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jueves, 12 de mayo de 2016

Fue el sótano

  La familia de Elbert y Alfred había llegado de las vacaciones el 4 de abril, justo en el día donde adquirirían el nuevo hogar. El hijo mayor de Raquel,  Steve, había sido quien la consiguió, aunque debió pagar muchísimo dinero para que los papeles se guarden en la maleta.
Aún nadie había ingresado a la casa,  y por   mísmas razones, aún no conocían el interior, solo por fotos. Aunque   Steve sabía como era, sí, fue él quien entró al hogar por primera vez junto al propietario.
Según había hablado por teléfono mientras sus padres daban tremendos baños de sol en las playas de Miami, la casa era excepcional, y por ello les reportó que firmaría. Éstos dieron una respuesta positiva, por desgracia. Sí, así es. La desgracia, algo que representaba a aquel lugar, o mejor dicho donde se producía habitualmente.
Pese a  la hermosura  y gran espacio que aquella mansión poseía, Steve había olvidado algo. Los extraños sonidos que provenían del fondo del pasillo. Incluso fue cuando él estuvo en la casa por primera vez, corroborando si todo estaba y funcionaba perfecto, que se escucharon ruidos, que parecían producirse desde aquel sombrío y desolado sector.
Pero nadie prestó mínima atención a aquel tan diminuto sonido, que apenas, podía desgarrar los inmensos trances de silencio que subsumían cada rincón, cada confín, de la enorme, y como les conté anterior mente, deshabitada mansión.

La última vez que sus puertas se habían golpeado contra el vetusto marco de madera, fue en 1970. Tomada por las enguantadas manos de los policías,  y cerradas con una brutalidad inconmensurable que se encontraba rodeada por el  terror y pánico de los demás vecinos.

 Los tres cuerpos de la familia de la esquina habían sido hallados  sin vida en el pasillo de la casa de Elbert. Elbert era el hermano menor, el chiquillo preferido y mimado de la familia, pero poseía otras cosas aterradoras que acontinuación les contaré.
 ¿Pero qué fue lo que pasó allí?   Todos poseían enormes rasguños en la parte de la espalda, aunque sería mejor decir, que los tres fueron descuartizados.
Las vertebras de estas personas habían sido extirpadas con gran astucia, la carne desmembrada con inconmensurable brutalidad, y habían sido deshuesados como un pollo.
Cuando la policía llegó a aquel oscuro lugar, pudo contemplar bolsa de pieles y órganos   flotando  sobre un espeso, oscuro y profundo  charco de sangre que burbujeaba como si alguien nadara en su interior. Y  cuando uno de ellos ingresó al lugar, el finado viejo Roodney (desde que lo conocí)pudo jurar por su santa madre que alguien estaba nadando allí en el charco,  lo alcanzó a sentir.  Aún ese sector desconocía las tristes iluminaciones de las viejas linternas  cuando se sentían los chapoteos que avisaban y guiaban  a los huéspedes  con armas en sus manos.
Al llegar con cautela al final del pasillo, encontraron a un muchacho, joven, casi demacrado, con grandes ojeras, y manos ensangrentadas. Estaba sentado sobre las salpicadas paredes que chorreaban enormes gotones  y parecían que desangraban, como los cadáveres de aquellas victimas.
Encontraron al muchacho perdido,  con la mirada fijando hacia la pared que se ubicada frontal a su ubicación. Sus ojos estaban maniatados a aquel oscuro sector, duros y vidriosos, diciendo: "fue el sótano".
La policía lo golpeó brutalmente hasta el cansancio, lo esposaron y se lo llevaron. Al día siguiente los diarios que volaban y se encontraban tirados sobre las viejas aceras del vecindario publicaban la ejecución  a silla eléctrica del individuo, para felicidad de todos.




