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jueves, 24 de marzo de 2016

La grandeza del hombre misántropo


En el interior de una anárquica oficina que más que oficina parece un cuchitril debido al revoltijo de papeles  importantes sobre el suelo, hay un extraño hombre. Ese hombre de  rostro solemne y cumplidor yace sentado en una de las viejas sillas, con ambos codos descanzando  sobre  el sucio y polvoriento escritorio de una oficina en la que apenas recibe la moribunda  y opaca luz amarilla de una vieja lámpara con su pequeña  bombilla.
Aquel hombre como de 20 años aproximadamente, que acaba de cambiar de lapicera para escribir, por que la otra  ya lo hace entrecortado debido a que solo la borra azul se arraiga sobre el fino tubo transparente,  se encuentra totalmente aislado de la sociedad. Se encuentra leyendo, leyendo y escribiendo. Al pasar a cualquier horario siempre está allí, sobre la reluciente ventana, a las 12 del mediodía, a las 20 de la noche, o a la hora que se le pueda cantar al lector que lee este artículo. Mientras él escribe sobre el percudido y amarillento papel que en tiempos de antaños fue blanco, los pelafustanes e hijos de ricachones  transcurren por las viejas calles a altas horas de la noche  arrastrándose semidesnudos y embebidos hasta los pelos con el único anhelo de divertirse en los boliches, deprendidos y sueltos de cualquier responsabilidad o preocupación.
El hombre muestra en su catadura, un  insensato gusto por ser, el día de mañana, alguien que llegue a lo alto  en la sociedad,  y que pueda otorgarle  a los niños y jóvenes el día de mañana, mediante sus obras escritas, terminadas y sin terminar sobre las 4 de la mañana con un sueño inconmensurable, un poco de lo que él siente sobre este mundo, para que puedan concientizar y afrontar la vida, como al mismo tiempo hace lo que realmente le gustó hacer, de profesión y  sin importar nada a cambio. Casi nunca  sale de allí.
Su recíproco amor con el silencioso habitáculo del tercer piso de la calle Belgrano  produce  la única voz  a la cual cree razonable, y con la que  puede compartir un dialogo, sin embargo esa voz es la de la  soledad encerrada en una vieja oficina, su eco. Solo sus opiniones son compatibles con su pensamiento.
Cuando sus amigos, le dicen en la cara al salir de la facultad, ¿Querés  ir al boliche este viernes? el muchacho hace un ademán como ignorando la petición, y se decide por marcharse con la  cabeza en alto hacia su oficina.
El susodicho enciende la vieja tele de 21 pulgadas que sobre una silla en el rincón yace, y solo ve a la gente, a los periodistas, hablando de política, creyendo que con sus palabras poseen la solución a todo, pero la verdad es que solo hablan, hablan y gritan, como los tontos, pero nunca solucionan nada, y la pobreza medra, y el narcotráfico sigue igual, y las mujeres terminan desangrando en sus casas por algún femicida.
Cuando una vez cada  dos años  sale a un boliche,  aunque no es para nada de su agrado debido a que detesta el olor a alcohol, y estar cerca de los borrachos agresivos, solo lo hace porque tiene miedo a que se le valla la vida sin conocer y hablarle  a una chica, queda encerrado como león enjaulado  en medio de una charla proyectada por adolecentes de entre 16 y 19 años de edad. Esa charla es conciderada un insulto hacia su intelecto, y quiere salir cuanto antes de ello, porque allí no hablan ni de  la vida de Roberto Arlt, ni tampoco de los cuentos de King, y mucho menos de lo que acontece en la sociedad, o del hambre que pasan los niños que viven bajo las calles descalzos sin un pedazo de pan. Prefiere que nadie y ningún conocido lo vea allí, prefiere que la luz de la discoteca nunca emerga, así su rostro no sale al descubierto, no quiere que aquel señor serio sea ensuciado por una simple noche.

Este señorito, que recibe mensajes por doquier de sus amigos, decide no contestar a ninguno, y cuando en la facultad,  las hermosas jovencitas que embellecen los patios de la institución   le entregan tarjetas para adquirir  el acceso gratis a las bailantas de los jueves , él decide esquivarlas y subir las escaleras para ingresar al aula, y así poder escuchar los sabios consejos de los pocos profesores a los cuales tiene como mentor respetando sus  concepciones sobre  la sociedad.  Y cuando se sienta sobre el pupitre del aula ante la multitud de jóvenes, debe aguantar a los bocones  que hablan de política y de pobreza como si ellos la vivieran todos los santos días.
Y  se va a su casa, y llega,  y  se sienta en la vieja silla, apoyando  los codos sobre la costrosa  oficina de madera que rechina cada vez que se abalanza para alcanzar las hojas de la noche anterior que quedaron sin completar los últimos tres renglones sobre el otro costado   para  así continuar con sus escritos. Este señor, que el único trecho que en  su vida  conoce es el de ir hasta la facultad, el de volver y llegar a la pieza, para luego ir hasta  la biblioteca   y  buscar algún libro de Stephen King, Roberto Arlt o Edgar Allan Poe,  que le permita mantenerse distraído durante el día,  como al mismo tiempo alimentar su cerebro con algo productivo, suele recorrer las calles de  los arrabales, y encontrarse con situaciones inadmisibles, como drogadictos que insultan a la gente que pasa por al lado de ellos, como pendejas cascarrientas que fumando gritan y arman contiendas a coscorrones   con sus novios.
Pero, ¿Qué le pasa a ese hombre? ¿Porqué cierra la vetusta puerta de su oficina con vehemencia y se encierra   en la oscura oficina para leer, leer y escribir, y poseer una única concepción social, la de él, sin escuchar a nadie más?.
 Ese hombre, detesta estar al lado de la sociedad y  ver como los rincones históricos de la ciudad  se pudren lentamente mediante esos malditos inadaptados sociales, ya no quiere escuchar  a nadie, y  ve como solución quedar solo, porque todos están mal,  totalmente mal de la cabeza, los políticos, la gente, la sociedad. Todos mienten y prometen cosas que nunca van a cumplir.Ya no hay un Arlt con quien poder sentarse en un café  de la Avenida Corrientes y hablar de política, y de lo que ocurre en nuestro pueblo, ya no hay un Victor Hugo Morales, ya no hay nada. Solo quedan estos mocosos que le hacen daño a la sociedad, que medran aún más los déficit de narcotráfico y violencia en nuestro país, que no quieren leer un libro ni tampoco sentarse a escribir, y que lo hacen a raíz de las mentiras de los políticos, presidentes y gobernadores, y lo que a ustedes   les pase por la cabeza, porque lo único que hacen, es mentir, mentir y mentir sobre el exterminio de la pobreza, y lo único que exterminan son nuestros bolsillos, los bolsillos de los trabajadores. Y continúan hablando, y uno el hombre misántropo se pregunta;  ¿Qué le sucede a esta gente  que hace estas cosas?, si de amar a nuestros hermanos humanos se tratase, si de querer ayudar a los pobres niños de los barrios o ciudades que descalzos vagan por las calles con tajante hambre, tanta hambre que caminan  hasta desvanecerse , o de destruir el narcotráfico  y convertir cada cigarrillo en una institución educativa se desearía, esta gente estaría empeñando las joyas de su casa, aquellas joyas de oro que brillan como el sol y que cuelgan sobre el cuello de la mujer del presidente, o  el presidente vendería su traje de diez mil euros, o los tenedores de oro con los que comen todas las noches, porque para salvar a una sociedad no se necesitan palabras, se necesita un buen corazón.

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