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martes, 8 de diciembre de 2015

El fin del sufrimiento








La crisis económica nos devastaba la vida. La falta de alimento azotaba nuestros estómagos que estaban resecos como un desierto.
Parecía que el mundo se consumía lentamente, aunque quienes solo vivíamos en una especie de "apocalipsis" eramos los campesinos y obreros de Moscow.
Como les comentaba, el hambre me debilitaba, por lo que las  rodillas sucias y lastimadas  se flexionaban  y  parecían no aguantar el débil peso  de mi cuerpo debido a la poca energía y desgaste que  demandaba el trabajo.
Era inaguantable el sufrimiento, tanto que caminaba  como  un  ánima  en pena   sobre el áspero ,resquebrajado y frío   suelo de la calle Sadovaia, en donde al caminar, se podía sentir el terrible sollozo de una mujer perteneciente al campesinado pobre y desarraigado que sufría por falta de alimentación.. A siguientes, esta mujer terminaba tendida como una tabla, dura y vacía sobre el suelo a causa de un hambre letal que le generaba la muerte.
Llegaba a mi casa y un sin fin de lamentos parecía penetrar mi cuerpo en presencia de nuestra pequeña hija, como también la de mi mujer Alexandra, quien  sostenía entre sus dos brazos  a la  pequeña, envuelta con una manta blanca de seda, emitiendo al mismo tiempo un llanto desgarrador que producía la sensación de quebrar los empañados y húmedos vidrios de  las ventanas.
Yo trataba de aguantar, aguantar y aguantar, mi rostro lo decía todo mediante una expresión de enfado. Me senté sobre la sólida silla de pino que se ubicaba sobre el solitario y frío fogón. Apoyé ambos codos sobre la mesa, allí descendí mi triste mirada   y suspiré sin jubilo,  esta situación era el mero espejo de todo lo que transcurría la sociedad.
Pero en mi mente solo emergía una imagen, la que menos quería recordar, la porquería del gran rey. Cuando pensaba en él, mi alma expulsaba todo el odio contenido, tan así que  rompí en diez mil pedazos la última mamirna de cristal que mi querida esposa poseía en el centro de la mesa.
En eso, ella se acerca con un rostro demacrado y  bañado en lágrimas  diciéndome:
-El ejercito ruso ya no puede seguir más, están cayendo como moscas en el frío.
-La ciudad no da para más, no podemos pensar en el ejercuto cuando los alimentos escasean.  Respondí con voz alta.
Un tramo de cuatro minutos cobró vida a través del silencio que parecía anidarse entre medio de ambos. De pronto, el clima comenzaba a alterarse, mi puerta sonaba en dos tiempos. Decidí observar por el agujero que hendía desde el centro de la puerta hasta finalizar por  la parte de abajo. Era Dimitri, mi compañero y  campesino. Le abrí la puerta, y cuando lo hice, se abalanzó sobre mí hombro, llorando, abarcando con su barbilla la parte diestra de éste, y con su brazo derecho la parte izquierda.
-¿Qué te sucede amigo? Le pregunté perplejo mientras lagrimeaba  sobre mí.
-!Ya no aguanto más la maldita dinastía despótica de este Zar! Gritó fuerte. Está gobernando sin respetar nuestros derechos, igualdades y   libertades. El pueblo no progresa y esas basuras de la nobleza son los únicos que gozan de privilegio, todo para ellos, sin embargo nosotros estamos atravezando una terrible hambruna. Replicó intensamente.
-Tenemos que ir y protestarle la situación en sus narices a ese desdichado. Le dije.
Cogí un abrigo y me despedi de mi esposa. Por último  le dí un beso en la fría mejilla a mi hija que descansaba en el pequeño moisés y emprendí camino con Dimitri.
En nuestro  rumbo por la congelada calle  Tverskaya, encontramos a un obrero que había conocido hace tres días atrás, al mismo que apodé con el nombre de Mars, en sí lo había escuchado por algún lugar u ocasión del trabajo.
Cuando el muchacho se detuvo a saludarme, asintió lo que Dimitri   dijo al verme. -¡Maldito Zar! Pero esa basura va a caer. No respeta nuestros derechos, ¿qué somos entonces? Repreguntó a si mismo.
-Debemos ser una simple escoria pese a que trabajamos de manera mortal. Respondió  Dimitri.
Quedé en silencio. Marx me miró y preguntó:
-¿Para donde van?
-A buscar a uno de los miembros de la realeza. Le dije.
-Voy con ustedes. Asintió.
Continuamos caminando, desde lejos se observaba  un humo, era negro como un hollín y se exparcía por el aire. Parecía salir de la "casa" del Zar.
-Qué sucede? Consultó Dimitri.
-No lo sé, pero algo bueno de seguro que no.
Cuando llegamos, con los pulmones vaciados y sin aire, una gran masa de obreros, soldados y campesinos se ubicaban en la puerta de la casa del rey. Allí estaba él, acorralado, casi fulminado.
la gente no aguantaba más, tanto que realizaban una protesta eufórica  para derrocar el sistema absolutista, lo que destruía nuestras vidas.
"Si usted no nos respetan, pues tampoco nosotros" Gritaba una voz dentro del sorprendente tumulto.
Dimitri, yo y Marx estabamos perplejos, porque el fin de ese gobierno llegaba y a partir de ahí el sufrimiento culminaba, la revolución  transformaba al estado en nación. El puñal con el cual nos obligó y amenazó se transformó en una contradicción que lo llevó al sarcófago con puntas filosas, para dejarle la silla al siguente.El fin de la agonía llegaba.









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