Pasaron dos meses desde  aquel entonces cuando pude retornar a la casa.  La familia de Steve, ya vivía en aquel lugar. Sin   dudas  que me producía escalofríos ir a   donde    hace días atrás había ocurrido una inédita tragedia, y también, me enrredaban de los tobillos los lazos interrogatorios, porque mi mente automaticamente, al pisar el patio de la casa, me pedía a gritos soscavar en ¿cómo rayos hicieron para entrar a la casa?; ¿de dónde sacaron las llaves?; y por último, la pregunta más compleja de todas: ¿porqué aquel sujeto los despedazó con tanta furia?


 -¿Tu sabes quién fue?-Le pregunté  a Elbert mientras mis ojos comenzaban a ser absorbidos por pequeñas venas rojas que   denotaban preocupación y desespero.
-Yo no fui, fue el sótano-  contestó  con una fina voz mientras   abría la puerta de su casa y observaba cautelosamente  de izquierda a derecha   los corredores del largo pasillo subsumido por una fría oscuridad, e intentaba esquivaba la pregunta.
-Te espera Alfred-     decía mientras golpeaba a su gato invadido en felicidad  y éste escupía sangre por doquier.
-¿Hey, que estás haciendo con el pobre animal?
No contestaba, y seguía desangrándolo. Aquel niño estaba enfermo, y había sido internado en el psiquiátrico dos veces.
Aquel bastardo tenía extrañas marcas  superficiales detrás de aquella camisa desprendida, se alcanzaban a ver cortaduras,  como las que los gatos recién nacidos realizan al subirse en la piel de un ser humano, aunque estas lastimaduras desprendían  levemente  su piel.A la vez, pude detectar en su mirada, que intentaba escapar de algo.
Abrió la puerta y pasé mientras mis ojos seguían amarrados al  pequeño y delgado cuello de aquel pebete, parecían que en cualquier momento rodarían por los confines de la enorme casa de pisos de parqué. Estaba lastimado y hasta se contemplaban rayones rojizos de sangre por su blanca y tersa piel. Recorrían toda su garganta, y terminaban en el mentón. Tres profundos arañazos que lentamente chorreaban  hilos de sangre y se dirigían al interior de su camisa blanca, la cual su madre le había ordenado poner en la presente ocasión.
-¡Oh, por diós, qué te sucedió en ese cuello, Elbert!- gritó desesperada   Raquel, su madre.
El gato salió corriendo asustando, obviamente intentando escapar de aquel niño hijo del diablo(muchas veces dudé porqué aquel ser era tan diferente a su familia).

-Nada, mamá. Solo me enganché el cuello con el picaporte de la pieza- mentía.
Pero cómo, ¿Cómo que el picaporte? Cuestioné en mi interior; ¿porqué entonces solo a mí era  a quien  respondía diciendo: "fue el sótano". Verdaderamente era una mentira, su vida en sí era una gran mentira.
El gato comenzó a gritar en el fondo del pasillo( tal vez de dolor tras los vehementes golpes del muchachito). Pero nadie prestó atención, solo mis oídos estaban despiertos en aquel entonces.
-Mi niño, ahora iré por vendas- dijo preocupada su madre.
Ocultaba algo en su interior, pero no quería decirlo,seguro porque no contar la verdad era su devoción.
-Aquí tienes las vendas Elbert, vente - gritó fuerte la madre.
-Ya voy, espera-aseveró el mocoso  mientras la sangre comenzaba a escurrir  asiduamente en forma de enormes gotones por su pecho.
 -¿Qué es lo que le sucedió?- le cuestioné a Alfred, su hermano, mientras sentado se encontraba  sobre los cojines del viejo sillón.
- Ya te dije, fue el sótano-interrumpió Elbert en ese momento, y se retiró con una sonrisa macabra hacia la cocina.
Antes de cerrar la puerta puedo jurar que quedó mirándome por detrás de la rendija del marco con excecrables y enormes pupílas.

