de aquel lugar, tras retirarme y despejar la vista del mefistofélico hueco, apercibí que algo  rápidamente se había movido. Como les dije anteriormente, no logré descifrar bien la figura, tal vez pudiese haber sido un animal, pero cómo explicar la velocidad con la que se movió, haciendo aparecer solamente  una triste sombra diminuta.
Y nos fuimos a la mierda, agarramos la pelota y rajamos para casa, aunque nuestras miradas estaban fijadas en el pozo, tan así, que hasta cerrar la puerta de casa, desde el interior de ésta, mirábamos con ojos enormes detrás de la rendija que emergía entre el marco y el borde. Y allí estaba el maldito pozo.
Dejamos la pelota, papá y mamá dormían. Eran tipo 15:30 de la tarde ya, el tiempo había pasado rápido.


Un hilo de interrogatorio  nos  enredaba a mí y a Alan, por lo que  debíamos cortarlo con alguna tijera, la de las mentiras de Braconi. Fuimos   hacia la casa del anciano bergante. Sí, era muy mentiroso,pero sus mentiras comenzaron a hacerse verdaderas cuando por la mitad de la cuadra comenzaron a sentirse esos ruidos de agua los cuales él mismo había dicho escucharlos.
Tocamos la puerta de la casa  y nos atendió.Venía con el carretel de hilo amarillo  en su mano, recién salía de bañarse.
-¿Qué quieren muchachos?- aseveró.
-Que cuente todo lo que sabe de esa cosa de la esquina. Acabamos de escuchar los mismos ruidos que usted confesó la última vez.
-Vaya, ahora si me creen, bueno entren- dijo con enorme sonrisa mientras giboso se dirigía para sentarse en el sillón.
Nos sentamos de rodillas sobre el frío suelo, y el comenzó a hablar con su pútrida cara, tan podrida como el agua del pozo. Pero daba vueltas, y empezaba a preguntar como estaba el clima.
-¿Y, nos cuenta o no?
-Sí, bueno, fue aquel 1 de abril en el año 1960 cuando...
Alan irrumpió sus tristes apologías.
-¿Puedo ir al baño?- consultó
-Claro pequeño, del pasillo al fondo, y dobla hacia la izquierda.
Alan se fue  y quedamos solo.
-Quieres galletas y leche- asintió el vejete.
-Por supuesto- confesé.
Se retiró, con la mano derecha tomándose la cintura, su cuerpo parecía agotado  y estresado. Con la otra se tocaba las orejas. Y subió por las escaleras de madera brillosa hacia cocina.
-Alan se asomó mitad de su rostro por el pasillo y chistó levemente:
-Mariano, vení, vení.
Fuí y entré al baño. Había un olor repulsivo, y se me hacía bastante similar. Era hediondo, como si el piso de la casa estuviere compuesto por materia fecal humana.
Sobré el brilloso borde del  inodoro,  una enorme aguja de acero yacía, de aproximadamente cinco centímetros.
Pero... Algo goteaba asiduamente,y era insoportable, provenía detrás de las viejas cortinas de trapos que  cubrían la bañera. Con lentitud y a la par nos acercamos, y corrimos la cortina. Un enorme  balde con fango se ubicaba en el medio de esta. Era ello la causa del asqueroso aroma.
Alan revolvió con su dedo en el balde, y el cuajoso espesor.
Decidimos volver  a la sala, y Braconi aún no venía. El pobre viejo todavía estaba haciendo la merienda.
-Aquí traigo las galletas- decía el viejo mientras volvía por las escaleras. Algo andaba mal, muy mal. Su pantalón goteaba un líquido oscuro, se asemejaba demasiado al balde de la bañera. Pero él no se había dado cuenta aún.
Dejó las galletas y leche en la mesita del rincón y dijo:
-Esperenmé, ahí vuelvo, voy al baño.
Con mi hermano nos miramos, y esperamos a que ingrese al sanitario para marcharnos desesperadamente. Pues papá gritaba y nos llamaba.
Nos fuimos y llegamos a la casa.
-¿Qué hacían?- dijo mi viejo
-Estábamos escuchando unas anécdotas de  Braconi y su hijo fallecido.
-¿Qué hijo? ¿Qué fallecido?
-El hijo que cayó al pozo- respondí.

