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jueves, 10 de diciembre de 2015

Los traidores de la calle Drake










Nací desde pequeño con un talento sobrenatural,  el de la mentira, engaño, y lo que es peor para muchos, ser un ladrón. Y la verdad que comparto   algo de lo que piensan, es cierto, es feo robar, opino que entrar a un kiosco o almacén y apuntar  con una pistola es una falta de respeto, principalmente para los ladrones profesionales que se ganan el mango  de gran  astucia con el fin de  poder subsistir en una sociedad difícil. Si se roba, se debe poseer una gran estrategia y sagacidad sublime, como la de los ladrones de banco. Esos sí que son grandes ladrones. Como me gustaría ser un saqueador, un gran ladrón de bancos, como todos lo sueñan.

Mis padres me abandonaron de pequeño cuando   tenía 4 años de edad, yacía dentro de una caja amarilla de zapatos Timberland, debajo de un árbol deshojado,  según me contó un guardia del reformatorio donde pasé toda mi infancia. El tipo que me abandonó, que  no sé quien carajos habría sido, tenía dinero para comprar los zapatos más caros del mundo, pero no para alimentar a su hijo, o sea yo. Esas cosas de la vida que uno se las entera después de muchos años, y por un ajeno. Maldito bastardo.

 Cumplí 11 años y me liberaron por excelente conducta. Al salir del presidio infantil, me incorporé  a las hazañas bandolerescas del rápido Marcel, un tipejo  que conocí en dicho lugar. Comenzamos a afanar en todas las tiendas de     los barrios de Detroit,   en donde el crimen, la  violencia y la  droga rondaban por cada rincón. Siempre ideábamos un plan para robarnos todo, en una hoja de papel anotábamos los sectores de comida que nos correspondían, y cuando salíamos, nuestros pantalones se caían de tantas latas de atunes, azúcar y otros cachivaches que ocultábamos en los bolsillos.  Pasábamos por la Avenida  Livernois,   la cual estaba destruida por completo, y tanto lo estaba que en  el pavimento se contemplaban   enormes grietas como si    un terremoto hubiera arrasado  con letal furia.
Al mirar sobre la acera izquierda, una casa cautivaba mi atención; estaba arruinada y abandonada, un pedazo de cartón blanco   cumplía la función de la puerta delantera. Las plantas abundaban su despintada terraza. Los ladrillos mugrosos y costrosos estaban todos  torcidos  y escritos con pinturas, y las ventanas totalmente apedreadas, tanto que solo un opaco vidrio  puntiagudo sobrevivía sobre el oxidado marco de chapa.

Continuamos nuestro recorrido.No había iluminación, era igual que caminar  en un vacío, solo dos focos colgaban de los viejos y pelados cables, uno de ellos seguía resplandeciendo en la oscuridad pese a estar perforado por una piedra, mientras que el otro producía una luz  anaranjada, tan pobre y   opaca  era que titilaba y  transmitía la sensación de apagarse en cualquier momento. A metros,   dos muchachos se encontraban apoyados de espaldas sobre   la   grafiteada  pared, como si    estuvieran sosteniéndola para que no se cayera. Fumaban marihuana, eran afroamericanos, no excedían los 19 años de edad,    con  grandes y gruesos cigarrillos en la boca, largando por sus narices, un asqueroso tufo blanco  como el de las chimeneas,  el cual  mareaba a todo el que pasaba por alado. Tenían   caras  demacradas y de perdición. Nos miraban con perversión, como  con el deseo de querer invitarnos a fumar junto a  ellos.