-¿A qué se refiere con que fue el sótano?- recobré la conversación con Alfred.
-No lo sé, hace semanas viene hablando del sótano del fondo de la casa. Y se la pasa casi todo el tiempo allí cerca de él, sentado y con sus juguetes, me pregunto que le pasará por la cabeza.

Elbert, hermano menor de mi amigo Alfred, era un chiquillo molesto,  muy dañino, y disfrutaba hacer maldades hacia los demás. Era un año menor que yo, pero por cosas del destino, cursaba en el mismo grado.  Allí se la pasaba golpeándome todo el tiempo, poseía un gran anhelo de sentir el impacto de sus puños en mi mentón.
Se podría decir también que era asqueroso, pues cada que una cucaracha se trepaba con sus olorosas y flacas patas por las húmedas paredes de su casa, éste malévolo chiquillo las deglutía como un preso  deglute un pedazo de pan en un calabozo.
Pero Elbert era Elbert por malditas cuestiones del destino. Es que verán, si buscan en los viejos diccionarios subsumidos en grisáceas y porqué no, negras telas de arañas,  que en sus casas yacen húmedos y viejos por algún oscuro rincón o   debajo de la cama, encontrarán su nombre arraigado a los sinónimos de "mentiroso", "pelafustán" y "despreciable". Eso justamente era Elbert. Parecía que en algún remoto pueblo o aldea, las personas que poseían su nombre representaban la mera crueldad.

La excecrabilidad  de Elbert cobraba vida en cada uno de los momentos en que su infantil catadura se confrontaba a pequeños de alma inocentes, pues se la pasaba golpeando los testículos y estómagos de estos pobres individuos con vehementes puños. A mí, la mayoría de las veces,  acostumbraba a recibir   con un enorme escupitajo en el rostro, y a decirme luego que se había comprado el mejor videojuegos, con la única trinquiñuela de darme celos. Pasaba cerca mío y pateaba con los enormes tacos de sus zapatillas mis flacas canillas.
Le rezaba todos los santos días a dios que el niño no me atendiera, pues  cuando  lo hacía,me daba su mano y  picaba con puntiagudos alfileres mi palma.

Cuando terminamos de cenar, tipo 00:00 horas, el niño atravezó  el desdichado  anhelo de mostrarme dónde se ubicaba el sótano,  cosa que me resultaba irrelevante, pues yo solo quería jugar con Alfred  a los videojuegos. Para mí eran excusas con las cuales poder llevarme  a algún lugar de la casa y para poder golpearme.
  Elbert tomó fuerte de uno de mis brazos, y estirando la comisura de sus labios de oreja a oreja  ,mientras  brutalmente  pisaba mi pie, asentía:
-Vamos o le digo a mamá que me pegaste.
Obligado me sentí en aquel entonces de no quedar mal con Raquel, y es que a parte de quererme como  a un hijo, creía en todas las mentiras del pequeño pelafustán. Así  que lo acompañé.
Mientras caminábamos por el enorme y solitario pasillo,  sus  cortos pasos   resonaban  sobre el frío y oscuro lugar,  señalaba con su  dedo el camino para ir a buscar las bolsas de café  a los estantes   del corredor que Raquel nos había encargado. Pero cuando llegamos al objetivo, el niño siguió caminando, como hipnotizado. En ese instante dio la vuelta,  y mientras abría sus ojos con gran tamaño decía.
-Sabes, te contaré algo que nadie sabe.
En ese momento sentía que la mentira más grande de la historia en la humanidad podría llegar a mis oídos.
-Mi nombre no es Elbert-  aseveró con su imborrable sonrisa.
Lo más tonto que había escuchado desde que comencé a tomar conciencia de las cosas.
-Aaaah, ¿no? ¿pues y quién eres?-repondí mientras agachado y con la mirada sobre mis zapatos, ataba los cordones.
Al mirar a la ubicación de Elbert, ya nada había.  Se había esfumado. Solo se contemplaban las limitaciones que la oscuridad creaba  por el pasillo debido a la ausencia de  las bombillas de luz.

