El pequeño Mark había llegado a su nuevo hogar, una espaciosa casa en la ciudad de Massachussets, la cual era de gran ayuda para que su padre permaneciera mientras se ganaba el dinero en su nuevo trabajo como doctor. La casa era muy linda, tenía un hermoso y extenso patio, y desde su interior, los inmensos y mugrientos ventanales permitían ver todo el panorama de la calle y casas de enfrente.
Aquella fría noche en la que llegaron,el reloj de la muñeca de Mark marcaba las 22:00. Debieron apilar las viejas cajas que en su interior portaban sus cachivaches(cobijas, vasos, platos y etcétera) y ubicarlas en los rincones polvorientos y húmedos de la casa puesto a que ambos estaban exhaustos.
El pequeño, subió por la escalera de madera, que por cierto rechinaba cada vez que éste daba un paso, como si estuvieran a punto de quebrarse las tablas que la componían. Tras ascender, un largo y oscuro pasillo era lo que encontraba el pequeño, en donde solo una puerta de madera había. Continuó hasta atravesarla e ingresar a su interior.
La habitación estaba buena, quizás porque no le hacía falta nada. Tenía una lámpara que yacía sobre la pequeña mesita de luz. A su lado, una enorme cama que parecía ser lo suficientemente grande para Mark, y un inmenso ventanal, en donde colgaban unos viejos y sucios trapos que cumplían la función de cortinas. Tras correrlos, y asomarse por la ventana, el pequeño contempló una vieja casa que se ubicaba justo frente a su habitación. Esa casa estaba totalmente desolada, parecía estar abandonada puesto a que no había ni una luz encendida. Además, las tejuelas invadidas de moho que se ubicaban en el techo, parecían caer y despegarse hasta romperle la cabeza a cualquiera que tocara la puerta de la casa. Todas totalmente destrozadas.
Los vidrios de las ventanas estaban destrozados, como si una balacera de piedras desatada por pequeños pelafustanes del barrio hubiera arrasado con vehemencia.
La calle se encontraba desolada como un desierto frío.
Mark cerró las cortinas y se dirigió a la cama invadido de un cansancio abominable. Tanto que sus pies iban arrastrándo sobre el húmedo y viejo piso hueco de madera haciéndolo rechinar. Luego, bostezando, cayó boca abajo sobre el colchón como si se hubiera desplomado, y quedó dormido.
Tres de la mañana.
Algo extraño comenzó a correr con suavidad las cobijas del pequeño Mark. Parecía que lentamente la volteaba al suelo. Era un descomunal viento que llegaba débil al interior de la casa y que comenzaba a darle por la espalda al pequeño Mark, lo cual hizo que se despertara. Al hacerlo, observó que la ventana estaba abierta unos siete centímetros en lo que refiere a la distancia respecto al marco. El niño no recordaba en realidad si la había dejado abierta o se había abierto sola con la fuerza del viento. Lo cierto es que con los ojos casi cerrados se levantó y la cerró.
Al retornar a la cama, un sonido comenzó a sentirse en el patio. Como de alguien desgarrase el suelo con alguna pala u instrumento. Mark se despabiló justo en ese instante y decidió asomar su cara por la ventana. Pero no había nada, lo único que vagaba a esas altas horas de la noche era una vieja envoltura de alfajor que sobrevolaba por lo bajo del oscuro y silencioso vecindario.
Corrió las cortinas, y volvió a la cama, pero...
-Trrrrrrrrrrrr
Otra vez. El ruido se escuchaba nuevamente con procedencia del mencionado sector, asustando al pequeño Mark, quien pensaba que se trataría de algunos ladrones intentando ingresar a la casa.
Eran alrededor de las 3:30 de la mañana, y el susodicho no lograba pegar un ojo. Daba vueltas y vueltas sobre la cama, se tapaba con las viejas cobijas hasta la cabeza, y lo único que lograba hacer era mirar invadido de preocupación el amarillento resplandor de la luz que emitía la pequeña lámpara de la mesa de luz.
Minutos posteriores, la puerta de entrada sonó. Fueron tres golpes brutales que retumbaron la casa, y que para peor, hicieron esconder al niño debajo de la cama.