Pero él nunca tuvo hijo, en sí, nunca tuvo mujer, y en 1960, nunca vivió por aquí. Es más, no sé de donde es aquel anciano, nunca lo ví en mi vida- dijo papá con cara de asombro mientras Braconi caminaba por la calle Luro con los pies a la rastra por la tierra.
Quedamos los tres mirando por la ventana, como se asomaba al pozo.
Cuando salí había desaparecido, y me acerqué al cisterna para ver si de algún resbalón cayó en su interior. Pero no estaba, lo único que ví fue  un extraño ser, alabastro, de bífida lengua,  completamente lampiño y de cuerpo desnutrido, sus ojos eran como los de una serpiente, las pupilas eran finas como una luna en eclipse, y cuando nos alcanzó a ver sonrió. Luego, se introdujo sobre el agua pútrida del pozo de la esquina hasta desaparecer por completamente. Pero también logré escuchar el sonido de Juan, aquel llanto se sepultó junto con el poso que la Municipalidad derrumbo y selló con tierra seca gracias a las poderosas palas de la grúa, aunque el sonido de sus lágrimas se puede sentir todas las noches cuando estoy acostado durmiendo.


domingo, 3 de abril de 2016

Las lágrimas de la sociedad







Luego de haber llegado a la oficina de mi casa, tipo 7:30, y de trabajar como san puta ocho  horas seguidas sentado sobre la incomoda silla del diario de la vuelta a cambio de diez pesos semanales, he decidido tomar  un breve descanso en el cuchitril de mala muerte al cual denomino como hogar.
Al llegar, he apercibido a través de la ventana,sumido en un  soñolento pozo con los codos apoyado sobre el lúgubre escritorio repleto de hojas en blanco,   una paloma gris que bajo la lluvia yace en una vieja y oxidada antena de cable, ,  como también  la carta de un  extraño que ha llegado por el buzón de mi puerta hasta caer sobre el suelo.
Cuando observé por primera vez  aquella sucia y embarrada carta,  me di cuenta que el heraldo que la trajo hasta las puertas de mi oficina, sufrió bastante para llegar a destino. Debió recorrer en bicicleta largos y largos trechos bajo agua y barro, y con tanta vehemencia la sostuvo sobre el manubrio  para que no caiga al suelo, tanto que la estrujó completamente dejándola como los mapas que entierran los piratas  de los dibujos animados y las mismas películas.  No lo culpo a este pobre muchacho o muchacha, vaya a saber quién haya sido, solo lo entiendo, para pagarse un remis o taxi debería arrancar uno de sus órganos y donarlo a cambio de dinero.
Y así llegó a mi habitáculo, sucia, arrugada y más húmeda que una pared de madera.  "Para Mariano Helling", decía  con lápiz negro su embarrado borde.
La cogí con brillante asombro, más claro era aquel asombro que la luz de la pequeña lámpara de la mesa que estrellaba  amarillenta  sobre  mi arrugado rostro.
Al abrir el sobre pude socavar en una arcaica hoja escolar, de esas que yacen pulcras en el interior de los cuadernos  telas de araña que los pequeños utilizan para iniciar su primer año en las escuelas publicas de los arrabales. Aquellas instituciones  en donde son pocos los niños que asisten a clase. Es que verá,  el planeta parece haber sido desintegrado por los grandes agujeros negros que emergen en la galaxia. En fin, con esto quiero decirle que  el mundo y la sociedad se nos ha ido al carajo.
Y voy a contar porqué; es que cuando decido salir del maldito cuchitril  hogareño  y  de la caja presidiaria que han creado los corruptos políticos y me ha exiliado en la oscuridad para no ver nada de lo que ocurre afuera, me encuentro con grandes atrocidades . Es así que no obstante de caminar por la asfáltica calle caliente de brea, he llegado hasta el final y encontrado una tierrosa calle de piedra que me dirige a un viejo barrio,  mismo por el cual transcurro todos los días al volver  caminando de mi trabajo. Allí he atestiguado con catadura perpleja, la presencia de  niños y adolecentes que ya no prefieren escuchar sentados sobre los pupitres de las escuelas los sabios consejos de los profesores, y lo que es peor  aún, han dejado de lado la divertida infancia con los amigos que nace en cada corazón de los  potreros.  Al transcurrir por los barrios ya no veo a ningún pequeño pateando la pelota, o sentado leyendo alguna historieta de Patorusito, La Pantera Rosa, o la fantabulosa Tiki-Tiki de Olé. No veo a ningún niño sobre la ventana tomando el mate cocido y mirando Dibu,  Ed Edd y Edy, o Coraje el Perro Cobarde con su papá o mamá.