Quedé solo en aquel triste y lúgubre lugar, y si me preguntan como haría para volver, les contestaría que debería quedarme a dormir hasta el otro día. No se lograba contemplar si quiera la salida, todo estaba oscuro, y más frío de lo habitual.  La temperatura había cambiado drásticamente con respecto a cuando Elbert estaba conmigo.
Al tocar las paredes podía sentir la sensación de  como si algo acariciara lentamente mi piel, y solo podía ver el celeste  humo que éstas emanaban.
-Vamos, sigamos, ¿acaso, no quieres saber dónde está el sótano? - asintió una voz.
Supuse que sería la del pequeño,  pero ésta no era fina como las patas de un tero,no, al contrario, era ronca, y absolutamente aguda. Pero era indescifrable saber de donde provenía la voz debido  a aquel espesor negro  que ocultaba su fisonomía.
-¿Quién es, eres tú Elbert?
Pero cuando respondí nadie supo contestar.
-Por favor Elbert, debemos volver. Esto no es bueno, vinimos a buscar café- reiteré.

Al dar la vuelta para retirarme pese a no saber para qué lado marchar, pude sentir que algo cogió de mi brazo izquierdo. Lo sentí porque fue muy concreto, cómo   hincó filosamente sobre mis débiles carnes, y acarició con asperosidad el antebrazo.  Cuando aquellas pegajosas manos frotaron sobre mí, el corazón comenzó a ahogarse en un espeso mar de cieno, espeso como el líquido pegajoso que sin mirar pude sentir en mi muñeca mientras esos dedos apretaban mientras  extrañas  garras sujetaban con vehemencia.

Cuando me dí la vuelta para contemplar de quién se trataba, solo pude soscavar en un individuo pequeño, maloliente y mentiroso. Era el mismisimo Elbert, que parado y soltando una enorme carcajada retumbó el silencioso pasillo.
-¿Tu fuiste quien tomó  de mi mano?- le pregunté enojado por el susto que me había dado.
-No, yo no fui,  fue el sótano- respondió.
- ¿En qué parte del planeta existen sótanos con manos?,Por favor, no mientas más, tus chistes aburren, ¡tú estás loco!- le insulté mientras me cubría como cobarde el rostro con mis manos para que no me golpeé.
En aquel momento creí que arremetería violentamente sobre mí, pero algo lo detenía:
Tenía a Max, su gato, colgando de la cola con uno de sus dedos, el pobre animal estaba despellejado, sin sus ojos, y sin una de sus patas. El niño lo sostenía y se reía.
-¿Eres enfermo o quién carajo eres?
-Yo no fui, fue el sótano, asintió el despreciable engendro mientras la oscuridad encarcelaba mitad de su rostro, aunque los  ojos estaban liberados.
-Eres una cucaracha despreciable, basura asquerosa, rata inmunda,asesinaste al pobre animal, te asesinaré- le dije invadido en íra.
-Te dije que yo no fui- reiteró sonriente.
Pero tenía un cuchillo, ensangrentado como sus brazos, salpicados en rojo como su rostro. Y la sonrisa lo delataba, el había matado al animal.
Corrí para avisarle a Raquel, sin importar lo que sucediese, si me creería o no. Ese niño era un satán venido desde el infierno.
 Cuando llegué y los encontré en la cocina asentí mientras mis pómulos temblaban de temor:
-Asesinó al gato, lo asesinó, mató a Max.
-¿Qué gato?- preguntó Raquel.
-El gato Max, lo asesinó, lo despellejó- grité mientras caía al pozo de la bronca.
-Pero nosotros no tenemos gatos, nunca tuvimos. Elbert es alérgico a los felidos.
-Pero juro que tenía un gato,  él mismo me dijo. Además colgaba muerto sobre su dedo- asentí señalándole con el dedo.
-A muchos les sucede, siempre terminan hablando de ello conmigo.  Pero siempre terminan siendo ratas.  A los amigos de Elbert también, ¿no es así hijo?- interpeló luego Raquel al niño.
 -Si mamá, fue una rata, la tuve que matar, estaba mordiendo mi dedo gordo del pié- dijo el niño mintiéndo de forma descomunal.
Yo pude jugar que poseía a Max en su mano.