Mark, con sigilo y con una mirada sumida en perturbación, contemplaba entre las rendijas de las ventanas y sus cortinas, una extraña figura que parada se ubicaba en la casa de enfrente. Esa figura era oscura, y no lograba contemplarse a la perfección. Parecía ser la de una persona con los brazos abiertos. La extraña e irreconocible figura se movía de un lado hacia el otro. Caminaba a un costado de la casa, y parecía que con un palo aplanaba la tierra, o algo así. La sombra causaba tamaña hipnosis sobre el muchacho, tanto que apenas notaba la presencia de un enorme espantapájaros. El muñeco enganchado sobre un palo y con sus manos en crucifixión, tenía aproximadamente una altura de 1.70 centímetros, portaba en su cuerpo un viejo y agujereado mameluco de jean que parecía ser azul, pero que al fin y al cabo era negro culpa del barro de la quinta de verduras que se había impregnado sobre la tela a raíz de los vientos de antaño que soplaron con vehemencia por el vecindario. En su enorme cabeza tenía un sombrero deshilachado y destrozado que inclinado hacia delante obstruía mitad de su mirada(era lo único que no se lograba ver con comodidad). Tras distraer su mirada en el espantajo tan solo un instante y al querer contemplar la extraña figura, esta ya no estaba, se había difuminado por completo en aquella noche oscura del día martes 3 de julio.Sin importar lo que fuese, al pequeño no le interesaba, puesto a que le generaba inconmensurable terror, ese terror alcanzaba los largos y rápidos pasos que daba. Siempre estaba a su lado, entrelazando su alma, empequeñeciendo sus ánimos y convirtiéndolo en un débil ser.
Es por ello que todas las noches bajaba las persianas de la ventana, y entre la amarillenta luz que emitía la lámpara que dejaba encendida, se tapaba por completo la cabeza con una cobija, dejando solo un agujero pequeño para sacar su nariz y respirar cómodamente.
Así, una especie de terror se originó en el alma del pequeño, un temor que carcomía su infancia desarraigada de los juguetes. Miedo originado por una extraña paranoia . No es que Mark era un pusilánime, pero su perfil taciturno, y la mala experiencia con los muñecos no había sido buena en sus ocho años de vida. Una vez, en su antigua casa lo habían encontrado en el interior de la habitación agonizando de temor por la presencia de un payaso de juguete, que según él había dicho que lo asesinaría. A partir de allí, recibió muchos tratamientos psicológicos, aunque nunca pudo ser el mismo niño que todos conocían, su papá empeñó todos los juguetes en la feria de los jueves por la mañana para deshacerse por completos de ellos y dejar la habitación vacía para la tranquilidad de ambos, principalmente para el niño. Los muñecos siempre fueron su máximo terror.
Un día, el vecino, cruzó la calle y tocó la puerta de la casa de Mark, quien tras bajar por las escaleras de su habitación, le atendió cordialmente:
-Hola señor, le puedo ayudar en algo -dijo el pequeño con voz baja y trémula.
-Gracias por abrir pequeño, soy Robert, el vecino de aquí enfrente. Mira, ando necesitado de un vaso de azúcar, ¿tú tienes un vaso? -respondió el anciano.
Un trecho de silencio se apoderó del corto dialogo entre ambos, y los ojos de Mark se fijaron hacia la casa de Robert, justo donde se ubicaba el hombre calabaza de la quinta.
-¿Te gusta?- preguntó el anciano con una risa que comenzaba de oreja a oreja refiriéndose al muñeco. Es mi gran amigo Dreck, amigo de hace mucho tiempo. Me ayuda a espantar la aves que intentan robarse los tomates y mazorcas de la huerta. Lo construí hace 10 años con ropas deshechas de mi armario y otros cachivaches encontrados.¿Quieres conocerlo mejor? Acompáñame, te llevvaré hacia él -y lo tomó de la mano.
-No señor, no quiero- dijo asustado el pequeño cerrándole la puerta en la cara con vehemencia.
Al día siguiente, tras retornar de la escuela, Mark pasaba por la vereda lamiendo una paleta dulce que había comprado, y antes de cruzar para su casa contempló la presencia del espantajo, allí se encontraba él, el pequeño caminaba y lo miraba, el hombre calabaza también lo hacía, y pese a alejarse parecía no despegar sus pupilas del pequeño, quien aceleraba el paso y sentía que lo perseguía por detrás con una risa macabra. Daba vueltas con desespero pero solo estaba el calabaza quieto e inmóvil como estatua, con larga sonrisa, solo su ropa deshecha se movía con el viento.
Al llegar a casa le contaba a su padre que el muñeco lo había perseguido en un tono de risa. Pero no le creía, y solo cruzaba de vereda para sentenciar su hipótesis. Tomaba al niño y a la rastra de la mano lo llevaba-él continuaba quieto y mirando fijo.
Detrás del desdichado muñeco había una grabadora de chistes, el sonido parecía ser de la voz de un hombre que hablaba con unos niños. Como en un show de chistes. Y el papá decía:
-¿Es ésta la causa de tu berrinche?