Ahora, aquellos inocentes niños que serían el futuro de nuestras generaciones, se encuentran embebidos y emborrachados hasta los pelos con un alcohol de altos grados, con un paquete de cigarro en sus manos, y emanando un asqueroso  hediondo tufo que ni los pájaros se aguantan. Deciden peregrinar rápidamente a otro árbol porque el humo que estos pendejos emanan por sus narices y boca llega hasta las copas de los arboles. Ya no tienen horarios de vagancia. Caminas a altas horas de la noche y te cruzas en la oscuridad a enormes grupetes de pebetes entre 10 y 12 años que van rumbo al boliche haciendo quilombos  por la calle con un  enorme extraño vaso de plástico . Es más, me niego a apodar aquel extraño contenedor transparente con el nombre de vaso, es que no se le asemeja demasiado,  mirándolo bien es una de las aberraciones más grandes que el ser humano haya creado sobre la tierra, con un extraño líquido negro que mientras a ellos les hace parecer grandes, el de afuera los ve como insulsos y retrogrados.
Veo a niñas de 12 años embarazadas de niñitos, otras ya llevan sus cochecitos y sus bebés. ¡Y  pesar que a esa edad yo estaba jugando a la pelota y leyendo historietas,  tomando yogurt y dibujando o mirando dibujitos! ¡Cómo cambió la sociedad, eh! Todavía suelo hacer algunas cosas.
Y continúo caminando por la desnivelada calle, y encuentro sacrilegios peores, veo a un
 pequeño  niño que desnutrido yace sentado a   un costado de la   castigada calle de tierra, que  hizo que  con su triste y desolada mirada me perdiera en un camino oscuro y mefistofélico.  Quedó solo, su hermanito murió de hambre, y sus padres no tienen trabajo, juntan basura allí en la esquina, sí son aquellos  que se ven obligados en ciertas ocasiones en vender cartones y botellas.
Los   ojos del niño piden a gritos un pedazo de pan, y un vaso de leche, nada más que ello, algo con lo cual poder llenar su reseco estomago, porque la  comida que alguna vez vagó en sus sueños, los malditos políticos se la arrancaron hasta convertirla en dinero y beberla.
Está cansado de caminar descalzo sobre los pedazos de vidrios en punta que en la calle se encuentran enterrados, que lastiman sus castigados  talones  como las mentiras del los asesinos de traje.Hastiado se encuentra de ser obligado a acercarse al movil de la esquina tipo 22:00 con un hambre inconmensurable y de acercarse para darle la bolsa a los oficiales. Pues desdichadamente, este niño, lo unico que recibe es una bofetada. ¡Tomatelá pendejo!, le dice con cara de hijo de puta.
 Los ojos vidriosos en lágrimas del niño  hicieron que mi alma quede encerrada en una cárcel de hastío indescriptible, holocausto imaginario que los políticos han creado con sus palabras.  Esos empresarios que se suben a un trono de oro y comienzan a parafrasear de que la pobreza se extinguirá junto con el hambre, solo mienten. Solo asesinan con sus palabras y mentiras. Hablan y se la pasan viajando en aviones privados,  mientras se compran ropa nueva de millones  de pesos, y relojes de oro, y cuelgan joyas radiantes sobre el cuello de sus mujeres,cenando,  y realizando conferencias, el tiempo pasa, y las muertes por hambre, asesinatos de policías a niños perdidos  en la sociedad y frío medran aún más, porque nunca se olviden que el sueldo de los políticos podría alimentar a una población.
Ya nadie piensa en nada, en los niños, en la educación, en ayudar al otro. A veces me quejo, por lo que  como, por lo poco que gano en el diario. Pero me olvido de que hay niños que en realidad la pasan mal, y yo me siento una mierda.
El poder de raciocinio ha subsumido la humildad en el ser humano,   a él solo le interesa  hablar de los demás y despojarlo de su lugar para robar mucho más dinero del que posee. Y no se da cuenta que está cometiendo asesinatos de hambruna a personas que pueden llevar el país adelante. La sociedad  está destruida, ha desaparecido, como la paloma que hace instantes yacía bajo la lluvia en aquella vieja antena y que murió por el terrible rayo que cayó.