Olvidando todo lo ocurrido, con Alfred optamos por la diversión, y fuimos directo a su habitación a probar una de sus nuevas consolas de videojuegos.
-Alfred, necesito que me cuentes lo del sótano.
-¿El sótano de la casa?
-Sí, es que tu hermano, como dije anteriormente, me está cansando con el sótano, dice que esas lastimaduras del cuello se las hizo allí.
-Mira, no debes creer todo lo que dice mi hermano, tiene problemas psicológicos, la mentira no es algo que él quiere, dios se la adjudicó desde pequeño.
-Pero dime sobre eso- le cuestioné con voz rogadora.
-No hay nada para hablar del sótano. Qué puedo decirte; está al fondo del pasillo, bajo llaves, hace apróximadamente 9 años no se abre. Para ser más precisos, desde que llegamos, no sabemos qué hay allí en el interior, puesto a que nunca nos interesó abrirlo. Mamá decía que esos lugares juntan muchas ratas, y... amigo, ¡las ratas se comen los papeles! , cosa que a mamá no le gustaría. Pero nosotros nunca hemos andado cerca de él, allí está oscuro como bien descubriste, y es imposible visitarlo. Las llaves vagan en algún lugar del mundo.

Quedamos jugando hasta las 3:00 horas, y él se había ido a dormir. Me dijo que podía quedarme jugando sobre el costado de la cama, pero que debía bajar el volumen de la televisión, por lo que hice caso.
Cuarenta minutos pasaron cuando alguien comenzó a correr por los pasillos de la entrada, los pasos se asimilaban a los gateos de un bebé, pero con mayor dinamismo. Era insoportable, y temí que Alfred se despierte por ello,   fui a decirle a quien era el autor de dicho caos; Elbert.
Fui hacia el pasillo y nadie había. Ni Elbert, ni su madre, ni mucho menos mi amigo que estaba al lado mío cuando se produjo aquel ruido. El mocoso de Elbert estaría en su pieza escondido, planeando alguna travesura. Así que marché hacia allí.

Pero me había ganado de mano, tampoco andaba allí, y el ruido se produjo nuevamente. Venía del  fondo del pasillo, detrás de aquella intensa oscuridad.
-¡Elbert, Elbert, dejate de hacer ruido! ¡¿Estás ahí?! - grité mientras caminaba lentamente por la oscuridad.
No veía nada,  y debí  iluminar el lugar con la débil y mistonga luz de mi celular. Pero era poca la observación que podía realizarse en ese sector.
Ya había caminado 15 minutos y el pasillo no terminaba más, empero algo me distrajo. Fue la sombra que sobre la pared se reflejó. La figura de un cuerpo humano que yacía detrás mío. Cuando mis ojos atestiguaron la maldita presencia de aquel inmóvil  dibujo que se reflejaba en la pared, directamente se giraron como la cabeza de un búho a altas horas de la noche. Sin embargo, al fijar la bolilla hacia mi espaldas  y alumbrar como loco hacia el techo,  no había nada, ningún cuerpo, figura u objeto, solo descubrí lo que Elbert nombraba asiduamente: El sótano.


El sótano estaba allí, parecía que alguien lo había dibujado con años de  gran trabajo, con un enorme lápiz negro, ya que   si en  la oscuridad, alguien le pasaría la mano, solo sentiría el liso de un revoque de pared. Pero la pared era mentirosa, mentía como Elbert, o tal vez más. Pero allí estaba la puerta. Era el acceso   hacia algún lugar desconocido,  de rara y antigua   madera, enjaezaba en sus bordes, con pútridos ensamblajes de metales, tan putrefactos y verdes como el picaporte redondo con la que se abría. Pero aquel sótano estaba enredado en enormes cadenas de acero,  tan enorme eran que llegarían a pesar 200 kilos si se las alzara con la mano.