En ese instante la puerta del vecino se abrió y salió el mismo Robert.
-¿Sucede algo muchachos?- les dijo a ambos.
-Nada señor, solo que mi hijo dice que su espantapájaros lo persiguió por toda la calle. Disculpe por irrumpir en la huerta de su patio-respondió el padre de Mark.
Los labios de Robert se estiraron hasta crear una fantástica sonrisa, y entre una insostenible carcajada preguntó:
-No, no pasa nada. A por cierto, a esa grabadora ¿en dónde la encontraron?.
- Disculpe, la hayamos detrás del muñeco, estaba tirada y encendida. Tome.
-Gracias, la busqué por toda la casa y no la encontré-dijo. De todas maneras la dejaré donde la encontraron así el sonido ayuda a espantar a los pájaros. Pero antes iré por unas pilas. Quiero agradecerles por haberla devuelto , y como mera muestra, te invito a tomar la leche a mi casa muchacho.- se refirió al pequeño.
Mark no pudo rechazar su invitación, ya que el padre lo obligó:
-¿Vas a negar un vaso de leche?
Ante la dicha pregunta, el niño se vio amenazado, pues imaginaba que iría nuevamente al psicólogo, algo que no le agradaba para nada. Además, después de todo, nadie invita a un desconocido al interior de su casa para beber un vaso de leche, por lo que aceptó.
Entraron y el anciano se refirió nuevamente a la grabadora:
-La estaba buscando, gracias de verdad(Y la dejó arriba de la mesa). Ahora vuelvo, iré por la leche-agregó Robert.
Se esfumó y el churumbel quedó solo. Se asomó por la ventana para mirar un rato más al hombre calabaza, quien observaba hacia la calle, y al voltear nuevamente para sentarse, un álbum grande apareció sobre el sillón. Cubierto de telas de araña y totalmente sucio, forrado con un cuero arrugado,tenía olor a viejo pero finalmente lo abrió. Poseía fotos de Robert y su familia, las cuales habían sido tomada hace años. En muchas de ellas aparecía la imagen de un señor trabajando, cuya persona no mayor de 40 años. Tenía el pelo negro, era delgado y vestía de la misma ropa que el "espantapájaros" que yacía parado afuera del patio del vecino.
En la última foto del albúm, dicho hombre se encontraba parado ante una multitud de pequeños, quienes se reían. Parecía una fiesta de cumpleaños o algo por el estilo. El pequeño supuso que aquellas voces que provenían desde el interior de la grabadora pudieran ser del mismo hombre de las foto.
El álbum de fotos parecía haber hipnotizado a Mark, quien con sus pupilas dilatadas observaba fijo sobre las viejas hojas y fotos. Pero ese trance se destrozó cuando un extraño ruido comenzó a producirse, parecía originarse desde el claro e iluminado pasillo de la derecha. Ese misterioso sonido era similar al de alguien que encerrado golpea con sus puños una puerta para poder salir. Intrigado y con rostro de desconcierto, el pequeño se levantó y comenzó a caminar por el corredor, cada paso que daba, una especie de terror parecía empequeñecer su débil alma. Al llegar al final se chocó con una puerta, intentó abrirla pero fue en vano, había algo allí detrás que impedía el acceso. Cuando el niño agachó su mirada para intentar ver por debajo de la rendija, un flujo de sangre se escurrió hasta exparcirse por el pasillo formando un gran charco. Invadido de miedo y terror, el niño intentaba correr, empero había algo que lo detenía, una extraña figura que se reflejaba sobre la sangre. El reflejo se daba desde el interior de aquel habitáculo indescifrable hasta por la pequeña rendija que yacía debajo de la puerta. Aunque no se alcanzaba ver bien. Se asemejaba a la de un humano o algo por el estilo y parecía moverse. Asustado el niño se dirigió a la casa a toda prisa, pasó por la quinta y frente al espantajo(él lo seguía mirando). Llegó para contarle a su padre, pero estaba trabajando y no le quedó otra que llamar a la policía, quienes no tardaron en llegar luego. Tras esto, Mark se reportó ante el oficial y le comentó entre lágrimas de terror que en la casa de enfrente había un muerto detrás de la puerta.
La policía irrumpió en la casa del Robert junto al pequeño, quien los dirigió por el pasillo. Empero nada había allí, no había rastros alguno de sangre, aquel charco y su imagen no estaban, y la puerta que trabada se encontraba hacía minutos sin llave estaba . El oficial abrió y nada raro había. Solo una escoba, una azada y dos sacos largos de color negro.