-Ignóralos dijo  Marcel. Los ignoré.
Seguimos de largo.Dicho pelafustán, quien había pasado 25 meses  en el reformatorio  por asaltar desde los 6 años las farmacias de la ciudad, me llevaba a una "reunión" con sus amigos, en donde planearían una emboscada hacia un multimillonario empresario que, todos lo días a partir de las  21 horas,  se daba el lujo de estacionar  ,por la  tenebrosa calle Drake,  su BMW, y dentro de él, detenerse a fumar un habano con una de  sus amantes, puesto a que era el único lugar en donde su mujer no lo descubriría.
Llegamos. Eran cuatro tipos, todos de mi edad,  parados formaban un pequeño circulo, estaban fumando, dos tenían  pequeñas navajas de plata muy filosas, tan filosas eran que en sus bordes se lograba ver mi distorsionado rostro de asombro. Otros  dos  portaban en sus manos una pistola Beretta 92 color gris con mango negro de goma. Mi mirada se asemejaba como  a la de un búho a altas horas de la noche debido a la impresión que generaba verlos desde tan pequeños portando armas   horripilantes. En ese instante, uno de ellos,  se acercó,posó su mano en mi hombro y dijome:
-Que tal, mucho gusto, soy Jet ¿Preparado para quitarle los dólares a ese desgraciado?
- La verdad es que nunca le robé a nadie, ni tampoco me interesa robarle a un pobre diablo, mi único sueño es robar un banco, lo demás no vale. Le respondí con una voz imponente.
-¿Estás seguro? ¿Sabes cuanto dinero lleva en esa maleta? ¡800.000 verdes!. Asintió desesperado.
-Ya te dije que no me interesa, el dinero no  es nada,  no pondré en riesgo mi vida por algo que se  dividirá entre cuatros. No señor.
.Escucha una cosa, para poder asaltar un banco es necesario adquirir experiencia, la cual veo que te falta. No digo que no seas bueno muchacho, pero eres joven y mucho te queda por aprender. ¿Sabes algo?
-¿Qué? Contesté
- A tres cuadras hay una banda de ladrones de banco, pero ellos han fracasado en varias ocasiones. Viven ocultos en una pequeña casa de la calle Wilshire y la semana que viene asaltarán un banco de Oklahoma. Si tu aceptas el trato y te unes al robo de hoy, y lo haces de perfecta manera, te llevaré al lugar y les contaré de tu situación. ¿Trato hecho?
El tipo estiró su mano  con la espera de una afirmación, y frunciendo el entrecejo clavó una  mirada seria  sobre la mía. Pensé unos segundos y  cogí   de su  mano hasta apretarla bien fuerte. Se rió y comentó:
-El viejo lleva su amante al abandonado Teatro Guild, Ahí se juntan y comienzan a manosearse.
Marchamos, tomamos como atajo la calle Michigan, donde hicimos siete cuadras hasta desembocar en la puerta del viejo teatro abandonado, destrozado como el corazón de un divorciado  y lleno de mugre impregnada sobre sus azules paredes.
Como escondite, escogimos el   oscuro callejón sin salida de enfrente, en él, había  un container de chapa  que emanaba un terrorífico olor a putrefacción debido a las bolsas que poseía en su interior. Las paredes del callejón estaban totalmente destruídas, por lo que  se lograban ver   ladrillos pintados con aerosol. En esta había una enorme palabra  de color negra que decía  "help". Seguramente hubiera sido de alguien que exigió ayuda cuando lo asesinaban, o de alguien que pedía a gritos educación, comida y trabajo luego de la crisis que había arrasado con todo Detroit.
  Los seis nos escondimos de rodillas  detrás del contenedor de basura. En silencio quedamos  por 15 minutos, ya  que en ese lapso de tiempo el empresario  se estacionaría junto a su auto. Mientras esperaba, comencé a observar, con esfuerzo claro está por la poca iluminación,  a los tipos con quien me encontraba. Jet acomodaba y escondía su navaja debajo de la remera,  enganchándola con la hebilla del cinto. Los otros fenómenos, resguardaban  las pistolas en los bolsillos  interiores de sus chalecos de jeans.
Marcel no decía nada,  no tenía nada, ningún arma blanca o de fuego, y no sé que hacía ahí con nosotros,   no veía sentido el porqué de su presencia.
Lo cierto es que un flamante   y brilloso BMW I8 estacionó  en la salida del callejón, justo en la boca del lobo.Los viejos edificios de los alrededores se reflejaban en su chapa, sus puertas se elevaron hacia arriba como una gaviota volando por los aires, y el viejo se levantó del auto.  Test blanca, alto y delgado, cara cuadrada y larga, morocho y rostro serio. En el dedo indice tenía un anillo de oro que brillaba en la oscuridad, vestía de un elegante saco negro con la marca de  Christian Dior.