Pero pese a sus viejas particularidades, no era nada más que una simple puerta de sótano.  Solo  más oscuridad se contemplaba por debajo de las rendijas de la puerta,

Los pasos nuevamente comenzaron a sentirse, y parecían medrar más con respecto a la última vez. Miré hacia atrás pero se veía  solo oscuridad, aunque pude apercibir que algo se acercaba, porque el paso ya estaba cerca.
Al acomodar mi cuerpo, para apreciar bien la cercana figura, un terrible puño en mi estómago llegó inesperadamente, dejándome sin aire en el suelo y casi sin vida. Luego, otros golpes comenzaron a arremeter como mi espalda y cabeza. Eran las patadas más vehementes que un humano pudiera recibir. Quedé tendido, con los brazos bien abiertos, con los ojos casi cerrados. Pensaba que en aquel momento mi vida había acabado. Pero cuando mi alma se retiraba de mi cuerpo, un ser la amarraba entre inconmensurable oscuridad. Se había elevado hasta mitad del corredor, empero algo la sujetó.

Fue Elbert, con un cuchillo, que quería terminar con mi vida, iba a degollarme, y mientras lamía el filoso borde decía alocadamente, con ojos exaltados:

-Soy el sótano, te mataré, y al sótano te arrojaré- gritó de forma enfermiza mientras su voz retumbaba por el pasillo.
En su mano portaba una cabeza bañada de sangre que chorreaba asiduamente sobre el piso en hilillos de sangre y  se introducía por debajo de la puerta del sótano. Era la cabeza de Raquel, con enormes ojos secos y vidriosos, había sido despernada del cuerpo  que tirado yacía a un borde del pasillo, con las manos sobre la pared.
Clavó la filosa punta del utensilio sobre uno de mis talones,y comenzó a desgarrar profundamente la piel. Siempre creí que fue un enfermo mental, pero tampoco lo imaginé a nivel demencial.
Grité desaforadamente   amarrado a  sogas  de  un profundo dolor que arañaba mi alma, pero nadie me escuchó.

Y cuando el malévolo individuo me arrastraba sobre la puerta y decía: "aquí lo tienes", unas enormes garras salieron por debajo de la rendija de la puerta.  Esos delgados, largos y arrugados dedos,rompieron la  pesadumbre de oscuridad que se podía observar, pero cuando esas alabastras manos intentaron tomar mi pie,  la puerta se cayó, y Elbert, quien apoyado sobre ésta se encontraba, se fue hacia el fondo, golpeó su cabeza contra uno de los grisáceos peldaños que descendían a su interior.

-A mi no, a él- fueron las palabras que el diabólico   niño asintió   al  extraño ser del sótano, mientras las enormes manos arrugadas, de dedos largos, largos como sus filosas y puntiagudas garras,  y que parecían estar bañados en grandes baldes de  agua podrida, clavaban sanguinariamente  sobre la cabeza y ojos del niño,hasta  sumirlo hacia aquel oscuro lugar.

Ahora entendí que hace rato deseaba su carne.

Y ahora, sentado sobre el umbral de la noche, mientras  escribiendo este artículo con una de mis manos sobre la frente me encuentro, mi alma y la luz de la vieja lámpara son testigos de los golpes que en el interior del sótano se producen. La puerta intenta abrirse, pero las enormes cadenas no dejan abrirla, aunque si lo haría intentaría tomar mi pie y llevarme hasta su oscuro fondo para meterse en mi interior y obligarme a cosas horrorosas. Aún se sienten las enormes garras arañando la puerta.

En tanto cuando el anciano de Alfred sigue con sus conjeturas,  intentando descifrar lo que pasó con su familia,  yo le digo.
-Fue el sótano.

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