- ¿Qué te sucede niño? ¿Acaso estas enfermo?- le dijo el oficial.
-Señor, le juro que había sangre por todos los rincones del pasillo. Tiene que creerme.
-Hijo, nosotros no creemos y tenemos porqué creer en nada. Solo cumplimos con la sociedad. Si llamas otra vez irás al correccional, ¿Entiendes?.
Mudo y perplejo quedó Mark, sus labios no paraban de temblequear, tanto que causaban la misma reacción a su mejilla y ojo. Así y todo, el pequeño corrió hasta su casa para avisarle a su padre, en aquel trecho pasó a toda prisa por la sucia y cuasi abandonada huerta, a centímetros del espantajo que inmóvil permanecía crucificado sobre la cruz de madera.
El pequeño no sabía que hacer, estaba inmóvil como el mismo espantajo de enfrente,nadie le creía, la única esperanza que era su padre, podría enviarlo al psiquiatra por otra mentira. A toda prisa salió a buscar ayuda, corrió diez cuadras sobre la respectiva calle, y con un extraño señor de bigotes se cruzó. El señor lo notó muy asustado, y por ello le preguntó:
-Niño, ¿te ha sucedido algo?
-Señor, ayúdeme por el amor de dios-suplicó de rodillas el pequeño Mark.
-Sí, pero necesito que me cuentes, qué es lo que te sucede.
- Un cadáver en la habitación, allí, en calle Franklin 365. (Se refirió al número de la casa de Robert).
-¿Un cadáver? ¿En una habitación? ¿De la casa de Robert? Y tú, ¿Dónde vives?-cuestionó el hombre como burlándose y tratando de loco al pequeño Mark.
-Soy el vecino de Robert, estoy en Franklin 279, frente a su casa.
-Pero hijo, Robert falleció hace más de 70 años. Apenas era yo un pequeño de tu edad cuando él murió. Lo encontraron degollado con un filoso cuchillo que enterrado yacía sobre su yugular, abierto como quien abre un pez, detrás de una vieja puerta ubicada en el pasillo, el cual supongo debe estar aún allí, iluminado por los inmensos ventanales como aquella vez se encontró el amarillento y pútrido cadáver del señor. En su mano, portaba una pequeña radio bañada con su propia sangre, estaba encendida cuando encontraron el cuerpo, reproduciendo uno de los grandes espectáculos infantiles que realizaba junto a su amigo Dreck.
-Imposible- contestó perplejo el pequeño.
-No, no es imposible, yo fui su vecino. Ellos trabajaban todos los días en los cumpleaños, realizando chistes y teatros para niños. Pero Dreck terminó enloqueciendo por envidia, ya que los niños lo querían más a Robert que a él. Su inconmensurable odio tomó posesión de su alma, y muchos dicen que fue él quien lo asesino puesto a que cuando la policía ingresó encontró su saco negro y azada, ambos bañados en sangre.
Pálido como un cadáver de cinco días quedó Mark, sus labios que rosados eran antes de aquel entonces, pasaron a ser más blanco que una hoja de papel, como también lo fue su piel.
Las palabras del niño se habían agotado, entonces corrió, corrió hacia la casa de Robert en busca de la verdad. Llegó y abrió la puerta, y al entrar, el oficial de policía se ubicaba tirado sobre el sillón, descuartizado, sus piernas desmembradas lanzaban un reguero de sangre oscura. Su estómago estaba totalmente perforado, la azada se encontraba enterrada en el susodicho órgano, y el ojo derecho reventado colgaba y caía por la cara.
Un descomunal grito de terror fue expulsado desde el interior del pequeño Mark, aquel gritó se transformó luego en una diabólica y descerebrada risa. El viejo vecindario le alertó a la policía aquellos ruidos, y cuando llegaron y entraron a la vieja casa, encontraron al pequeño, con la grabadora en mano, manchado completamente de sangre. Fue acusado como homicida, lo esposaron y en el móvil lo llevaron al manicomio.
La grabadora tirada sobre el rojizo y espeso charco quedó, reproduciendo aquellas risas de los niños que divertidos eran por los chistes de Robert y Dreck. Y al retirarse Mark, lentamente en el auto maniatado, al asomar su triste y destrozada mirada, desde el interior del auto hacia los viejos ventanales de la casa , la misma figura de aquel charco de sangre emergió por detrás de los vidrios, la figura esclareció, y al hacerlo la cara del espantapájaros apareció, mirando con risa macabra como se llevaban al pequeño Mark al manicomio, victima para muchos de paranoia.
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