Bajaba de la mano con una hermosa mujer, rubia y alta, cintura delgada y unos ojos  tan verdes como la hoja de un árbol. Apoyados sobre el capó del auto se quedaron besándose mientras Jet ideaba un plan:
-Esto es lo que haremos;  Marian, tú lo amenazarás con mi navaja, mientras que yo ingresaré al auto y robaré su maleta con los verdes. Los demás harán guardia por si llega algún policía, manifestó.
  Robar un banco era mi sueño, quedé mirándolo fijamente de forma penetrante, y él puso un mirada de confusión,  es que yo quería demostrarle el verdadero talento de ladrón que convivía en mí, por lo que le dije  a Jet   que  sería el encargado de robar:
-Disculpa Jet, pero lo mejor será que yo valla solo, tengo la habilidad y astucia suficiente para hacer el trabajo solo, y sin que el lo sepa le afanaré todo lo de su auto, tenlo por seguro.
Siguió mirándome y  aceptó la propuesta. Soy muy bueno para engatusar y convencer a las personas.
Me acerqué lentamente mientras él tipo le encajaba asquerosamente las manos en el trasero a la hermosa mujer. Fui gateando como un bebé de quince meses por la mugrienta acera llena de colillas de cigarrillos marlboro, pasé por la parte trasera del auto y lentamente introduje un alambre de cobre en la cerradura. Sin hacer ruidos y manteniendo mi mirada sobre el sujeto, la puerta se abrió con un suave sonido de destrabado. Comencé a tirarla hacia atrás, justamente eso era lo bueno, es que la forma en  la que lograba abrirse la puerta era variada, no solo hacia arriba.
Metí mi delgado brazo por la rendija de diez centímetros que deparaban la puerta de la cerradura. Tomé la maleta negra de cuero y la retire lentamente sin hacer escándalos. El hombre seguía besando a la tipa con sus manos en el trasero de esta. Retiré la maleta  y retorné de la misma forma en que llegué, gateando como un rorro.
Volví con los muchachos  y abrimos la maleta-
-Eres impresionante me dijo Jet.
Me quedé en silencio como los demás y abrimos el maletín. Al hacerlo se asomaron los verdes. 800.000  dólares yacían dentro  con la cara de George Washington. Todos quedamos impresionados mirándonos con rostros perplejos los unos al otro, era una importante suma de dinero, los fajos parecían explotar la maleta, tanto que sus bordes salían hacia afuera.
En esa el viejo comenzó a gritar:
-¡Hijos de putas me robaron, me robaron!
Desesperado y acomodándose la corbata subió su mujer al auto y sacó un revolver  calibre 22  gris, de esos antiguos, comenzando a apuntar hacia las esquinas con unos ojos desorbitados.
-Debemos correr, cuando él  nos de sus espaldas. Dijo Jet.
Esperamos a que el tipo se distraiga y cuando lo hizo corrimos como liebres por la calle Drake, y justo antes  de llegar a la mitad de cuadra, el mercenario comenzó  disparar  de forma alocada con un rostro siniestro. Era un enfermo mental.
Continuó corriendo por detrás de nosotros lanzando una lluvia de balas, una de ellas impactó en el talón de Jet dejándolo  arrojado en el suelo y desangrándose lentamente.
Me metí   en el último callejón de la calle,  de esos otros callejones oscuros, el desgraciado se acercó, le apuntó con el arma en la cabeza a mi amigo sin darse cuenta de  que yo me encontraba escondido. Comencé a acercarme lentamente  por detrás con un fierro grueso. El tipo estaba decidido en disparar, con ese rostro enfermizo,  pero justo cuando gatilló,  arremetí con el fierro y se lo di por encima de su cabeza hasta dejarlo inconsciente y boca abajo sobre el suelo.
 Miré hacia adelante para ayudar a Jet a que no se muera, pero cuando lo hice, en la acera lo único que había era salsa de tomate en vez de sangre, y en el enorme charco  de esta se ubicaba una pequeña bolsa, de esas que utilizan en las películas para producir los derrames de sangres, tenía un pequeño  botón.  Escuché unas carcajadas,  me dí vuelta con cara de asombro y era el multimillonario quien se reía descomunalmente, el cual dicho sea de paso poseía un rostro   descerebrado. Me acerqué para insultarlo  y contemplé en su mano una pistola de plástico a cébita.
-Malditos desgraciados dije, y me retiré por las desoladas calles de Detroit.

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